Capítulo 26

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A la mañana siguiente se despidieron de los zorros que los habían acompañado durante la noche, y prosiguieron su camino, ya recuperados del frío helador. Diana aún seguía débil, pero se ayudó de Hino para seguir la travesía. El sol brillaba en la cumbre, disimulando la devastadora tormenta ocurrida el día anterior que casi acababa con sus vidas.

Llegaron a un lugar rocoso en el que apenas había vegetación. El cielo acarreaba unas nubes esponjosas que parecían seguirles el paso. Hacía fresco, pero en comparación con lo vivido el día anterior aquello era agradable. El viento silbaba con intensidad y persistencia en su contra.

Estaban pasando por un camino muy estrecho en una montaña intentando no mirar abajo, donde había un gran y oscuro abismo. Si no fuera por el cansancio que mordía su cuerpo y la concentración que intentaban mantener, Diana habría jurado que se escuchaban lamentos humanos procedentes de esa oscuridad infinita que tragaba toda luz.

Debían ir uno detrás del otro, aferrarse a lo que pudieran de la pared rocosa, y rezar por no resbalar. El terreno era completamente marrón grisáceo, y se veían pocas plantas. Pero más allá, a lo lejos, se podían vislumbrar los prados y los principios de algunos bosques. El frío los mordía, pero seguían adelante. Iban con mucho cuidado, ignorando los espantosos ruidos procedentes de más abajo del abismo.

—Como nos caigamos, habrá papilla de elfo y semielfa para las criaturas malignas de allí abajo...

—¡Así no ayudas! —exclamó ella.

—Lo siento, lo siento.

—Siento haberte gritado, pero esto es muy delicado.

—Lo sé.

Pasado ese peligroso camino llegarían hasta unas extensas praderas verdes donde podrían descansar. El corazón de Diana iba a mil por hora mientras el vértigo aumentaba. Luchaba por mirar al frente pero sus ojos se desviaban hacia la oscuridad. La gravedad se hizo más evidente y parecía aplastarla por momentos. El terror aumentó cuando el camino se volvió más estrecho y la pared rocosa estaba empezando a ser más lisa, de modo que tenían poco en donde sujetarse.

Y el desastre que intentaban evitar ocurrió. Cuando una ráfaga de viento los golpeó por sorpresa e invadió sus ojos de tierra, Diana apoyó el pie en un mal lugar y se resbaló. El grito rasgó su garganta y la roca raspó su piel. Consiguió aferrarse al borde del precipicio, clavando las uñas en la tierra.

—¡Hino! —gritó. Sus músculos aún débiles por el frío le empezaron a hormiguear. Bajo ella la oscuridad profunda y tenebrosa parecía extender sus garras para tragársela.

—¡Te tengo! —gritó mientras aferraba sus brazos con fuerza.

El elfo dejó escapar todas sus fuerzas intentando levantarla. Diana luchó contra el terror que la ahogaba en su pecho e intentó escalar, rasgándose la piel.

Pero la roca era demasiado inestable, la inclinación peligrosa y los nervios nublaban las acciones. Volvió a caer, arrastrando consigo a Hino.

Un tronco seco que salía de la tierra, vestigio de que alguna vez ese barranco era solo tierra plana, los salvó. El árbol muerto crujió y empezó a separarse de la tierra que lo mantenía colgado. Ambos jadeaban con intensidad. Habían sobrevivido... por ahora.

La luz era tenue, y una oscuridad abismal se extendía bajo ellos. Unos leves susurros llenos de lamento silbaban cerca de ellos, emanados por tenebrosas presencias fantasmales que parecían intentar escapar de aquel abismo sin salida. Definitivamente ahí abajo había algo.

—¡Lo siento...! E-es por mi culpa —sollozó ella. Sus heridas no quemaban tanto como sus emociones inundadas de terror.

—Cálmate, Diana —dijo Hino con voz nerviosa—. Vamos a salir de aquí, te lo prometo.

Lo que la niebla ocultóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora