Las semanas siguieron pasando, y el tiempo corría especialmente lento ahí, entre todas sus dudas y preocupaciones.
—Otro intento del gobernante en cruzar aquella niebla —dijo Adela, mientras leía la noticia en su teléfono móvil—. ¿Jamás se cansarán de intentar encontrar a mi hija?
En los últimos meses, Douglas había enviado barcos y aviones exploradores para intentar llegar más allá de la niebla maldita. Las personas obligadas a participar en esas misiones habían desaparecido como si jamás hubiesen existido. Estarían condenadas hasta su último respiro en aquel mar solitario del que no había salida.
Douglas parecía no saber que aquello era imposible. Que había una poderosa fuerza detrás de esa niebla que jamás les permitiría pasar. Ni siquiera la ciencia sería capaz de aquello.
—Creo que eso ya les da igual. Son muy cabezotas y muy cabezahuecas. No lo saben, pero creo que inconscientemente quieren recuperar sus memorias sobre aquello que se esconde más allá y que fue borrado de sus mentes, Adela. O quién sabe qué otra cosa traman.
—Álfur... —suspiró. Aquel mágico lugar. El reino custodiado por los elfos. ¿Cómo se encontraría su hija?
Todas las noches rezaba a Navbris deseando que estuviera bien. Lloraba al no tenerla a su lado, por no poder escuchar su escandalosa risa, su cálida voz. Pero sobre todo, por no saber cómo estaba. Álfur era un lugar mágico, enorme y hermoso.
Pero peligroso.
—Algún día me reencontraré con mi gente —habló la anciana. Su voz sonaba nostálgica al hablar de lo que fue su hogar—. Tengo fe en ello. Tu hija será la clave para que todos nos salvemos.
—¿Y si no está preparada? ¿Y si...?
—Lo estará. Los espíritus son conscientes de eso —afirmó mientras llenaba dos tazas de café—. Después de todo, es tan aventurera como tú lo fuiste una vez. Quizá más.
Unos recuerdos ya cubiertos por el polvo de los años encendieron su corazón. Cuánto tiempo había pasado desde entonces. Cuántas cosas habían sucedido. A veces se estremecía con solo ver la luna, porque volvía a experimentar todo aquello.
—Mis fuerzas aún siguen sin aparecer —confesó Adela, sintiéndose cada vez más enferma. Más débil.
—Hiciste suficiente, Adela —siguió la mujer, fijando sus ojos en ella—. Ahora es su turno.
Douglas no estaría quieto hasta conseguir su objetivo. El peligro se acercaba y la situación parecía una cruel broma del destino. Un gran mal iba a desatarse y sumergiría el mundo en cenizas.
❖ ◦ ❁ ◦ ❖
Todo pasó muy rápido. La bestia pretendía destruir todo a su paso para escapar del dolor que atenazaba su corazón, del peligro que la acechaba desde todos los rincones. Con ojos ardientes de ira y energía, el ser rugió. Aquel desgarrador sonido resonó en todo el bosque, espantando a los pájaros que aleteaban entre las ramas de los árboles.
Hino gimió de dolor. Unas manos que ahora parecían afiladas garras habían atrapado sus brazos y se hincaban con firmeza en su carne provocándole un agudo dolor. Los ojos dorados de la que antes había sido su amiga reclamaban su sangre. Su corazón estalló contra su pecho. ¿De verdad Diana se convertía en eso? ¿De verdad había en ella tanta oscuridad?
Cayó al suelo y la bestia se abalanzó sobre él para destruirlo. Sus músculos no respondían. Su mente era un caos. Sus ojos estaban congelados en esa mirada dorada que parecía teñirse del carmesí de la sangre.
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Lo que la niebla ocultó
FantasíaÉrase un reino que olvidó. Érase el recuerdo de una guerra que destrozó corazones e hizo cenizas amores imposibles. Érase una niebla que la verdad ocultaba tras sus cortinas. Érase una chica llamada Diana con un poder demasiado grande para ella. Un...