Lisa, una artista que no ha pintado un solo cuadro desde aquel terrible accidente, se ve obligada a alquilar una habitación en su casa de campo a Jennie, una mujer de Nueva York con una vida muy mediática, quien huye de su boda, a escasos minutos de...
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Punto de vista de Lisa Manobal
Nervios.
Mi cuerpo reacciona ante lo imprevisible y la ansiedad se manifiesta.
Nunca me llevé bien con mi madre. De hecho no tenía una relación tan estrecha desde el accidente de Anna. Mi madre era una mujer muy histérica, como las típicas rubias tontas de Estados Unidos que votan a Donald Trump y siguen pensando que la tierra es plana.
Aunque, de tonta no tenía ni un pelo.
– Bien – dejé mi bolso sobre el escritorio– Aquí me tienes. Te doy quince minutos, antes de que Jennie piense que me a tragado la tierra y me busque por todo el pueblo.
– ¿Qué le dijiste?
La observé con detenimiento. No parecía ella misma.
Aunque nuestra relación no era del tipo madre e hija modélicos, la conocía muy bien. Sabía que no estaba bien desde hacía ya mucho tiempo, concretamente desde el accidente de Anna, en el que ella también salió bastante afectada. Hubo una época en la que estuvo yendo al psicólogo por que había desarrollado estrés postraumático. No salía de casa y cada vez que escuchaba el sonido del motor de un coche, se paralizaba y entraba en estado de pánico.
– No importa. – le respondí para que no se preocupara.
– Lisa, dime que no le has dicho nada de esto. Te dije que estuvieras callada.
Tenía la mirada prendida, sabía que había estado investigando sobre el caso, pero no pensé que fuera a un nivel tan extremo. Su estado físico se deterioraba a medida que pasaban las semanas, haciendo evidente su falta de sueño y su mala nutrición.
Por más que le dijera que lo dejara, no me escuchaba. Cuando tomaba una decisión era imposible hacerle cambiar de opinión.
Supongo que la cabezonería la heredé de mi madre.
– ¿Qué malo tiene? No sé qué mosca te ha picado, pero me estás asustado, madre.
– Dios mio. – cubrió su cara con ambas manos.
– Ey, mamá, tranquila, no le dije nada. Le conté que volvería a trabajar en la ferreteria. No me preguntes por ello más, porque ya me siento lo bastante culpable.
Suspiró aliviada, como si se acabara de quitar un peso de encima.
– Mamá... ¿Qué pasa? Me estás asustando. – me mira con tristeza y al instante mi mente divaga, imaginando situaciones que no me gustaban.
