Pirómana.

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     Las puertas del taller de Blas se abrieron engullendo los coches, triunfantes como carros de guerra. Los conductores eufóricos tras un palo tan fácil y fructífero, chocaban las palmas entre carcajadas y golpes de pecho. Blas se acerca con media sonrisa, coronada por su babado e inmortal cigarro, y los felicita uno a uno. Guillén es yergue expectante. Con este pago, le ha demostrado su lealtad y espera su palmadita en la espalda. Pero no se produzco. Bibi se le abalanza por sorpresa, empujándola contra uno de los coches. Guillén intenta zafarse de sus manos, que se le agarran a las solapas de su chaqueta como dos patas secas de pájaro. Tiene una fuerza descomunal y poco predecible, a razón de su fisonomía enclavijada de bichopalo.

     —¡Me cago en la puta que te va a parir! —la increpa. —¡Yo te mato! —La levanta estrellándola de nuevo contra el coche.

Guillén sintió un estallido de dolor cruzarle la espalda, que la obligó a soltar todo el aire. Sujetó sus muñecas queriendo, si no escapar, al menos no morir ahogada.

     —Jodida loca de mierda —continuó, estampándola repetidas veces fuera de si. —¿Ahora también eres pirómana aparte de bollera? ¿¡Hija de puta!?

     —Sueltamm... Aggghh—. Le arañó las manos intentando aflojarlas del apretado tejido que le aplastaba la laringe, y la obligó a sacar la lengua con una mueca ridícula. Carla le vino a la cabeza, pero siguió sin sentir compasión dentro de ella.

Los chicos se unieron para separarlas, y Bibi la soltó, sí, pero solo una mano. Carga la otra y le lanza un golpe seco y certero en la nariz. La notó crujir con placer, como si hubiera pisado un cacahuete, y la suelta satisfecha al verle correr la sangre, manchándole en bermellón las oquedades de los dientes.

Blas se acercó tranquilo, como si las chicas charlaran de ropa. Si Bibi le había partido la nariz, seguro que se lo merecía.

     —¿Qué mierda pasa aquí? —pregunta encendiendo la colilla moribunda para aprovechar el filtro. Entorna los ojillos iluminados por la llama.

     —Que esta imbécil ha metido fuego a una tartana de coche de mierda que había allí, y ha hecho saltar la puta alarma. ¡Hemos tenido que salir pitando!

Se arrancó el gorro de lana y lo lanzó a la otra punta del taller. Los alambres rojizos saltaron desordenados dándole el aspecto de la seca copa de un árbol en llamas.

     —Entiendo...

     —No ha sido para tanto —apostilló Guillén limpiándose la boca con el antebrazo.

     —Todavía te meto otra bollera de mierda. —Se adelantó furiosa. Blas la frena de un brazo. —¡Podíamos haber cometido fallos en la huida! —La acusó con él.

     —¿Y los habéis cometido? —Preguntó a Bibi, fulminado después a Guillén.

     —No lo sé—. Bibi se derrumba sin adrenalina en el capó. —Creo que no, aunque no te lo puedo  asegurar.

Guillén, les sonríe maquiavélica con los dientes teñidos en rojo. Blas chasqueó la lengua apartando la mirada de ella asqueado. Puso la mano sobre el hombro de Bibi apretándoselo con orgullo.

     —Tranquilicémonos.

Si había problemas, sabía quién caería.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora