Capítulo 24

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Durante los siguientes días Hino y Diana se quedaron en una asequible posada que aprovecharon para descansar y recuperarse. Partieron de la ciudad cuando la herida de Hino estaba mejor y podía volver a caminar con normalidad. Aquel día, tras desayunar en un bar élfico, salieron de la ciudad contentos y eufóricos, dispuestos a llegar al Reino de Ruhê ese mismo día. No pararon de charlar hasta que volvieron al bosque. El mediodía apenas había empezado y el sol brillaba con energía en lo más alto del cielo.

Caminaron un rato por una senda que les llevó hasta una solitaria espesura, situada en una montaña al norte. Quedaban unos días de camino a Ruhê, y eso la ponía un poco nerviosa. Por suerte el camino estaba siendo ameno. Charlaban tranquilamente bajo el cielo azul, siendo cómplices de las risas, las bromas y las anécdotas.

Una inocente pregunta sobre secretos amorosos pasados, les llevó a una conversación que nunca habían tocado. Diana se arrepintió de haber comenzado el delicado tema con su mejor amigo, pues aquello le llevó hasta el recuerdo sangrante de su primer amor, que cubrió su mente y reabrió heridas ya olvidadas de su corazón. Aquel nombre que prometió no volver a pronunciar apareció en la conversación inevitablemente. Diana, no sin sentir aguijones en su corazón al recordarlo, le explicó en detalle a Hino el suceso de la cita falsa, la jaula, y la traición de aquel chico. Ya que confiaba ciegamente en él, quería compartirlo y no seguir guardándoselo dentro.

—A ver. ¿Me estás diciendo que ese tal Thomas se aprovechó de tus sentimientos para hacerte eso con los demás? —La voz del elfo delataba molestia y frustración. Ella asintió, dolida por el recuerdo—. Pero menudo desgraciado. Si alguna vez me lo encontrase...

—Vaya, ¿ya tengo guardaespaldas? —bromeó ella, intentando aliviar la situación. Hino sonrió—. Los vas a asustar con tu belleza de elfo.

—Bueno, más que espantar los dejaría completamente absortos, pero ese es otro tema. —Hino se carcajeó y Diana respondió rodando los ojos y sacudiendo la cabeza.

Pero luego, Hino volvió al tema que tanto le dolía, provocando un pinchazo de dolor en su pecho otra vez.

—Ese chico no merecía la pena, Diana. Tú te mereces a alguien mejor, que te acepte, te respete y que sepa apreciar cuánto vales. —Hino perdió su mirada en el horizonte, por lo que no pudo ver cómo ella sonreía ante aquellas palabras.

—Bueno... Nadie se quería acercar a mí, como ya sabes. Así que lo siento si no tengo ninguna historia cursi de amor que contarte. —Rio, ocultando su dolor—. A todos les parecí siempre un bicho raro.

—A mí me pareces extraordinaria —susurró el elfo. Diana notó cómo sus mejillas se inundaban de calor y su respiración se quedaba atrapada en sus costillas—. Lo digo sinceramente. Y... seguro que algún día encontrarás... el amor verdadero.

Diana apretó los labios, nerviosa. Aquellas palabras quemaban en su pecho. Apartó su mirada de los ojos verdes de su amigo y se concentró en sus botas, que parecían el lugar más seguro para mirar en ese momento.

No, jamás se enamoraría de nuevo. Había sufrido ya lo suficiente como para confiar en el amor otra vez. Su corazón estaba tan herido que no podría volver a abrir las puertas para nadie nunca más.

Eso era, al menos, lo que su cerebro le decía. Su corazón cantaba otra cosa y no estaba segura si quería escuchar esa canción.

—¿Y-y tú? ¿Conociste a alguien especial alguna vez? —le interrogó, con un poco de temor a la respuesta.

Con su atractivo, era imposible que ninguna chica o chico se hubiese fijado en él con anterioridad. Se mordió la lengua al pensar aquello. No sabía por qué se estaba sintiendo tan rara después de tanto tiempo. No entendía por qué sentía de repente los dedos fríos y temblorosos y los músculos tan débiles.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora