Amor guerrero.

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     Natalia baja en el mugriento ascensor, barra, ratonera, viendo su reflejo en el sucio espejo lleno de manitas de niños, y no sabe interpretar la sombra de su mirada. Esta faceta cruel, desordenaba sus más puros cimientos, y sintió asco de lo que acababa de hacer. Pero es que ver a esa chica fusionada en el piso, liada en la manta, y esperando el regreso de Luc, para que la besara suave como tantas veces hizo con ella al regresar de clase, fue un golpe de realidad que desenterró los celos podridos que maceraban desde hace rato en su interior.

Había mentido para dañarla, para volar por los aires cualquier puente por el que Luc pueda alejarse de ella. Jamás le había abierto su casa a nadie, y verse destronada, mezcló en su corazón los sentimientos a distintas temperaturas, creando una ciclogénesis explosiva de emociones.

Antes solo tenía que ser paciente y Luc volvía, porque ellas, eran algo más, que todo lo demás. Pero hoy desoyó el amor puro que sentía por Luc, e ignoró el débil zarandeo de su conciencia diciéndole: —Déjala ser feliz—, y se transformó en esta bestia que la mira desde el espejo.

Una lágrima silenciosa rodó por su mejilla. Golpea el cristal con la palma abierta y grita enfadada por su absurda debilidad. Sus ojos brillan entre la desesperación y la necesidad. Le falta el aire, y agradeció que las puertas del ascensor se abrieran chirriando. Sale a trompicones y empuja a unos vecinos que esperan para subir a aquella ratonera, que podría dejarlos atascados hacia sus destinos. Quizás eso era lo que acababa de hacer, atascar tres destinos.

Salió del portal boqueando por aire limpio, o al menos, fresco. Exorcizando la rabia y la vergüenza, porque ella no era así, ¿o sí? Los tacones le impiden ir más rápido, y lo necesita. Todo su cuerpo se convirtió en huida, y ansia correr. Las lágrimas le dificultan ver aquella calle oscura por la que taconeaba, y para colmo, el móvil suena en el fondo de su bolso, obligándola a hacer malabares para cogerlo si frenar el paso. Intento fallido. Derramó la mitad de su contenido por la acera, y masculló una palabrota que se entendió a medias, cuando ve: Carlos, en la pantalla de su móvil. Otro destino atascado. Ese jodido imbécil, en el jodido momento más imbécil, de toda su jodida vida de imbécil, se presenta a tocar las narices. Cortó la llamada con rabia y busca el contacto de Manu. Si está en esta situación, era por culpa de ese bocazas y sus putas ideas de coaching de medio pelo.

     —¿Sí?

     —Te odio maldito gilipollas.

     —No me esperaba menos, pero bueno. ¿Qué mosca te ha follado? Suena demasiado randow hasta para mí, así que, explícate antes de que te cuelgue. No estoy de humor, te lo advierto—. Soltó imperturbable.

     —Me siento como una mierda —vomitó a voces. —Como una puta mierda ahora mismo, ¿te enteras? Y todo por hacerte caso con tu: todo vale —remedó su voz. —¡Y no! ¡No siempre vale!, ¡¿vale?!

Expulsó el brote inicial de rabia como la pesa de una olla exprés, y poco a poco el enfado fue ralentizándose mientras soltaba material candente. Al otro lado, un estoico Manu escucha, con seguridad, mirándose las uñas con aire afilado de gata mala.

     —¿La rubia? —Profetizó aburrido.

     —¡Si, la rubia! —Al otro lado se escuchó un suspiro cansado.

     —Mira, cómo vas a seguir buscando culpables, te cuelgo, y vienes a gritarme a mi casa. Así, si decides pegarme me tendrás más cerca. Adiós.

     —¡Ni se te ocurra colgarme Manu! —Se quedó parada en mitad de la calle, amenazando a la nada con un índice acusador. Hasta el tráfico pareció ralentizarse con cuidado de no molestarla. Lo oye resoplar.

     —Nat, ya está. Lo hiciste, ¿y qué? —Animó a su mala conciencia. —¿Qué le has dicho para que estés con ese estado de nervios? Y lo que más me interesa, ¿qué te ha dicho ella? ¡¡¡Aaaahh!!! No me digas más, ¿os habéis pegado?

     —No, nadie se ha pegado. Solo faltaba eso —bufo, mientras repasaba el encuentro. —Apenas ha hablado. Esa niña parece... tonta, o yo qué sé. —Confesó perpleja de que alguien tan diferente a ella llamara la atención de Luc.

     —No cariño, es que, si has aparecido en el piso como estás ahora mismo, habrá dicho... ¡Fuerte loca! ¡Hazte la muerta!

Carcajeó con su mejor registro de mala de telenovela que tan bien maneja. Nat tuvo que sujetarse las ganas de acompañarlo en esa carcajada, porque no era momento de darle alas. Seguro que una parte de Manu, está decepcionada de que no se hayan pegado.

     —Manu joder... no te rías. Lo estoy pasando fatal —arrastró lastimera.

     —Vamos a ver—. Y lo vislumbró, con pulgar e índice haciendo pinza sobre el entrecejo. —¿Qué le has dicho para que tengas el drama on fire? —Natalia tomó aire para intentar soltarlo de golpe sin que le vuelvan las ganas de llorar.

     —Que Luc la dejará tirada en cuanto se canse, y volverá conmigo. No con esas palabras, pero básicamente es el grosso de la conversación.

     —¿Y? ¿Es mentira? ¿Cuántas veces ha pasado eso?

     —Muchas...

     —¿Cuántas tías se habrá tirado Luc?

     —Muchas...

O quizás no tantas. La mayoría de las veces se enteró de que solo era un tonto intento de darle celos, y a Nat esa sensación de poder sobre ella le encantaba. Pero eso no lo confesaría ahora, porque resta peso a sus razones para obrar así, y necesita encontrar algo que frene la bola de culpabilidad que rueda sin control por su pecho.

     —Pues ya está tía, se acabó. La verdad no ofende. Foto finish y a vivir. ¿A qué tanto drama?

     —Ya, pero Luc...

     —Luc, Luc, Luc —restó importancia. —Pues si acaso te dijera: cómo te atreves a ir a mi casa y decirle a la rubia que yo... blablablá. Y con la cara de chulita puesta, por supuesto —soltó un bufido. —Pues aguantas el chaparrón estoica y punto. Después le dices cuánto la deseas, ella te come la boca, y el universo vuelve a girar del mismo modo que lleva girando todos estos años. Yyyy, fin de la historia, gracias por venir chicas. Escurran sus bragas y pónganlas en el cubo de lavandería que encontrarán saliendo por la puerta principal, ¡graaaaacias! —Escenificó, en su línea de showman.

     —Marica loca con tus ocurrencias de mierda—. Tuvo que morderse el labio para no reír.

     —Respira Naty, hija—. Supo que reía, aunque no la viera. —¿Quieres venir a mi casa?—, le propuso meloso. —Va, venga. Nos liamos un fly, y nos relajamos. ¿Qué me dices? —Su voz era una caricia sedienta de chisme. —Te dejaré pegarme si lo necesitas. —Añadió al paquete con una risita cariñosa, que viajó por el auricular como un apretón en el hombro. Natalia le devolvió un suspiro, junto a un resignado:

     —Está bien. Voy para allá —como respuesta.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora