Capítulo 5

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Corría velozmente y con el corazón palpitando con fuerza a cada paso. Casi atropellaba a varias personas, pero le daba igual.

La heladería estaba relativamente cerca de su casa. Entró, jadeante. Aquel establecimiento era humilde pero bastante bello, con paredes azules y el suelo de un blanco pulcro y brillante. Las mesas y sillas eran de madera pintada de negro, y había fotografías de helados colgando en las paredes.

Diana buscó a Thomas con la mirada. Se empezó a sentir algo decepcionada de no verle, cuando una voz sonó a su espalda, sobresaltándola. La chica se volvió enseguida hacia el dueño de aquella voz. Era él.

Había venido; no era una broma de mal gusto. Diana se alegró tanto que no pudo evitar sonreír nerviosamente, como si hubiese visto una estrella fugaz. El chico le dedicó una sonrisa mientras se acercaba, lo que provocó un vuelco en su corazón.

—Vamos al jardín de la heladería, aquí hay algo de ruido.

—Vale —respondió sonriente y visiblemente nerviosa. Sus piernas estaban temblando como un flan.

¿Por qué querría estar lo más solo posible con ella? No pudo evitar pensar que detrás de todo aquello había algo más. Que quizá Thomas quisiera saber algo de ella...

Algo que ni siquiera ella misma podía explicar.

Intentó evitar darle demasiadas vueltas cuando empezó a explorar millones de posibilidades en su imaginación. Después de todo, quizá no sería nada.

Se fueron a un pequeño patio de la heladería que tenía algunas mesas solitarias. Aquel lugar estaba lleno de flores y arbustos preciosos, y le sorprendió ver los colores tan vivos. Había rosas, margaritas y hortensias que mostraban alegres sus pétalos. El cielo se veía azul y cálido, y algunas nubes juguetonas navegaban por él acariciadas por la brisa primaveral. El jardín estaba casi enteramente rodeado por unos altos arbustos verdes perfectamente cortados, con una enorme entrada que daba a la calle. Allí había varias mesas para dos personas; donde se sentaron mientras observaban el bello paisaje.

Hubo un silencio incómodo en el que Diana simplemente empezó a jugar con su cabello para mantener distraídas sus manos, mientras desviaba la mirada hacia el suelo. Casi temió que él pudiese escuchar sus desbocados latidos o que viese lo coloradas que seguramente estaban sus mejillas. Por suerte para ella, él rompió el silencio.

—Este lugar es muy agradable. ¿Alguna vez has venido aquí con alguna amiga?

—E-eh... No. Jamás me habían invitado a ningún sitio —confesó con cierta timidez. Se arrepintió de haberlo dicho enseguida, sintiéndose una idiota. Ni siquiera tenía amigos con los que salir.

—¿De verdad? ¿Nunca? —interrogó, sorprendido. Luego añadió—: Pues ellos se lo pierden.

Diana le sonrió con timidez y miró la mesa, incapaz de sostener la mirada del chico. Él la miró y le tocó una de sus manos sobre la mesa con delicadeza. El roce era demasiado agradable, casi mágico, pero aún así dio un respingo cuando lo sintió. Sus manos eran cálidas, lo que contrastaba con la frialdad de las suyas en aquel momento.

Sus mejillas volvieron a encenderse y una agradable sensación la recorrió lentamente.
¿Qué pasaba con aquel chico? ¿Por qué la trataba de esa manera si apenas la conocía?

—Thomas... ¿P-por qué yo? —se atrevió a decir, sintiéndose completamente torpe al hablar—. A... a todos les parezco un alienígena o algo así.

El chico rio ante aquel comentario. Aquella risa parecía la mismísima brisa de verano... Era cálida y suave.

—Todas las chicas del instituto no paran de seguirme y coquetear conmigo como si fuera un premio a conseguir. Pero tú eres diferente. Creo... creo que me sentiré más cómodo contigo. Eres linda, de espíritu libre y eres muy buena en el deporte. Creo que todos los chicos de clase se sienten celosos por eso último —comentó con una risa.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora