Capítulo 12

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Diana tuvo un sacudido sueño. Uno que estaba lleno de pesadillas que la atosigaron mientras dormía. El sudor perlaba su frente y multitud de temblores sacudían su cuerpo. El rugido de un tigre fue lo último que escuchó.

Se despertó de forma violenta y se vio ahogada por un grito involuntario. Se notó extrañamente confusa y desorientada. No sabía lo que había pasado el día anterior y había un ruido ensordecedor en su interior.

Se encontraba tendida en la cama de una habitación que no era la de su amigo. Un agudo dolor de cabeza mordía su cerebro con miles de agujas. Se sentó, mareándose un poco en el acto y se estiró para desentumecer los músculos. Fue entonces cuando, en medio del silencio, captó el rumor de unos tenues susurros que enunciaban palabras demasiado bajas como para entenderlas. Se levantó a hurtadillas y pegó la oreja a la puerta para oír mejor. Escuchó dos voces masculinas: una era la del rey, y la otra era al mismo tiempo conocida y desconocida.

—...no puede quedarse aquí —dijo el rey con un tono serio—. Es una amenaza para los elfos. Ha estado a punto de atacar a mis hijas.

—Os lo ruego, majestad —habló el desconocido—, dadle una última oportunidad, puede internarse entre nosotros sin causar problemas. Si la Niebla Eterna la dejó pasar, es por una razón. Vos lo sabéis muy bien.

—Los humanos están terminantemente prohibidos en este reino.

—¿No habéis visto lo ocurrido? Ella es algo más que una humana. Es mucho más, Orym. Es ella. Lo sé.

—¿Estás seguro de que lo es?

—Nunca había estado más seguro de algo —dijo el extraño con voz firme.

—Aun así es peligrosa.

—Estará bajo mi custodia, os lo prometo; no permitiré que vuelva a pasar. Puedo entrenarla. Ella puede ser nuestra salvación.

Esas últimas palabras hicieron que Diana se estremeciera. ¿Entrenarla en qué? ¿Por qué estaría tan interesado en ella? Era una completa desconocida en aquellas tierras, no entendía la razón. ¿No la desterrarían por ser humana?

La voz del rey la sacó de sus pensamientos.

—Está bien. Lo autorizo solo porque sé que eres un elfo noble, confiable y un buen amigo —sentenció el monarca. Le pareció escuchar que su acompañante le daba las gracias—: Hablaré con mis hijas para ponerlas al corriente. Si es cierto aquello, es importante tenerla de nuestro lado. Pero que no me entere de que causa problemas. Si lo hace, no me importará quién sea, será ejecutada.

Aquello le heló la sangre, pero luchó por no alterarse. El otro interlocutor habló, segundos después.

—Eso no hará falta. Os lo prometo.

Le pareció escuchar cómo el monarca dejaba la estancia, y segundos después percibió unos pasos que se acercaban hasta la puerta. El corazón le dio un vuelco. Estaba en casa de un desconocido que se acercaba hacia ella. ¿Qué pasaría a continuación? ¿Cómo debía actuar?

En un movimiento rápido y ágil, se volvió a meter en la cama y se tapó con las sábanas. Intentó ver de quién se trataba, y por suerte su mirada se encontró con la de Hino. Se destapó enseguida y este le dedicó una leve sonrisa como saludo. Suspiró, aliviada de que él estuviese allí.

—Ya te has despertado —celebró su amigo. No respondió pero asintió con la cabeza. No entendía por qué no le salían las palabras en aquel instante—. Te he traído algo de comer —dijo, tendiéndole una bandeja con comida y una copa con agua.

—Muchas gracias. —Su voz sonaba insegura y débil, como un susurro quebrado. Pero siguió hablando. Tomó la copa entre sus manos y bebió—. ¿Qué pasó?

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora