Capítulo 30

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Los espíritus eran enormes e imponentes.

Qamar, el espíritu de la luna y la oscuridad era negro, cosa que hacía que su figura fuese difícil de distinguir; solo era una silueta oscura con ojos blancos y un largo cabello suelto que flotaba acariciando el aire, como si estuviera sumergido en agua. Zetwal, el espíritu del sol y la luz era tan blanco que casi hacía daño a la vista. Sus ojos eran de un profundo negro, su figura esbelta y su cabello estaba recogido. Ambos parecían representar el mismísimo yin yang, el equilibrio entre la luz y la oscuridad; el día y la noche.

Hino y Diana se inclinaron en un gesto de saludo y respeto.

—¿A qué es debida vuestra presencia? —preguntó Qamar con una voz femenina, suave y rodeada de eco.

—G-grandes Espíritus —habló Diana procurando que su voz no temblara. Intentó reordenar sus alborotados pensamientos y ser educada—, soy Diana; este es mi compañero Hino. Soy semielfa y tengo... Hanner Anifail.

Diana esperó a que los espíritus hablaran, pero estos solo la miraron con neutralidad. Sus miradas penetrantes imponían respeto y adoración; eran casi como dioses, como divinidades. ¿Qué debía decir? ¿Cómo debía comportarse?

Los nervios hacían nudos en su interior y apresaban el oxígeno. Se sentía diminuta frente a ellos y tan poca cosa que sintió que su presencia les estaba ofendiendo.

—Quiero... deshacerme de eso. De... esa bestia que sale a veces sin quererlo; y sé que vosotros sois los únicos que podéis hacerlo.

Las entidades la miraron fijamente como si la estuvieran juzgando. Diana sintió cómo le temblaban las manos y cómo su corazón estallaba en su pecho.

—¿Por qué anhelas deshacerte de tan increíble Don? —le cuestionó Zetwal. Su voz era masculina y clara. Un escalofrío la atravesó.

Diana puso en su boca las frases que había estado ensayando desde hace tanto tiempo.

—Me ha causado muchos problemas. Por su culpa mi vida fue difícil.... Tuve que huir de mi hogar y además he hecho daño a las personas... —empezó a decir, volviéndose a Hino—. Sobre todo a aquellos que más quiero.

Hino le sonrió triste, haciendo un gesto para quitarle importancia al pasado. La chica suspiró y cerró los ojos, desolada.

—No quiero tenerlo más. Me... aterra esta parte de mí y no quiero hacer sufrir más a mis seres queridos. Quiero ser libre y no sentirme... un bicho raro. Me han entrenado para intentar dominarla; pero no valió para nada.

Los espíritus se miraron durante un buen rato, como si estuviesen leyéndose las mentes y tomando una decisión.

Un sollozo amenazó con escapar. Todo apuntaba que no iban a romper el Hanner Anifail que la maldecía después de tan larga y dura travesía. Hino la estrechó contra su pecho con fuerza, animándola y reconfortándola. Al menos, su aventura había servido para conocerlo a él y aquel mundo mágico.

Repentinamente, la misma sensación que padeció en la Niebla Eterna la envolvió amenazante y un estremecimiento frío le recorrió la columna. Empezó a temblar sin remedio mientras notaba como todo giraba a su alrededor causándole un tremendo mareo. Sus latidos aumentaron y la sangre en ella empezó a correr más velozmente.

Estalló un grito de terror y asombro que la dejó sin aliento. Vio como unas manos gigantes atrapaban y arrastraban a Hino con una expresión de sorpresa congelada en sus ojos.

—¡Hino! —gritó asustada y preocupada, pero no pudo aferrarse a sus manos y el chico se perdió en una extraña oscuridad que parecía caérsele encima. Desapareció.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora