23. Veneno

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Elliot

Debería ir directamente a narrar lo que pasó después de que terminó la pelea de Alex y Lily. Pero no, como me dejan hablar sólo cada muerte de obispo, voy a intentar desahogarme un poco. ¿Por dónde empiezo? Ah, sí: ¡MAGOS PUTOS! Los odio. Profundamente. Ojalá pudiera encerrarlos a todos en una jaula y obligarlos a convivir con Jared y Sebastien durante una semana entera. Los odio, los odio.

Listo, ahora que me desahogué, sigo con la narración.

— ¡Las próximas en combatir son Rachel Walker y Katheryn Kane! —gritó el mago.

La cara de Kat fue épica. Supongo que pensó que nos pondrían en pareja a mí y a ella. Pero no, como los magos son tan jodidos, nos pusieron en diferentes parejas. Y allá fue Kat, puteando como toda una dama con los insultos más creativos que he escuchado jamás, mientras Alex caminaba hacia nosotros medio rengueando, llevando a Lily en brazos.

Rachel quiso mirar cómo se encontraba Lily, aunque Kat, al ver que no la seguía, volvió refunfuñando, la agarró del brazo y la obligó a acompañarla. Qué amor.

Pasaron unos segundos en los que Kat y Rachel, de pie en el medio de la arena, miraban alrededor suyo con impaciencia. Al cabo de un momento las puertas de la izquierda se abrieron, y por ellas pasaron dos sujetos extraños. Uno tenía el pelo rojizo y la piel algo amarillenta, y el otro tenía pelo violeta y ojos rojos.

— ¡Que comience el combate! —gritó el mago.

De inmediato, el de pelo rojo se lanzó hacia Rachel, y la derribó de un solo golpe, manteniéndola contra el suelo. El otro, el de pelo violeta, saltó sobre Kat, pero ésta ya se había preparado. Agachó la cabeza y logró esquivar al demonio por un puto milímetro; luego le dio una patada en la rodilla. El equilibrio del demonio flaqueó, pero logró agarrarse del hombro de Kat y la tiró al suelo junto a él. Se levantó, agarrándola de la garganta, y le dio un puñetazo que le hizo bailar la cabeza sobre los hombros, como una muñeca de trapo.

Supe lo que estaba pasando. Katheryn no podía luchar, estaba débil. No nos habíamos alimentado desde que llegamos a Haravern, y de eso hacía... ¿una semana? No lo sabía con certeza. Sí sabía que era mucho tiempo. Porque yo también lo sentía. No estaba dispuesto a luchar: perdería.

Para un vampiro, el no beber sangre provoca lo mismo que la falta de comida humana en un mortal: lo debilita, le quita fuerzas. Es como ir chupándole la energía lentamente. Peor si hace días que no se alimenta. Realmente estaba preocupado por Kat.

Me lo reprochaba todo. Desde el principio: empezando por haber dado mi consentimiento para ir a Haravern. Kat y yo no teníamos problemas allá, en el mundo mortal. Nos desenvolvíamos bastante bien. Pero no, hay que salvar el puto mundo. Después, me reprochaba el haberme dejado vencer por los magos en el bosque, haber permitido que nos separaran a ella y a mí. Me reprochaba el haber permitido que nos pusieran en parejas diferentes en el Laberinto, el no haber estado cerca de ella, cuando por compañero le tocó a un bestia semejante como lo es Sasha. Me reprochaba aquel casi beso con Rachel, permitiendo que me distrajera de lo que en verdad importaba: que Kat siguiera con vida.

No, no hubo beso con Rachel. Aquella maldita flor del Laberinto debió empaparnos de alguna sustancia que nos hechizó, haciéndonos creer que estábamos enamorados uno del otro. Por suerte, conozco bastante bien los trucos de los magos, lo suficiente como para lograr identificar y deshacer un hechizo. Por eso, en aquel momento crucial en el que podía pasar a perder toda mi dignidad, algo en mi cabeza hizo clic dolorosamente (fue como si me hubieran dado con un martillo), y me aparté justo a tiempo. Rachel terminó besando la pared, y yo casi reviento de la risa.

Relaciones peligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora