Tras horas demasiado eternas, llegaron al pueblo. Diana corrió rápidamente sin esperar a su madre. Como estaban más cerca de la granja que de la playa, decidieron subir a la casa de campo primero para coger el coche que las llevaría hasta allí. La semielfa empezó a correr, sin apenas esperar a su madre. Subió por los caminos hasta la granja tan deprisa como le permitieron sus piernas. A pesar del tiempo, aún no se había desacostumbrado a aquellas cuestas.
Cuando llegó, algo le paralizó completamente el cuerpo y aceleró su corazón. El mundo se detuvo y le faltó el aliento. Había dos figuras que acompañaban a una enorme ave que estaba en el suelo. Una de las siluetas, la que llevaba una capa, la miró.
El rostro que se ocultaba debajo de ella fue como un rayo de luz en la oscuridad.
—¡Hino! —vociferó eufórica, mientras corría frenéticamente hasta él. Saltó de una forma enérgica sobre el chico, con los sentimientos desbocados.
El elfo se sobresaltó y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero la cogió en sus brazos entre risas. Se abrazaron con fuerza y bebieron de aquel reencuentro, disfrutando del contacto que tanto habían extrañado.
Estaba ahí. Había pasado una semana sin verle, sin perderse en sus ojos verdes, sin rozar su piel, sin escuchar sus bromas o verle tocar la flauta de su madre. Había sido una completa pesadilla; pero por fin el hueco de su ser volvía a llenarse, deshaciéndose de la tristeza y la frustración que la engullía.
—¡Diana! —dijo tras un leve sollozo su compañero. Ella lo abrazó con tanta fuerza que apenas podía respirar, rodeándolo con piernas y brazos como si quisiera fundirse en su cuerpo.
—¿Estás aquí de verdad o es un sueño? Porque si es así, no me despiertes.
—Estoy aquí, fierecilla.
Lo besó profundamente, probando esos labios que creyó que jamás volvería a sentir. El sabor de su boca dejó de ser tan solo un recuerdo y se volvió más evidente. Las emociones estallaban en su pecho y la obligaba a sacar todo sentimiento que había quedado sumergida en la penumbra.
Él la dejó en el suelo y se separó de aquel beso eufórico. Por mucho que quisiera abrigarse en aquel reencuentro, había un asunto más importante en aquel momento.
—¿Qué haces aquí? Tenía que avisaros de algo... —dijo ella. La mirada del elfo se apagó de repente y apareció en ella la preocupación y tristeza.
—Lo sabemos.
Observó a la otra figura que había permanecido quieta. Era la anciana, que intentaba curar las heridas de la colosal águila. No la había reconocido hasta ahora, pues el cuerpo que tenía estaba grisáceo y moribundo...
Pero eran los Espíritus. Estaban heridos.
Por eso la Niebla Eterna no había vuelto. Se llevó las manos a la boca y sintió su sangre detenerse. Todo pareció una cruel broma del destino.
—¿Qué ha pasado?
—Los humanos descubrieron que no estaba la niebla, no sé cómo... —explicó Hino. Ella sí lo sabía, pero no había tiempo de explicaciones—. Y han mandado barcos a conquistar nuestro reino. Hace unos días, uno disparó a los espíritus cuando estábamos en el aire.
—¿Dónde está Arno? —interrumpió Adela, alarmada. Había llegado hacía pocos segundos, jadeante y sin aliento.
—Está en Álfur, él dio la llamada de emergencia, y la difundirán hasta llegar al rey... Ahora mismo los elfos están preparándose para cuando lleguen los humanos —dijo Hino, con voz seria.
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Lo que la niebla ocultó
FantasíaÉrase un reino que olvidó. Érase el recuerdo de una guerra que destrozó corazones e hizo cenizas amores imposibles. Érase una niebla que la verdad ocultaba tras sus cortinas. Érase una chica llamada Diana con un poder demasiado grande para ella. Un...