Capítulo 11

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Era una mañana tranquila y cálida en el reino de Álfur. Los rayos de sol se colaban entre las plantas en cuyas hojas se hallaban los últimos resquicios del rocío. Los elfos paseaban serenos por el bosque mientras se oía el piar de los pájaros en la lejanía.

Diana disfrutaba de los datos que Hino le contaba sobre su raza. Incluido aquel de que sus orejas bajaban o subían, chivatas de los sentimientos y emociones que atravesaban. Aquello le produjo una intensa ternura que hizo que los adorase aún más. Se dio cuenta de que mucha de esa información no coincidía para nada con la que narraban las historias o los libros de mitología ya olvidados por el paso del tiempo.

—También vemos en la oscuridad bastante bien, ya que debemos ser ágiles en los bosques. Ah, y como puedes ver, somos demasiado atractivos para los humanos —dijo Hino con una mirada pícara y bromista. Con el paso de los días había ido descubriendo aquella faceta divertida y humorística del elfo. Le agradaba, pues conseguía aliviar su mente de preocupaciones.

—Ah, ¿entonces tú no eres un elfo? —bromeó con una sonrisa juguetona.

—Muy graciosa —respondió con fingida indignación y una sonrisa.

—Era broma. —Ambos rieron en sintonía durante unos segundos. Luego Diana añadió—: Entonces este es el bosque en el que los elfos como tú controláis el agua, ¿no?

—Sí, aún estoy aprendiendo. Y tengo amigos y familiares en otros bosques, por ejemplo en el Bosque del Sol Naciente, un bosque en las montañas donde los elfos controlan el aire. En el Bosque de la Luz están los elfos capaces de controlar la tierra y las plantas. También hay otros, como el Bosque Dorado, donde también hay muchas hadas. En cada uno hay un líder que... —No pudo seguir porque de repente el repiqueteo de unas ruedas y el sonido de unos cascos empezaron a rumorearse en la lejanía.

—¿Qué es eso? —preguntó Diana mirando a su amigo, alarmada.

—El rey de los elfos y sus hijas vienen a su visita anual a la aldea... No recordaba que era hoy.

—¿El rey? ¿Cómo es?

—Orym es el líder supremo de todos los elfos. Él y su familia son inmortales, y se les tiene mucho respeto —dijo él con un tono de preocupación. Miró a su alrededor, en busca del carruaje.

—¿Por qué son los únicos inmortales? Creía que lo erais todos.

Hino guardó silencio durante unos instantes. El sonido del carruaje se escuchaba ahora más lejano, como un susurro. El chico se relajó y volvió a mirarla para contestar su pregunta.

—Según dicen, antes todos los elfos lo eran —habló Hino con un aire misterioso, como si contara un cuento—. Yo aún no había nacido, pero en los libros de historia élfica se dice que los dioses nos prometieron un paraíso en un plano superior donde podríamos descansar para toda la eternidad, un lugar ideal y perfecto. Pero eso cambió cuando algunos elfos se acercaron a los humanos y cuando algunos decidieron quedarse con ellos. En periodos de paz, ambas razas se beneficiaban unos a otros, ¿lo sabías?

      »Las leyes de la magia y de los seres feéricos decían que no podíamos convivir con los humanos y tener aquello que los dioses nos darían al mismo tiempo. Siempre pensé que fue tan solo un capricho egoísta del dios de los feéricos. En fin, nos castigaron quitándonos la inmortalidad y el paraíso. —Hino notó su mirada de ojos tristes y le sonrió—. Sí, algunos elfos prefirieron la amistad con los humanos a la inmortalidad. No les importaba. Es irónico pensar que ahora vivamos separados después de aquello.

Diana se quedó maravillada por aquella historia. ¿Tal era el vínculo que unía a ambas razas en otro tiempo? ¿Una amistad que los llevase a renunciar a una vida eterna en un paraíso sin igual? Era simplemente increíble.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora