Capítulo 13

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Habían llegado hasta una bella pradera verde y repleta de flores. Junto a ellos había un riachuelo cristalino que corría libre por las llanuras, trayendo frescura y vida allá donde llevaba su agua. Era el octavo día de entrenamiento y por primera vez Diana se hallaba a solas con el Maestro, quien la había traído hasta ahí para empezar con los ejercicios de meditación. No podía negar que estaba algo inquieta, pues no tenía la misma cercanía con él que la que tenía con Hino. Pero la serenidad del elfo era suficiente para transmitirle algo de paz.

El Maestro se sentó sobre una roca frente al agua, con las piernas cruzadas en postura de meditación. Diana intentó imitarlo, aunque no le resultaba nada cómoda aquella posición.

—Hum... ¿puedo preguntar por qué vamos a meditar hoy aquí?

—Considero que te vendrá bien cambiar de ambiente y así evitar caer en distracciones. Tu entrenamiento se basa principalmente en la meditación y la visualización además del fortalecimiento del cuerpo. Así que debes ser capaz de centrarte adecuadamente y relajarte.

El rubor empezó a encenderse en sus mejillas, sabiendo a qué se refería. No le resultó fácil concentrarse durante las cortas meditaciones que habían tenido por ser demasiado inquieta o querer contarle algo a Hino que se le había cruzado por la mente. Siempre perdía el hilo de sus propios pensamientos o empezaba a mover las piernas, incapaz de relajarse.

—¿Y para qué sirve la meditación?

—Mediante la meditación entrenas el dominio de tu propia mente, logrando así ser capaz de controlar tus pensamientos y emociones en vez de que estos te controlen a ti. La bestia, como tú la llamas, es removida por estos descontrolablemente. Sin embargo, si aprendes a canalizarlos podrás llevar las riendas de este ser que te domina. ¿Lo comprendes?

Diana asintió, entendiendo a dónde quería llegar. Aún no estaba muy segura de que aquello iba a funcionar, pero ya había decidido tener un poco de fe en el líder. El elfo le dedicó una sonrisa leve pero cálida y se volvió a colocar en posición.

—Ahora cierra los ojos y respira profundamente —empezó el hombre, con una voz susurrante, liviana y agradable que ayudaba a Diana a relajarse—. Deja ir todas tus preocupaciones y permite que tus pensamientos pasen de largo sin juzgarlos. Concéntrate en el aquí y ahora, en el sonido del agua y de los árboles. Déjate llevar por la profunda calma de la naturaleza...

Diana inspiró profundo, dejando que sus pulmones se llenasen del aire puro y de la brisa que los rodeaba para luego soltarlo con suavidad. Intentó hacer lo que el Maestro le dijo, pero tras unos minutos su mente empezó a divagar. Le dolía la espalda, los pies no estaban posicionados cómodamente y le empezaba a picar la nariz. Empezó a suspirar, rendida y frustrada. Un amigable gorrión se posó en su cabeza para saludar y ella intentó contener una risilla.

El líder la escuchó removiéndose y la miró de reojo, con una sonrisa paciente y hasta enternecida. Vio al ave sobre su cabeza y pareció reflexionar durante unos instantes.

—Hablas con los animales, ¿cierto?

—¿Qué...? Eh... sí.

Aquella pregunta le pilló desprevenida y removió algunos sentimientos. Mucha gente creía que estaba loca por aquello y nadie la tomaba en serio salvo su abuela y recientemente Hino. A veces sentía que ni su madre le creía. Por eso pensó que el elfo la iba a juzgar, y sintió hacerse más pequeña en el sitio.

—Escúchalos, pues. Intenta diferenciar sus voces, déjales que te ayuden a conectarte con el latido de la naturaleza, que te presten su fuerza. Los pájaros, los peces del riachuelo, los insectos... Concéntrate en lo que quieren decirte. Siente la vida a través de ellos, Diana. Tú eres parte de ella, eres una gota más de energía en este mundo y por ende eres capaz de conectarte a todo lo que late y respira, tal y como haces cuando escuchas a los animales. Si ellos son tu clave para encontrar la paz, que así sea.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora