¿Tu quieres?

19 3 0
                                    

     —Será mejor que me vaya. —Dijo de pronto saliendo en estampida.

Al levantarse, Carla nota un pequeño mareo que puede solventar.

     —¿Qué? —Luc mira confusa desde el sofá, como busca la maleta. Se levanta para detenerla al ver que lo dice en serio. —¿Pero por qué te vas? —insiste desubicada.

Luc intenta tomar su mano y Carla se zafó de ella como si la hubiera agarrado un chalado en el metro. Toma decidida la maletita, y llama a Tana que corretea por el pasillo perseguida por su imaginación.

     —Carla joder, para—. Le agarra la maleta y tira de ella firme al ver que no atiende.

     —Dámela —le exige autoritaria.

     —No hasta que me digas que pasa—. La enfrenta firme escondiéndola tras su espalda.

     —Nada —alzó el mentón desafiante. —Dame la maleta.

     —Pero, ¿qué he hecho? —La frustración tiñe su voz. —Íbamos a ser sinceras, ¿recuerdas?

Carla ve decepción en sus ojos, y se reafirma en que ese será el estado normal al que la llevará con todos sus miedos. No puede ser sincera con la ella, y precisamente lo que más define su vida, es lo que calla.

     —No es justo que estés pendiente de mí teniendo familia —dijo atrincherándose en un frío pragmatismo.

     —¿Pero? ¿Qué tiene que ver eso ahora? —preguntó perpleja. —Además, deja que decida yo lo que es justo para mí, ¿no? —le aclara tajante.

     —No sabes lo que dices—. Se pasó incrédula la mano por la frente.

     —Carla —intenta razonar. —Cálmate y escucha —la volteo de los hombros para que la mirara, y se encuentra con una terca expresión es sus ojos.

     —Deja de mirarme así —la suelta ofendida. Luc se detiene sin tener muy claro cómo responder a esa acusación.

     —Lo siento, pero no sé cómo te estoy mirando.

     —Con esa maldita ternura que... —apretó los dientes moviendo exasperada las manos—. Que me lo perdona todo.

     —Pues no —se apresura a aclararle. —Acostúmbrate, porque no voy a dejar de mirarte así.

     —¿Por qué te doy pena? —Aventuró cada vez más a la defensiva.

     —Apm... —Titubea confusa al no esperarse esa pregunta.

     —¿Por eso no tienes el valor de echarme de tu casa? —insiste, acercándose a ella cada vez más enfadada.

     —Carla, pero si te acabo de decir que me alegro de que hayas vuelto. ¿Qué tonterías estás diciendo? —Le responde tan confusa como cansada, y entonces fue consciente de que estaba, ¿qué? ¿Suplicándole?

     —¡Que no me lo merezco! —explotó de pronto sacándola de sus cábalas.

Luc asombrada por una declaración tan radical, sabe que se ha perdido totalmente la lógica de la conversación. Carla está tan fuera de sí, que cualquier explicación que le dé, la tomará como acusación. Decide templar los ánimos de la única forma que le nace.

     —Ey, ey, ey, ya —la abrazó intentando calmarla.

Carla se revuelve entre sus brazos abrumada por las emociones, y manotea empujándola para apartarla.

     —Suéltame —masculla entre dientes.

     —No —dijo firme. —No pienso dejar que te largues así.

Los brazos de Carla, hacían una barrera entre sus cuerpos, impidiendo el abrazo, pero Luc no desiste y la acerca a ella con una firmeza suave.

     —Déjame que me vaya —sollozó, empujándola sin fuerzas.

     —Carla para, shhh... ya —y le suplicó: —No te exijas más. Por favor, no te exijas más. Deja que las cosas pasen —le susurró doliéndole el alma de verla así.

Carla se dobló en dos, y su llanto podría confundirse con una carcajada sin sonido que convulsionó su espalda. Hincó la frente en su pecho sepultada por el peso del día, y se aferró a los costados de su abrigo. Luc, aflojó el agarre al ver que se rendía, y la abrazó con suavidad. La dejó llorar, meciéndose con ella en mitad del salón como si bailaran con una orquesta desafinada.

Era tan incongruente, tan absurdo, que Luc lo achaca al estrés, porque de la lógica se escapa. Abrumada ante esa confusa expresión de dolor, se sintió tan incapaz como ella.

¿Era necesario? ¿Merecía la pena? Carla se comportaba como si, prácticamente, Luc la obligara con su insistencia. Le acarició el pelo, notando el corazón oprimirle la garganta por hacerla pasar por esto. Cuándo la nota más calmada, le agarró la cara para que la mire.

     —Si te quieres ir, yo te llevo donde tú quieras. —Y justo después de decirlo, juraría que vio un destello de desilusión, o quizás se lo imaginó para tener la excusa de intentarlo una última vez. —Pero te lo repito otra vez maldita tozuda. Yo quiero que te quedes. —Pasó los pulgares limpiándole los surcos brillantes en sus mejillas. —Y ese demonio de gata, también, aunque me esté destrozando el piso —bromeó lastimera haciéndola reír entre hipidos de llanto.

     —Estás loca...

     —Sí —admite su sino. —Pero de verdad que ya no sé qué decirte para que me creas —resopla frustrada.

Para Carla era alucinante de creer; pero aquel muro de ternura no se rompe con nada, y contra todo pronóstico, le hace sentir insegura. Ella solo sabe mantener el equilibrio en el caos, y tiene que controlar este apego que crece por Luc o la llevará de nuevo al desastre.

     —¿Por qué eres así conmigo? —Luc sonrió como si le sorprendiera la pregunta.

     —Esa es más fácil todavía. Porque este beso torpe y con sabor a metal, ha sido el mejor de mi vida.

Carla miró al techo procurando mantener a raya la emoción. Resopló con los nervios instalados en una pierna.

     —Luc... —lloriqueó con la negatividad por perspectiva.

     —Escúchame Carla Ribó —la cortó. —Esto es muy sencillo. ¿Tú te quieres quedar aquí conmigo? —Sus manos en la cara la obligaban a mirarla.

Se mordió los labios y dijo:

     —Sí... —. Tímido, sin fuerza, casi como si quisiera darle la razón para que se callara, pero la realidad, era que lo deseaba con rabia.

      —Pues ya está. Para de pelear, y deja que suceda —la zarandeó con suavidad. —Deja que suceda y con todas las consecuencias.

Carla afirmó, y vio que sus dos medias lunas, ondeaban como una pancarta que decía: Bienvenida a tu casa.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora