Pasó un largo rato de pesado silencio. El calor de la atmósfera parecía descender un poco, pero por desgracia el esfuerzo físico no disminuía la sensación de acaloramiento. Diana jadeó y sacudió la cabeza, sintiéndose algo mareada también. Le pareció que empezaba a padecer lo mismo que Hino pero mucho más leve. Tan solo sentía un aura maligna intentando en vano profundizar en ella, buscando las huellas de la poca magia feérica que poseía.
Observó que en la lejanía comenzaban a verse indicios de árboles y verde vegetación. Sintió una cálida sensación de alivio y rezó porque no fuera un espejismo, un engaño del calor y el cansancio.
—Ya casi estam... —empezó, pero no pudo seguir. Un mal presentimiento la atravesó.
Aquella esperanza se desvaneció en el momento en el que sintió una presencia inquietante a su lado, como si de repente algo hubiese cambiado en el ambiente. La tensión aumentó y la acorraló. Se volvió lentamente hacia su compañero, deseando que solo fuera su imaginación. Sus latidos resonaban en su cabeza y un estremecimiento raspó su piel.
En la mirada ausente de Hino empezó a asomarse una chispa de malicia. Una pequeña risa perversa brotó de sus labios. El calor del ambiente desapareció y fue sustituido por un frío inquietante que le empezaba a trepar por la espalda.
Lo soltó instintivamente, haciendo que él perdiera un poco el equilibrio. Lo miró, recelosa.
—¿Hi-Hino?
Su corazón quería escapar de ella y huir de esa situación. Retrocedió unos pasos y se tropezó con una vieja raíz seca que salía de la tierra, cayendo al suelo de espaldas.
Los ojos de su amigo ya no eran verdes, sino negros. Ya no había luz en ellos. Sintió todo quebrarse a su alrededor.
—Él ya no está.
El miedo empezó a tomar forma en ella y se ahogó en un grito que quedó suspendido en el aire durante unos segundos. La sonrisa y la mirada eran tan perversas que le hacían parecer alguien completamente distinto. ¿Qué había pasado con Hino? ¿Dónde estaba él?
¿Por qué parecía que quería matarla?
—¡No le hagas esto! ¡Deja a mi amigo en paz!
—Me repugna esa parte humana tuya. —Era la voz de su compañero pero más ronca y seca, lo que la hizo estremecerse. Su tono era hostil y afilado—. Destruisteis esta tierra, acabasteis con nosotros, nos robasteis lo que era nuestro.
La Magia Oscura había tomado el cuerpo de Hino y se dirigía directamente a ella ahora, como si el reino enfermo, lleno de resentimiento y odio, le estuviera hablando. Era quizá la voz de los bosques quemados, el fantasma de las vidas perdidas, las lágrimas de las plantas arrancadas y el alarido de una magia que fue envenenada. La herida sangrante de Álfur latía con ira, y aquello le rompió el alma.
Se acercó más a ella, cojeando pero amenazante e imponente. Ella apretó los puños. La poderosa energía que parecía haberla rescatado antes no la salvaría esta vez. Era como si se hubiera extinguido tras haber salido con tanta brusquedad. Se intentó alejar, deslizándose por la tierra y la sangre concentrándose en sus piernas para la huida.
¿Qué haría ahora? No quería hacerle daño a su amigo, no cuando además estaba herido y con su lucidez perdida.
—Los humanos lo arruinaron todo con su ego y codicia. Nuestros bosques, nuestro hogar, nuestro paraíso. Merecen morir tal como ellos mataron a muchos de los nuestros.
—¡No tengo la culpa! ¡Juro que si pudiera cambiar lo que pasó lo haría! No soy como ellos... Sé que no todos son así. ¡Tú mismo lo dijiste!... ¡Hino lo dijo! —se corrigió.
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Lo que la niebla ocultó
FantasíaÉrase un reino que olvidó. Érase el recuerdo de una guerra que destrozó corazones e hizo cenizas amores imposibles. Érase una niebla que la verdad ocultaba tras sus cortinas. Érase una chica llamada Diana con un poder demasiado grande para ella. Un...