Aquella semana la dedicarían a prepararse para el viaje, guardando provisiones, comida, mudas de ropa y un botiquín de emergencias para el caso en el que resultaran heridos. Diana había estado más distante los primeros días, y era algo que tanto Arno como Hino habían notado, pero no pudieron hacer nada para ello. Sin embargo, el líder de los elfos tenía algo que supuso alegraría a su hija, pues era algo que jamás había visto.
Guió a los aventureros a un establo donde vivía un precioso unicornio blanco que había sido rescatado tiempo atrás con graves heridas. Estos eran un poco más grandes que los caballos promedio, con patas más largas y elegantes, cuerpos más delgados y un bello cuerno en sus frentes. Normalmente, estos animales permanecían ocultos y solo se dejaban ver a muy pocas personas, pero los tiempos habían cambiado. Con la extinción masiva de su especie y la destrucción de los bosques, el unicornio había caído en una depresión y no habían podido ayudarlo. Había perdido su hogar, después de todo. Arno lo había estado cuidando durante mucho tiempo.
El elfo pudo observar cómo su hija se había quedado perpleja, con las manos sobre su boca y sus ojos llorosos. Supuso que podía notar la tristeza del animal, o quizá se había emocionado con la belleza extraordinaria de la criatura. Sonrió levemente.
—Diana, te presento a Gisi —dijo Arno con voz calmada—. Fue rescatado de una catástrofe provocada por la guerra. Sus heridas están sanadas, pero su mente aún no lo está. Muchos intentaron llevarle a pasear al bosque para que volviese a ver la naturaleza, pero se rehúsa. Creo que tú serás capaz de comunicarte mejor.
La semielfa no respondió con palabras, pero asintió y dio unos pasos hacia delante.
—Gisi... —repitió Diana, acercándose al animal el cual estaba con la mirada baja. Las manos de la mestiza temblaron antes de tocar su hocico.
Empezó a acariciarlo con una intensa ternura y el animal alzó la mirada con lentitud. La chica le observó a los ojos y sus miradas parecieron unirse en una bella sintonía, como si estuviesen hablando en un idioma sin palabras. En ese pequeño pero gran instante algo único se creó entre ambos, un lazo de entendimiento y cariño que iba más allá de lo verbal. Diana le estaba transmitiendo su energía. Su ilusión por la vida. Su felicidad y su amor. A cambio, el animal compartía su tristeza y dolor con ella, en una fuerte empatía que erizaría la piel de cualquiera. Habían creado un puente entre sus corazones que solo le pertenecía a ellos. Su hija era alguien maravillosa y única.
La criatura derramó un leve llanto silencioso que limpió sus bellos ojos oscuros de tanto tormento. No había nada que partiese más un corazón que las lágrimas puras de un animal, sobre todo las de un pacífico unicornio. Se hizo evidente cuánto había sufrido en silencio, como todos los seres de Álfur. Diana sonrió con pena y besó su hocico, también con sus ojos miel llorosos y enrojecidos. Ella procuró aliviar su dolor y su carga, conectando con el animal como nadie había podido hacerlo.
—Siento mucho lo que te pasó, Gisi... Lo siento... Pero no todo está perdido, te lo prometo. Los bosques volverán, y tú volverás a ser feliz.
El animal cerró los ojos y puso su cabeza en el hombro de la semielfa, buscando su calor y su consuelo. Diana lo abrazó con afecto, extendiendo los brazos alrededor de su cuello con ternura. Arno pudo notar cómo ella estaba reprimiendo con esfuerzo un sollozo cada vez más complicado de retener.
—¿Nos dejáis un momento a solas? Puedo ayudarle.
Hino y Arno asintieron casi al mismo tiempo y salieron del establo para darles un poco de intimidad. El líder sabía que Gisi estaría en buenas manos con su hija, y no dudaba en que crearían un fuerte vínculo en poco tiempo. Cuán orgulloso se sentía de ella.
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Lo que la niebla ocultó
FantasíaÉrase un reino que olvidó. Érase el recuerdo de una guerra que destrozó corazones e hizo cenizas amores imposibles. Érase una niebla que la verdad ocultaba tras sus cortinas. Érase una chica llamada Diana con un poder demasiado grande para ella. Un...