Mariposas okupas.

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     Carla pasó la mano por el colchón buscando a Luc. Su lado está vacío. Se quedó bocarriba evaluando daños. El cuerpo menos molido que ayer, y un ligero dolor de cabeza. Parece un buen resultado. Solo tiene que arrepentirse de la resaca. ¿O no?

Buscó la respuesta mirando el techo, mientras pasea pensativa las yemas de los dedos por las magulladuras de su cara, como leyendo un libro escrito en braille que le narra una historia de miedo. Sus dedos, delinea sus labios de lado a lado haciéndose cosquillas, con la misma suavidad con que Luc, la besó antes de darle las buenas noches.

Ayer, abandonó teléfono, reloj y noción del tiempo, tirada en un sofá despide-visitas, entre pizza y vino barato, y consiguió olvidarse del mundo chapoteando en sus ojos color de estanque.

Después de cenar, Luc le dio tiempo para que pudiera esconder su inseguridad bajo las sábanas; porque, no leía la mente, pero a veces lo parecía, y a continuación, asomó la cabeza pidiendo permiso para meterse en la cama con un pijama demasiado ligero para ser enero. Y aunque su cercanía fue tan respetuosa, como una mano extendida para ayudarte a subir al tren, a ella la llenaba de todas esas reacciones químicas que te giran la boca del estómago.

Luc se estremeció bajo las sábanas. Madrid, y sus frías noches de desierto. Giró el cuello, y la miró con una sonrisa tan satisfecha como el broche de un gran día. Y a Carla le pareció que estaba tan feliz de que fuera ella quien ocupara el otro lado de su cama, que todas las barreras de precaución que la cercaban, empezaron a tambalearse.

Piensa en que es su deber corresponderla con algo equivalente, y el valor le plantea una alocada pregunta: —¿Y si...? —Y vio la propuesta caminar decidida por el invisible puente de bluetooth buscando conectarse. Se acerca y la besa. Su decisión es torpe, porque no suele usarla, y se siente como en mitad de una ciudad desconocida, dándole vueltas a un mapa escrito en un idioma extranjero. Lo que sí entiende, es la voz mordaz de sus taras soplándole en su burbuja fantasiosa un contundente: —La vas a defraudar. —Y Luc, que sigue sin leer la mente, pero se ve que ella tiene la frente de cristal, le intercambia unas caricias más protectoras que sexuales, arropando su corazón a la intemperie. La besa fugaz antes de darse la vuelta con su mano sujeta en el pecho, dejando la propuesta como lo que era. La locura que suelta entre risas el más borracho del grupo.

¿Se hubiera arrepentido esta mañana si hubiera sucedido algo más?

No está segura, y odia esa sensación de no entenderse. Ese doble discurso, esa dualidad tirando hasta descuartizarla. Porque una parte, culpa al vino, pero la otra, siente que es la forma tan demoledoramente atenta con la que Luc se comporta con su corazón roto la que le invita a entregarse.

Y esa parte asustada le grita: ¡corre, y atrinchérate en tu bastión de hielo! Pero la otra... La otra le reprocha no haberse atrevido a enroscarse a su cuerpo y dejarse llevar.

Ahora, consciente y sobria, le pellizca la vergüenza y algo que cataloga de inconsciente estupidez. Porque anoche le dio permiso para pasar a su lugar privado, y quizás hoy, Luc pierda la capacidad de leer la mente, y acepte entrar más profundo.

La puerta se abrió mínimamente sacándola de su ensimismamiento. Carla mira al suelo pensando que será Tana, pero otros ojos gatunos y juguetones se asoman achinados en una sonrisa.

     —Buenos días dormilona —abrió la puerta con el hombro.

     —Buenos días.

Dos tazas de café impregnaron de un delicioso despertar la habitación. Las puso en la mesita y descorre las cortinas. La luz se adentra suave y Luc, envasada al vacío en un chándal, se pone frente a ella. La inspecciona desde su altura con una inquietante seriedad.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora