Set y partido.

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    —¿Quieres dejar de mirar el móvil, Lucía? Mira a tu hermano, caray. Sabes que cuando ve que no estamos pendientes, se desinfla.

La lechosa iluminación del polideportivo se encendió para poder terminar un partido que se alargaba cruel.

    —Si mamá perdona, es que estoy esperando una llamada importante —apretó una sonrisa incómoda, y levanta el culo de la grada congela haciendo el paripé de guardarse el móvil.

     —¿Qué es más importante que tu hermano? Y que no se te ocurra irte a hablar con nadie ahora, ¿eh? Por favor te lo pido, Lucía... —La advirtió con índice y pulgar juntos en una o perfecta, y enarcando una ceja al estilo Gallardo.

     —Tranquila, ma. Tienes razón. —Captó la amenaza.

Elisa vuelve a la cancha Y Luc, a mirar el móvil de contrabando. Hace más de una hora que le ha escrito a Carla, y el mensaje sigue ahí, en visto, pero sin respuesta.

     —Lucía... —su madre y sus ojos en la nuca, la reprenden sin apartar la vista del último punto que se juega en el campo.

Un, uuuyyyyy, generalizado, recorrió las gradas haciéndolas temblar. Luc levantó la cabeza del móvil deseando que fuera el tanto decisivo que le diera la victoria a Omar, y a ella la ansiada libertad de largarse. Pero no, solo ha perdido la ventaja. Luc masculla una maldición, y Elisa estira la mano para quitarle el teléfono de un rápido zarpazo.

     —Vale, vale —lo protege, alzando conciliadora las manos. Está vez lo guardó en el bolsillo de atrás. —Ya paro.

Luc se frota las manos. Allí hace un frío del carajo, y adora a su hermano, pero más le vale ganar esa última bola. El partido se alarga tanto que a este paso, mañana les tendrían que despegar el culo con espátula los barrenderos. Por el alumbrado de la cancha se vislumbra caer una fría neblina como en una peli de miedo, y Luc se desespera pensando en lo bien que estaría ahora mismo liada en la manta con Carla, molestándola hasta hacerla soltar el portátil. Su madre le mantuvo una mirada tan glacial como la noche, la volvió al partido y sin mirarla le dijo:

     —Me ha dicho tu padre que has conocido a una chica. —Por el tono velado, Luc percibió la curiosidad real a esa pregunta. Natalia.

     —Conozco a muchas chicas mamá.

Elisa percibió sus reservas. Un grito impotente de Omar la hizo desviar la atención otra vez a su hijo.

     —Mierda... —soltó Elisa, dándose una palmadita frustrada en la pierna. Lucía sonrió al escuchar ese taco destroza biblias en su boca. —No te rías de tu madre. Estoy nerviosa —se excusó divertida.

     —Y yo. —"Pero por otra razón."

Que Carla se demore tanto en contestar la desconcierta. En estas tres semanas casi no se han separado, y siente una extraña desazón al no saber de ella. Bufó armándose de paciencia arrebujada en la chaqueta. El punto se le escapa, y volvían a 40 iguales perdiendo la ventaja que tanto había luchado en el último set. La parte del público que lo apoyaba vibró nervioso. A pesar del panorama, Elisa dijo optimista.

     —Tranquila, que todo va a ir bien —dio unas palmaditas en su pierna.

     —Sí, eso espero—. Y deseó que su predicción, abarcara tanto a Omar como a Carla.

     —¡Toma! —Elisa saltó puño en alto para celebrar que Omar recuperaba la ventaja.

     —Va venga —Luc se unió aplaudiendo, con la ansiedad burbujeando por que terminara.

     —Sé que conoces a muchas chicas, pero ya sabes a quien me refiero. —Su madre retomó el interrogatorio fija en la cancha.

     —¿Cómo? —Luc la miró extrañada al haber perdido el hilo de la conversación.

     —A la rubia de la que hablabais ayer. —Le explicó con calma.

     —Ahh —exclama al encajar las piezas.

     —Tu padre no tardó en confesar —sonrío satisfecha con sus mañas. —Me dijo que era verdad, así que, no te hagas la tonta.

Luc se frotó las manos, soplando dentro una bocanada de vaho sin saber qué responder.

     —Bueno, pues si ya lo sabes... —restó importancia, y guardó silencio hincando los codos en las rodillas.

     —¿Y Natalia? —Al fin hizo aparición la verdadera pregunta.

     —No lo sé mamá —responde seca. Se frota las manos por el pantalón intentando calentarse la punta de los dedos o tendrá que amputárselos.

     —¿No le dijiste nada? Podría haber venido, no sé —preguntó descontenta. —¿Es que estáis enfadadas? —Lo deja en el aire.

     —No mamá, no puede venir —respondió contundente con una serena vehemencia.

     —¿Por qué? —La miró extrañada por tanta seguridad. —No es la primera vez.

     —Porque ella está con Carlos, su novio. Y hacen cosas de novios. Ni yo tengo cabida ahí, ni ella aquí. —Sentenció con un tono más brusco de lo que esperaba, pero tiene que hacerla entender. Se levantó como si la hubieran pinchado y haciendo altavoz con las manos ahuecadas, gritó a su hermano: —¡Vamos Lucént!—, liberando parte de la tensión acumulada.

Se añadieron silbidos de ánimo que crecieron como un desprendimiento de tierra. Omar al escucharla, afirmó con decisión sin perder de vista la bola rebotando en su mano. Luc se sentó, y su madre le apretó la pierna dejándola allí. Esta vez no fue reprobando su espontanea acción carente de feminidad, si no expresando un: No te enfades, que lo entiendo.

Luc agarró su mano, sorprendida de que estuviera caliente. Uno de los mágicos poderes que otorga la maternidad. La acerca para besarla y pedir de paso un silencioso perdón. Quiso decirle: Mamá, sé que adoras a Natalia, y aunque nunca te lo dijimos, siempre lo has sabido, aceptado y hasta deseado. Pero no pudo ser. La miró, con los labios apretados en una línea, y supo, que con ese otro superpoder de madre que lo saben todo, la entendió.

Omar resopló sacudiéndose la ansiedad. Echó la bola al aire, con la punta de la lengua asomada entre los dientes, y se concentró en golpearla con toda su alma. Gritó con rabia dando un seco trallazo, y la bola cruzó el campo hasta un lugar imposible de llegar para su oponente, que se estiró viendo escapársele el partido en ese milímetro de pista. Un grito creció en el campo como si hubiera ganado Roland Garros, mientras Omar saltaba con los puños apretados, corriendo hacia su familia que le aplaudía eufórica.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora