Tras una hora sin descanso, vieron en la lejanía un extenso terreno sin vegetación que se difuminaba con el cielo. Había vestigios de plantas que una vez hubo, entre ellos troncos y enormes tocones secos, procedentes de los antiguos Árboles Mágicos. La tierra estaba seca y agrietada por la erosión que se produjo con la ausencia de vegetación y tenía un aspecto grisáceo ya que estaba mezclada con ceniza. Un viento caluroso recorría el lugar, levantando alguna que otra mota de polvo del suelo desnudo.
Parecía inmenso y había un ambiente lúgubre, como si se tratase de la misma nada. Se pararon en los confines del desierto y bajaron del unicornio uno detrás del otro.
—Bueno, desde aquí debemos seguir solos. —Las palabras de Hino sonaron firmes, y Diana no pudo evitar sentir un pequeño escalofrío.
—Espera... —Su rostro se apagó un instante y se dirigió al bello animal que tanta compañía les había hecho.
Diana suspiró y le dedicó una sonrisa de despedida. Le dolía decirle adiós después de aquel tiempo juntos.
—Gisi. —Acarició la cara de la criatura dulcemente y dejó un beso sobre su hocico. El unicornio cerró los ojos y buscó su contacto aún más—. Gracias por traernos hasta aquí. Te voy a echar de menos... Nos vemos cuando regrese, ¿vale?
El animal apoyó la cabeza en su hombro y Diana pudo sentir sus emociones. Había añoranza y tristeza por no querer marcharse, pero también gratitud y alegría por aquel viaje que lo había ayudado a salir poco a poco de las sombras. La semielfa esbozó una sonrisa y contuvo las lágrimas mientras rodeaba su cuello con ternura.
—¿Seguro que va a estar bien, Hino? ¿Y si lo atacan esas criaturas otra vez?
Hino soltó una suave risa y asintió, enternecido por la situación.
—¿Es que no lo ves, Diana? Lo has cuidado y apoyado tanto que está recuperando sus poderes. Mira como brilla su cuerno ahora. —Se acercó a ella y apretó su hombro con suavidad. Diana observó cómo efectivamente el cuerno del unicornio poseía ahora un leve halo brillante que se contorneaba al compás de su respiración—. Estará bien, es un animal de la naturaleza y ahora podrá defenderse y escapar fácilmente. Incluso volverse invisible si le hace falta; nadie podrá detectarle.
Diana suspiró, un poco más tranquila con aquellas palabras. Pronto, Gisi se habría recuperado del todo y podría volver definitivamente a la naturaleza. Sonrió, orgullosa por aquella criatura tan extraordinaria. Posó su frente en su hocico y susurró.
—Entonces ten cuidado y regresa a casa con Arno. No puedes acompañarnos más, pero nos veremos pronto.
Gisi restregó su hocico en su mejilla deseándole suerte, y tras unas cuantas miradas llenas de afecto entre los tres, el unicornio salió galopando por el camino por el cual habían venido. Se veía mucho más fuerte y poderoso que antes, así que Diana se quedó tranquila de que no correría peligro.
—¿Vamos? —dijo Hino, sacándola de sus pensamientos. Ella perdió su vista en el desierto con una expresión preocupada y temerosa. Algo le inquietaba.
Su amigo cogió su mano para darle valor. Aquel contacto hizo desaparecer aquellos irracionales nervios aunque fuera solo un poco. Cuando empezaron a caminar, se sintió como el principio de una pesadilla.
Habían llegado a la mitad del camino, y ya no había vuelta atrás.
Pasaron los minutos, y no había pasado absolutamente nada fuera de lo normal. El silencio era desolador y la temperatura angustiosa hasta hacerles sudar. Aun así, no se soltaron la mano ni un momento.
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Lo que la niebla ocultó
FantasíaÉrase un reino que olvidó. Érase el recuerdo de una guerra que destrozó corazones e hizo cenizas amores imposibles. Érase una niebla que la verdad ocultaba tras sus cortinas. Érase una chica llamada Diana con un poder demasiado grande para ella. Un...