—Aquí estás... —dijo Hino repentinamente, sentándose a su lado con suavidad. Ella se limpió rápidamente las lágrimas que habían quedado en sus mejillas.
Había huido a un jardín común de la aldea al que su amigo la había llevado varias veces. Tenía la esperanza de sentirse mucho mejor estando allí, al aire libre y rodeada de color y animales silvestres. Pero no fue así, pues en su interior tenía lugar una batalla que nublaba todo su alrededor.
—Quiero estar sola, Hino...
El elfo, como supuso, ignoró sus palabras y la rodeó con su brazo obligándola a apoyarse en su hombro. Diana se quedó quieta, sumergida en su mar de pensamientos. Ni siquiera tenía fuerzas para apartar a su amigo, así que se dejó hacer y se limitó a acariciar la hierba inconscientemente.
—¿Quieres... hablarlo?
—No. No lo sé... —Sentía el nudo en su garganta desgarrando cada palabra con dolor—. Es... muy difícil.
—Lo sé. —Hino suspiró y acarició su brazo—. Yo también me he sorprendido...
Un sollozo de rabia acabó por romperla e Hino la apretó contra él para refugiarla en sus brazos. ¿Cómo se debía sentir? ¿Cómo debía actuar? Elfo o no; arrepentido o no; aquel hombre que había contado aquella historia le había provocado a su madre noches inundadas de llanto. Le había robado la alegría y la fuerza de vivir. Diana había pasado casi toda su vida guardándole rencor por su marcha sin explicación. Por dejar a Adela tan destrozada. Por abandonarla a ella cuando era tan solo un bebé. Por no haberse quedado a enseñarle, a cuidar de ella, a ser un padre...
Ni siquiera sabía lo que era tener un padre. Lo más cercano a una figura paterna había sido su tío, pero él solo venía de visita de vez en cuando.
Se secó las lágrimas de nuevo y respiró profundo para intentar aflojar la tensión de su garganta por querer llorar.
—Yo... siempre odié a mi padre —admitió Diana, reprimiendo un sollozo. Tragó saliva, procurando aliviar la angustia de su pecho—. Aunque no lo conociese. Siempre lo vi como una mala persona porque nos abandonó. Y no quería saber nada de él, quería olvidarlo. Y ahora estoy muy confusa porque el Maestro... El Maestro no es así, no es malo, no puede serlo. Él me ha enseñado, confié en él y ahora... No lo entiendo. No entiendo nada.
Diana se llevó las manos a la sien, como si de aquella manera su mente pudiese aclararse. Había pasado tanto tiempo junto a su mentor, queriendo ser tan fuerte como él, aprendiendo de cada una de sus palabras. Le había tomado cariño, confianza y hasta una profunda admiración... Y resultaba que todo aquel tiempo había estado mirando y hablando con el padre al que juró odiar.
—Debe de sentirse horrible, lo siento... La verdad es que no sé cómo fue capaz de hacer eso —respondió su amigo con suavidad. Suspiró—. El Maestro no es una persona que abandone a los demás, puedo asegurártelo. Ya sabes cuánto respeto le tengo.... Él me ha enseñado muchas cosas, me ha guiado mucho... No es una mala persona. Es bueno y muy noble, y en lo que lo llevo conociendo nunca dejó atrás a nadie...
—¡¿Y entonces por qué diablos dejó a su familia?! —inquirió con cierta molestia—. ¡Yo creía conocer al Maestro bien después de este tiempo! Pero ahora... Ahora es como un desconocido para mí. Se fue de repente, Hino... Nos hizo daño.
—No fue justo, lo sé. Pero estoy seguro de que no lo hizo con mala intención, Diana. Ya has escuchado la historia...
Ella calló, incapaz de seguir. Ya sabía que Hino iba a decir algo así; después de todo, era un segundo padre para él. La persona que lo salvó y lo cuidó... Sabía cuánto respeto y devoción le tenía, y no podía culpar a su amigo de aquello.
ESTÁS LEYENDO
Lo que la niebla ocultó
FantezieÉrase un reino que olvidó. Érase el recuerdo de una guerra que destrozó corazones e hizo cenizas amores imposibles. Érase una niebla que la verdad ocultaba tras sus cortinas. Érase una chica llamada Diana con un poder demasiado grande para ella. Un...