Capítulo 41

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Había pasado casi un año desde entonces, y las cosas habían ido cambiando lentamente. Diana ya había dejado de ser una fugitiva en Tao y volvió a su pueblo natal para finalizar sus estudios de Bachillerato. Ahora la respetaban un poco más en su instituto; e incluso algunos le pidieron disculpas por haber participado en el acoso hacia ella o haber ignorado la situación. No pudo perdonar a todos, porque había cosas que no se podían reparar. Pero hizo un esfuerzo por pasar página por fin y empezar una nueva vida sin resentimientos. El apoyo de sus seres queridos fue muy importante, y pudo estudiar con más ánimo aquellos meses.

La joven pareja decidió seguir juntos por un tiempo y disfrutar de lo que durase su romance. Hino se quedó en Tao para estar con ella y su madre, ayudándolas con las tareas de la granja. También aprovechó para aprender sobre la vida y costumbres humanas o investigar nuevas cosas. Además de empezar a estudiar el idioma de Tao, estuvo descubriendo nuevas posibilidades. Tras informarse y conocerse mejor a sí mismo, acabó por definirse oficialmente como demisexual, lo que supuso para él un mayor entendimiento de su pasado y sus porqués, cerrando así viejos autoconceptos.

Cada fin de semana volvían a Álfur para disfrutar de la naturaleza y ayudar en todo lo que podían en la aldea. También visitaban a Gisi, que seguía recuperándose allí. Ahora había barcos que cruzaban entre reinos, ya fuera para el comercio o para el turismo. Ella cada día se levantaba feliz de tener a Hino a su lado, y las clases se le pasaban más rápido pensando en que después él la estaría esperando a la salida. Había roto las cadenas de la rutina que la encadenaba y había pintado los días de color. Ya no sentía que estuviera en una cárcel.

Esa tarde salió alegre de clase, sonriente. A lo lejos, apoyado sobre el tronco de un árbol, la esperaba Hino. Aquel día habían decidido tener una cita en condiciones como una pareja normal, por lo que estaba realmente emocionada.

Algo desvió su atención entonces.

—Hey, granjerita. ¿Te fuiste a trabajar como animal de circo? —soltó Lucy acercándose a ella inesperadamente. Hacía tiempo que no la veía, pues ya no estaban en la misma clase.

—No. ¿Y tú? Con todo ese maquillaje tienes cara de payaso —respondió indiferente y con una sonrisa. Ya no podía hacerle daño, después de todo lo que había pasado. La rubia puso una mueca de desagrado ante su respuesta.

—Aún no he olvidado lo que me hiciste. ¡Me dejaste una cicatriz, monstruo!

Iba a responderle algo sarcástico o gracioso, pero la mejor amiga de ésta zarandeó su hombro con suavidad.

—Lucy, ¡mira allí! —dijo Annie, señalando al elfo que había unos metros más allá.

Lucy se apartó de ella, perdiendo interés en seguir intentando humillarla, y se fue rápidamente con sus amigas hacia el joven de orejas puntiagudas, con miradas coquetas. Aquello le arrancó una risa de pena a Diana, combinada con vergüenza ajena.

—Hola —saludó Lucy acercándose a él con aire seductor—, nunca te había visto. ¿Cómo te llamas?

El joven la miró, y pareció ignorar cómo la chica se agarró a su brazo y lo miraba con ojos rebosantes de seducción y pasión. Diana soltó una carcajada con aquello, pues aquellas chicas no se imaginaban que no tenían ninguna posibilidad con él.

—¿Qué hace un elfo tan guapo aquí?

Hino se limitó a sonreír con cierta incomodidad y extrañeza.

—Esperar a su novia —dijo Diana, llegando hasta ellas y señalándose a sí misma. Las chicas rieron.

—Sí, claro —intervino Lucy, sin creerle—, más quisieras tú ser la novia de alguien. Además, me han dicho que los elfos son unos amantes ardientes y apasionados; no va contigo, bestia —comentó ella mientras acariciaba el cuello de Hino con deseo. Él se apartó de ella con desagrado.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora