Capítulo 5

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Me mantengo justo donde estoy, completamente en silencio, sin moverme un milímetro. ¿Qué tiene pensado hacer? No puedo creer cómo he podido tener tan poco autocontrol en esta situación, sabiendo la posición tan débil en la que me encuentro. Lo único que tenía que hacer era callarme y esperar a que se aburriese de su jueguecito, pero obviamente no pude hacerlo.

Me sobresalto cuando se pone de pie y camina hasta quedar justo frente a mí. Bueno, lo de que está frente a mí es un decir. Más bien yo estoy mirando hacia arriba y él hacia abajo. Por instinto me alejo unos pasos, pero él anula la distancia que nos separa unos segundos después. Esto me deja sin opciones, pues la puerta está justo detrás de mí.

-¿Sabe lo que les ocurre a las personas que me hablan de esa manera, señorita Russell?- Inicia con voz amenazante.

Trato de decir algo, lo que sea, pero las palabras quedan atascadas en mi garganta.

-Son sometidas a un castigo severo. Normalmente físico- Se responde a sí mismo.

-En verdad lo lamento, Alteza, no sabe cuánto. Yo no pretendía decir eso, es que...- Hago una pausa para escoger bien mis palabras. -No ha sido un buen día y exploté. Pero por favor, no ordene que nadie me golpee.

-¿Quién ha hablado de golpear?- Cuestiona con ligera sorpresa.

-Usted ha dicho que eran castigos físicos...

-No me refería a ese tipo. En el ejército también denominamos castigos físicos a los trabajos de ese carácter. Aquel que le falte al respeto a un superior debe realizarlos forzosamente durante un tiempo determinado- Explica con una calma sorprendente. -¿Tan salvaje me considera como para azotar por una ofensa?

Me encojo de hombros, sin saber qué decir. Mi corazón aún late rápido, pero logro relajarme un poco al saber que nadie me golpeará. Sin embargo, su cercanía no me permite tranquilizarme del todo.

-Entonces... ¿Me aplicará a mí uno de esos castigos?- Indago.

-¿Sabe hacer algo que me interese, señorita Russell?- Pregunta acercándose aún más.

-Yo... Ehhhh.....Ahhhhh- Titubeo, con la mente en blanco.

Su cercanía me abruma en demasía. De repente no puedo pensar en nada más que en eso y cualquier respuesta que tuviese se desvanece de mi mente. Me esfuerzo por mantenerle la mirada, pero es extraordinariamente difícil. Sus penetrantes ojos no hacen más que acelerar de nuevo mis latidos hasta un nivel casi audible. A esta distancia puedo detallar perfectamente los músculos de sus brazos y torso, lo cual no me ayuda.

-Si no sabe hacer nada que me resulte práctico, entonces tendré que buscar otra forma de castigarla por su osadía- Susurra mirándome fijamente.

-O puede ignorar lo que sucedió y...- Trago saliva. -dejarme marchar y así no tendrá que seguir soportándome.

Sé que me he arriesgado demasiado y es probable que se burle de mí y pisotee mis esperanzas. Pero tenía que intentarlo. Sin embargo, para mi sorpresa, no es eso lo que hace. En cambio, me sorprendo cuando una pequeña sonrisa aparece en su rostro, desapareciendo casi de inmediato. Es... extraño. Me estoy debatiendo internamente sobre qué debería pensar sobre el gesto, cuando él vuelve a hablar.

-¿Usted no se rinde, eh?

-No está en mi naturaleza hacerlo- Respondo con valentía.

Se da la vuelta y camina de nuevo hasta el escritorio, volviendo a sentarse en el sillón. Toda la presión que ejercía su cercanía desaparece de inmediato y por fin siento que puedo volver a respirar con normalidad. Es seguro decir que no me había sentido tan nerviosa por causa de una sola persona en toda mi vida.

El despertar de los caídos (#1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora