Capítulo 28

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El mago despertó apresuradamente, con los ojos abiertos como platos y una película de sudor en su frente. Respiró hondo e intentó calmar los alborotados pensamientos que tronaban en su mente. Aquello no había sido un sueño: había sido una visión.

Una visión de un futuro muy cercano.

Se levantó con el corazón en un puño, pero procuró mantener la compostura. Empezó a cocinar para sus huéspedes, que dormían pacíficamente en la cama de paja. No pudo apartar aquella sensación de angustia que le había envuelto mientras dormía. Cuando el futuro se presentaba ante él era porque algo muy importante iba a ocurrir. Algo que podría cambiar el curso de Dunia y quizá del mundo. Debía comunicárselo a los otros tres Maestros de la Magia. Había que impedir aquello.

La semielfa que había llegado el día anterior aparecía en la visión. A su alrededor había un terrorífico caos de muerte, dolor y sangre. Un sufrimiento que iba más allá de lo racional. Algo muy grave se avecinaba y si no actuaban, las cosas podrían salir muy mal.

La chica no sobreviviría.

El olor del desayuno consiguió despertar a los jóvenes. Les había preparado unas tostadas de pan con mermelada y unos zumos de manzana. La comida estuvo acompañada de historias impresionantes que quiso contarles: Relatos increíbles de tiempos remotos, hazañas de héroes grandiosos, amores imposibles y amistades indestructibles que llevaron hacia un concreto destino. Sus siglos de experiencias tenían tantas historias clavadas en ellos que sería imposible contarlas todas aquel día.

Cuando quiso darse cuenta, la pareja ya se disponía a proseguir su largo viaje. Contempló a la semielfa con amargura: Quizá el contarles aquellas historias hubiera sido para evitar pensar en lo que estaba por venir.

Un brillo plateado lo deslumbró y pasó como un rayo por la muñeca de la chica. No le hizo falta mucho para adivinar de qué se trataba: Un fragmento de la mística Roca de Luna.

—¿Qué llevas ahí, joven?

—¿Esto? —contestó ella señalando su pulsera—. Me la regaló mi padre. Tiene un trozo de una roca lunar que tenía magia, o algo así. Esta ya no funciona.

Cogió con delicadeza la mano de la joven y examinó la piedra. Los magos apreciaban mucho aquella joya de la naturaleza que aparecía solo la primera noche de luna llena de cada cien años. Nadie sabía a ciencia cierta cómo aparecían, pero era muy conocida por ser una fuente de poder enorme que invocaba la magia de la misma luna.

Aquel pequeño fragmento era capaz de cambiar grandes cosas.

—¿Quisieras recuperar su poder? —preguntó. Aquello podría servir a la joven para muchas cosas.

Podría salvarla.

—¿Es... posible? —dudó ella. Él sonrió.

—Mientras que la magia de las criaturas feéricas se refuerza con el poder del sol, la de los magos y hechiceros lo hace con el de la luna, la famosa rompedora de hechizos. Mi magia es capaz de devolver el poder a tu piedra por segunda y última vez.

La joven miró asombrada a su pareja, quien le dedicó una tierna sonrisa.

—Si no es mucha molestia o esfuerzo, me encantaría —aceptó con una sonrisa. Miró a su compañero.

—Nunca se sabe cuándo necesitaremos algo que nos salve la vida —contestó el elfo.

Él sonrió y tocó la piedra, en la cual apareció un brillo plateado que danzaba en su interior como una diminuta llama centelleante. Que la piedra reaccionara así ante su contacto era señal de que no estaba dañada.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora