Capítulo 29

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Su perro, su amigo, su compañero desde la niñez; aquel que estuvo con ella durante toda su vida, en los momentos buenos y malos; en las noches de llanto, en las rabietas de enfado, en los paseos por el campo...

Aquel que le fue arrebatado aquella fría primavera.

No podía creérselo a pesar de que lo estaba viendo con sus propios ojos. Toda la nostalgia acudió a ella y un nudo se formó en su garganta. No era una ilusión. No era un sueño.

—¿Ro-Rocco? —De repente hablar le resultó extremadamente difícil—. ¿De verdad eres tú? ¿Eres un... fantasma?

El perro pareció sonreír con aquella mirada marrón con la que siempre la miraba y corrió hacia ella. Sus pasos no hacían ruido y sus movimientos parecían ligeros y etéreos. Una risa nerviosa repleta de euforia retumbó en su pecho y abrió sus brazos para recibirlo.  

Lo abrazó mientras las lágrimas rozaban sus mejillas: Era él. Se conmovió al ver que las almas de los animales también tenían lugar en aquel reino espiritual. No era ningún fantasma; Rocco era su guía espiritual... Por eso aquellos extraños sueños y señales. Jamás la había abandonado, y aquello fue como un bálsamo para sus heridas. Experimentó una alegría tan amplia que no cabía en su cuerpo, hasta sentirse estallar de emoción. Pasó sus manos por su cabeza y su lomo, acariciando su pelaje negro como siempre lo había hecho.

—Cómo te he echado de menos... No sabes cuánto... —sollozó, intentando no derrumbarse—. Siento no haber estado ahí para despedirte... Siento no haber... —calló. El perro movió la cola y lamió sus mejillas intentando reconfortarla. Diana soltó una risa amarga.

Aquello le resultó extraño. No se asemejaba a tocar algo corpóreo y material ni tampoco el tacto con el vacío. Era una mezcla entre ambas cosas, un contacto leve, como si tan solo fuera el roce constante de poderosas brisas. Un escalofrío la recorrió ante esa sensación. Estaba frío y vibraba levemente, como si aún tuviera un corazón que latiera sin descanso dentro de él. Lo estrechó entre sus brazos como pudo, con un aire melancólico al recordar los momentos que pasaron juntos. Evocando aquellas épocas en las que fue su único amigo, en las que únicamente confiaba en él y el resto de animales.

Cómo habían cambiado las cosas desde entonces. En realidad, todo fue diferente tras su muerte. Aquella experiencia le otorgó valentía, le obsequió con una razón para luchar y huir de las cadenas de su hogar. Sin la guía de Rocco, en sus sueños más profundos, jamás se hubiera atrevido a escapar de Tao. No habría sido capaz de cruzar aquella niebla, no habría logrado pisar el reino perdido de Álfur. Jamás hubiera conocido a...

Hino.

—Rocco —le llamó al mismo tiempo que intentaba recordar su idioma natal, cosa que en aquel momento le fue extraño tras tantos meses—, ¿sabes a dónde llevaron a mi compañero? Es un elfo.

El perro se separó de ella y clavó sus ojos en los suyos. Cuánto había extrañado esa mirada llena de secretos que desvelaba para ella como dos cortinas. Esos ojos brillantes que relucían cuando le miraban. Empezó a correr, y ella intentó seguirlo tan rápido como le permitieron sus piernas. Los espíritus parecían moverse mucho más rápido que los mortales.

—Ya voy, Hino... —dijo, decidida.


❖ ◦ ❁ ◦ ❖


Empezó a tantear el aire y el suelo temiendo que hubiera algo con lo que chocarse, pero no tardó nada en acostumbrarse a que no hubiese absolutamente nada. Solo estaban sus pensamientos y él encerrados en una fría neblina que parecía poner a prueba su paciencia. Estaba en medio de la nada, del vacío. La soledad y la inquietud lo envolvían en un silencio que se hacía demasiado pesado en el ambiente.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora