Aquella mañana estaba dedicada a practicar la defensa personal y el entrenamiento del cuerpo. El Maestro hablaba con su voz melódica, mientras el canto de los pájaros se rumoreaba entre las copas de los árboles. Hino practicaba su dominio del agua en la pequeña laguna del jardín, y Diana estaba haciendo grandes esfuerzos por enfocarse en lo que su mentor le enseñaba y no distraerse con el sonido de esta chocando contra las rocas. Se limitó a centrarse en su propio entrenamiento y hacer los movimientos que el hombre le enseñaba. Durante aquellas semanas había aprendido multitud de llaves, movimientos y ataques para defenderse. Ello la había ayudado a sentirse aún más segura con su entorno y consigo misma.
—Es crucial que estés en plena conexión con tu cuerpo. Aprendiendo a apreciarlo y a cuidarlo en todo momento te volverás más capaz de controlar a la bestia. Si aprendes a defenderte por ti misma, esta entenderá que no es tan necesaria para la supervivencia y te dejará el poder a ti. ¿Lo entiendes? Te volverás más fuerte contra ella si tu cuerpo lo hace.
—Lo entiendo —respondió mientras el Maestro le corregía la postura de defensa con delicadeza—. ¿Pero cómo conecto más con mi cuerpo?
—Siente tu energía, tus latidos, tu respiración... Permite que se exprese por sí mismo. No juzgues nada, solo aprecia su manera de ser y sentir. Tu cuerpo es tu templo, Diana... Es la herramienta que usas para comunicarte con el resto del mundo. Es esencial que sepas usarlo adecuadamente y que lo aceptes tal y como es. Que lo aprecies incluso cuando cambie al transformarse.
Ella asintió y cerró los ojos. Casi podía notar cómo su sangre recorría su cuerpo mientras jadeaba levemente por los movimientos que acababa de hacer... Poco a poco canalizaba la energía de su interior y la mandaba a cada músculo, a cada célula, hasta que esta se concentraba en sus puños que se movían hacia delante con firmeza. Sus piernas daban patadas en el aire cada vez más firmes y seguras. Tenía calor, pero aquello no la detenía.
—Eso es. Pongamos en práctica algunas llaves que te he enseñado. —El elfo alzó la cabeza y miró al otro joven, que se encontraba levantando una columna de agua con concentración—. Hino, ven aquí.
El chico dejó caer el líquido y se unió a ellos con una sonrisa. Diana le saludó con la mano y él le guiñó un ojo.
—Quiero que entrenéis juntos ahora. —El elfo esbozó una sonrisa y sus manos se fueron a su espalda. Diana se ponía un poco nerviosa cuando tocaba luchar con él, pues Hino era mucho más alto que ella y siempre la derribaba—. Recuerda usar el peso de tu oponente en su contra tal como te enseñé, ¿de acuerdo?
Ella asintió y ambos se pusieron en posición de combate. Su amigo siempre dibujaba una sonrisa desafiante en su rostro que también estaba también repleta de amistad y afecto. Ella le devolvió la mueca y corrigió la posición de su cuerpo para protegerse.
—Adelante —dio la señal el Maestro.
Cuando ambos empezaron a combatir, Diana podía notar cómo su cuerpo se había hecho más rápido y ágil, siendo mucho más controlable que cuando llegó a Álfur. Sin embargo Hino llevaba más tiempo entrenando y le seguía sacando ventaja, por no hablar de su altura superior. Ella lanzaba ataques por doquier, intentando no darle en las zonas sensibles, pero el elfo era rápido y paraba sus puños o sus patadas. Ella, frustrada, apretó la mandíbula y trató de no dejarse llevar demasiado por su espíritu competitivo. Cuando intentó derribar a su oponente, este esquivó su ataque y cuando quiso darse cuenta, había sido ella la que estaba inmovilizada en el suelo. Jadeante, miró arriba como pudo para encontrarse con la mirada de victoria de Hino.
—Te atrapé —susurró él con diversión.
Quizá fueron sus ojos verdes lo que le pusieron inesperadamente nerviosa, o tal vez fue el hecho de estar atrapada y vulnerable bajo su peso, o la mirada atenta del mentor al que no quería decepcionar. Diana jadeó y apretó los puños. No quería seguir sintiéndose tan pequeña e insignificante frente a los demás. Ella también quería mostrar su fuerza sin tener que depender de una maldición que no había pedido. No iba a dejarse derrotar otra vez. Quería ganar y demostrarle a él, al Maestro y a sí misma que podía defenderse. Así que respiró, se concentró y sintió su cuerpo en todo su esplendor. Y tras eso, le realizó una llave a Hino tal como el otro elfo le había enseñado. Se agarró con sus piernas a él, lo desestabilizó por las muñecas y aprovechó el peso de su compañero para hacerle rodar sobre sí mismo y así inmovilizarlo con su cuerpo. Diana soltó una risa de emoción por haberlo conseguido.
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Lo que la niebla ocultó
FantasyÉrase un reino que olvidó. Érase el recuerdo de una guerra que destrozó corazones e hizo cenizas amores imposibles. Érase una niebla que la verdad ocultaba tras sus cortinas. Érase una chica llamada Diana con un poder demasiado grande para ella. Un...