Demasiado para un solo bocado.

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    Carla, con el portátil sobre las piernas, e incomodísima en el Chester, comparaba presupuestos para las bebidas del club. Javier sería un genio imaginativo, pero un desastre para la logística. Lo deja en sus manos aceptando con deportividad que no tiene ni idea. Ella sin embargo, gobierna esa tarea con minuciosidad de cuartel, pero Javi, no desperdicia la oportunidad de amenizar tan tedioso trabajo, y le ha escrito alguna bromita a pie de página. Carla ríe leyendo las ocurrencias que su hermano le ha anotado, junto a unas exageradas propuestas que como mínimo, hundirían el negocio.

Se da un respiro, rebulléndose en ese sofá rompe espaldas. Luc puede decir misa, pero piensa comprar uno que envidiarán en el olimpo. Coge la infusión de la mesita, y echa un trago mirando reflexiva el piso. Cuando Luc no está, se volvía un lugar cualquiera. Silencioso y poco acogedor. Una parte de ella se arrepiente de haber declinado la oferta de acompañarla al partido de Omar. Alegó trabajo, pero la realidad es que le pareció precipitado conocer a sus padres, y más aún, en una rutina tan íntima y familiar. Justo antes de irse le dijo con expresión de poli preocupada:No le abras a desconocidos— y quiso sonar a broma, pero el viso de realidad que vio, la hizo sentir querida. Sonrió al darse cuenta de que el hueco de su corazón destinado a llamarse hogar, se llenaba con un tejido nuevo que les daba otro compás a sus latidos.

Llamaron a la puerta. Sorprendida mira el reloj porque apenas hace un cuarto de hora que Luc se había ido. Seguro que ese desastre se dejó las llaves, pero su despiste le va a proporcionar otro beso de despedida, y perder un ratito más las manos en el calor concentrado bajo su chaqueta de cuero. Abrió con la cadena y la sonrisa puesta, y se queda petrificada cuando la ve.

No recordaba cómo era tenerla en frente y le pareció más imponente, incluso peligrosa. La miraba directamente a los ojos, y la cadena le pareció frágil y predecible.

     —¿Puedo pasar? —El corazón le comenzó a echar madera. Cada latido reverbera en su garganta haciendo que el aire se volviera espeso y difícil de respirar. —¿Sabes? —Insistió al ver que no reacciona—. Hace bastante frío en este pasillo.

Natalia le sonrió como si tuviera un medidor que detectara su nerviosismo, y disfrutara con esa posición de superioridad. Carla retiró la cadena como si esas palabras fueran la contraseña, y la vio cruzar la puerta casi rozándola con un halo de triunfo. Una vez dentro, Carla cierra con suavidad como si temiera hacer movimientos bruscos que la sobresaltara. Se miraron, se midieron más bien, y se sintió pequeña bajo sus brillantes ojos de petróleo. ¿Sería Natalia uno de esos desconocidos?

Se obliga a hablar.

     —Luc no está—. Hubiera querido que la voz le saliera más firme, pero fue un patético chirrido lastimero.

     —Lo sé —alzó el mentón, expandiendo una sonrisa condescendiente. —Hoy es jueves. Omar tiene partido.

Puf, le jodieron, pero bien esas palabras. Porque explicaban mucho más que la localización de Luc. Explicaba que Natalia era parte de esa intimidad familiar que ella no había querido perturbar.

Celos. Esta vez eran tan claros que no le puso interrogación. Los sintió en el paladar, dejándole un regusto a hierba amarga.

     —¿Entonces, qué quieres? —Esta vez Carla sonó como quería, firme y desafiante. Marcando territorio, y cuestionando su presencia en esa casa.

Natalia asombrada levantó las cejas. Tosió una risita irónica que sonó azucarada, y cruza de brazos, apoyó el tacón alzando la puntera como si pensara en aplastar a ese insecto de ojos caramelo que tiene enfrente.

     —¿Por qué estás aquí? —Le preguntó a bocajarro. No ha venido para andar con rodeos. Carla la mira sin saber qué contestar, porque ella también se lo pregunta a veces. Natalia insiste con urgencia y sin paños calientes. —¿Te acuestas con ella? Eres una más de esas a las que trae a este piso, pero no se quedan nunca, ¿no? —Quiso sembrar discordia.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora