Escena extra

5 1 0
                                    

Se sintió ligera y libre, como si estuviera hecha de éter y aire. Ahora que no tenía cuerpo no se notaba pesada, y eso le provocó mucho alivio. El dolor de su enfermedad había desaparecido para siempre y se había transformado en una cálida paz que envolvió su esencia con dulzura. Se inundó de armonía mientras se dejaba llevar cada vez más por aquella emoción. Sin ataduras, sin heridas, sin sufrimiento en cada palpitar... El pasado parecía ya lejano y no le producía ninguna pena... Los problemas eran tan solo un débil susurro del ayer, de una vida ya dejada atrás. Ahora era tan solo alma, y en toda ella se encontrarían los recuerdos de cuando su corazón latía. Pero esta vez no estaban cargados de dolor, sino de inmensa alegría.

Había ascendido por fin a Ruhê como alma, tras haber estado en el limbo despojándose de todo el dolor. En ese momento, todo parecía estar detenido en aquel lugar, como si el paisaje y el tiempo se hubiesen congelado en un eterno y hermoso ocaso. Era un lugar agradable en el que no había sitio ya para la tristeza, el odio y el enfado. Una estancia adecuada para descansar durante toda la eternidad.

Mientras avanzaba por la inmensa niebla y veía los luminosos entes que flotaban y se movían con belleza, sintió una energía similar a la suya acercándose.

Tras girarse, apareció un elfo de ojos color miel y una serena sonrisa. La miraba con pasión y cariño y extendía sus brazos hacia ella. Sin pensárselo dos veces, se lanzó a sus brazos y sintieron aquel roce que habían anhelado noche tras noche.

Se habían reencontrado, esta vez de verdad. Y en aquel momento, en ese mundo de atardecer infinito, supieron que ya nada volvería a distanciarles. Que podrían seguir con la historia que habían empezado tiempo atrás. Cuando se besaron por primera vez en mucho tiempo, sus auras, ahora sin las limitaciones del cuerpo, se fusionaron en una sola. Sellaron sus labios, sintiendo el latido de las energías del otro. Volvieron a unir ese lazo que se había ido aflojando con el tiempo, pero jamás se había cortado. Era aquel lazo rojo del destino que los unió un día en un hermoso lago, cuando la luna los miraba y las flores desprendían sus dulces fragancias.

—Te ves hermosa, Adela —susurró Arno con dulzura.

Y es que su apariencia ahora volvía a ser la de una mujer en sus veinte, aquella que tenía grandes sueños. Que luchó por amor. Aquella muchacha apasionada que contemplaba los distintos colores que coloreaban los días. Al dejar atrás su cuerpo, su esencia había adoptado la apariencia de una de las épocas en las que había sido más feliz.

Y esa fue cuando conoció a Arno.

A pesar de no ser material ya, su imagen volvía a tener el rostro joven, el pelo largo y negro, y ojos azules repletos de luz. Una flor azul decoraba su cabello y un vestido blanco la cubría. Su ser vibró de profunda felicidad.

—Te he extrañado mucho, Arno.

El elfo sonrió y acarició sus etéreas mejillas. Él también parecía un poco más joven, como cuando lo conoció. Sin ojeras bajo sus ojos y con la sonrisa más serena que podía existir.

—Es irónico pensar que te prometí estar juntos hasta que la muerte nos separase y que sea ella la que nos ha vuelto a unir.

La mujer sonrió y esperó un poco antes de responder. Se agarraron de las manos, repletos de ternura y paz. Adela lo miró con el mismo amor y sinceridad que hace tiempo atrás, en aquella aventura prohibida que los unió una vez. Un viaje repleto de luz de luna.

—O quizá después de todo jamás pudimos separarnos... —murmuró ella, acercándose a él—. A pesar de la distancia. Del tiempo.

—Pues esa distancia ya no existe, Adela. Ni el tiempo. Ahora estamos solos tú y yo, en la eternidad.

Ambos se dedicaron una dulce sonrisa. Arno volvió a agacharse hasta su nivel y se volvieron a fundir en un beso sincero, etéreo y trascendental. Sus ojos chispearon con la misma pasión de aquella vez en la que se conocieron.

Repentinamente, vieron cómo otra pareja aparecía delante de ellos con unas expresiones llenas de paz y unos ojos anhelantes. Ambos eran elfos adultos, y por alguna razón Adela supo quiénes eran aún sin conocerlos. La elfa tenía un hermoso cabello rubio oscuro y ondulado. Sus ojos eran de un verde muy intenso, parecidos a los de su pareja, quien tenía el cabello castaño claro y bastante largo.

Los padres de Hino se acercaron a ellos. No hicieron falta palabras para saber que ellos los acompañarían y los guiarían en su camino por aquel plano espiritual. Un perro que ella conocía muy bien los acompañaba, lo que le arrancó una ancha sonrisa. Se agachó y el alma del animal fue corriendo hacia ella, moviendo su cola con el entusiasmo que ella conocía muy bien.

—Tiempo sin verte, Rocco... Me alegra que estés aquí —dijo, acariciándolo. Con cada roce sus energías se tocaban y podían sentir lo que sentía el otro—. Gracias por cuidar a mi niña...

El perro ladró, alegre, arrancándole una risa. Adela se levantó y todos volvieron a caminar para integrarse más y más en aquel plano espiritual. Pero ella miró hacia atrás un instante, recordando inevitablemente a Diana.

«Muchas gracias, cariño», pensó.

Estaba segura de que le iría bien. Que saldría adelante, que Hino la acompañaría en cada momento y que jamás volvería a estar sola.

Ya no sentía tristeza, ira o miedo; estaba tranquila y segura. Se lamentaba de no poder ver algún día, si los había, a sus futuros nietos en persona; de asistir a la boda de su hija o acompañarla en el resto de su vida para ayudarla a enfrentarse a lo nuevo.

Pero estaría siempre con ella, y eso nunca iba a cambiar.

Recordó esos nueve meses de duro embarazo, en la que su esposo la consolaba y la cuidaba; la primera vez que la tuvo en brazos, con su cara serena y dormida; cuando los Espíritus le avisaron de aquel poder que tenía y que le ocultó todos aquellos años; de cómo la vio crecer y jugar hasta convertirse en una mujer fuerte ante el destino...

—¿Estás bien? —preguntó Arno al ver que se había detenido.

—Sí —confirmó—, solo pensaba.

El elfo le tendió la mano invitándole a ir con él. Ella lo miró feliz.

—Vamos, Adela. Exploremos nuestro nuevo hogar... Donde no habrá ningún límite para nosotros. Donde ya no tendremos que escondernos.

—Sí. —Le cogió la mano, sonriente, y caminaron hacia lo más profundo del reino, siguiendo a la otra pareja.

Ya estaban listos para dejar atrás su vida y empezar a sentir de nuevo, de una forma distinta.

Diana y sus padres, aunque separados, sentían el vínculo familiar muy fuerte, un lazo que se había reforzado con la vuelta de Arno. Sabían que siempre estarían unidos y que nada podría estropear eso. Hino y Arno también lo sentían, y los recuerdos que pasaron juntos jamás iban a ser olvidados. Habían aprendido unos de otros, y se habían apoyado. Habían aprendido a quererse por encima de todo y a superar cualquier desafío.

Ahora todos en sus nuevos mundos y vidas seguirían adelante con valentía. Y lo que sabían era algo muy obvio.

Que eran una gran familia.



FIN

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora