4. Enfrentamiento

644 35 10
                                    

Katheryn

El primer día en el colegio Richmond fue lo mejor. De verdad, no puedo imaginar una mejor forma de pasar un día: conocer a un hombre lobo (mujer), que encima está resfriada y llena de gérmenes el aire. En serio, ¿cómo puede resfriarse un lobo? De verdad me lo pregunto. Y todavía no le encontré la explicación. Siempre me divertía pensando que un hombre lobo no tiene resfrío sino moquillo, como los perros. Pero no sabía que puede pasar de verdad. Es una humillación, una muy vergonzosa. Demasiado. Sólo imagínate: estás peleando con alguien, te quieres hacer el grande y poderoso, el inmortal, el fuerte, el inhumano, y de golpe... ¡ACHÚ!... estornudas como si no hubiera un mañana. Yo no soy un lobo, pero puedo imaginarme lo humillante que debe ser.

Cámara rápida hasta la salida del colegio. No pienso contar las cinco horas de aburrimiento que sufrí en el colegio, sentada con esa Rachel, que a cada minuto sacaba un pañuelo muy usado del bolsillo de su pantalón y se sonaba la nariz. Parecía una corneta, y me pregunto cómo no se le habrá salido la nariz de hacer tanta fuerza. Bueno, no voy a poner a describir cada insignificante detalle, porque no fueron los momentos más gratos de mi vida.

Dios, sé que no te caigo muy bien porque me comí a varios de tus hijos, pero sálvame de esta situación.

Así rogué la mañana entera, hasta que por fin sonó el timbre. Todos se levantaron y salieron gritando "¡LIBERTAAAD!", menos Rachel y un chico que estaba en el banco de atrás. Tenía pelo rubio y ojos azules, era alto y llevaba una campera y jeans. Otra vez, olor a perro. No, no era Rachel. Venía del chico, que me miró con desconfianza pero no dijo nada. Otro hombre lobo, pensé. Por lo menos éste no estaba resfriado, se notaba que olía algo extraño (yo), pero no sabía qué era. Si nunca has conocido un vampiro, no sabes cómo huele y no te das cuenta cuando estás en presencia de uno. Eso era lo que le pasaba al rubio.

—¿Qué harás? —preguntó Rachel terminando de armar su mochila.

—Bueno, yo... —comenzó el chico.

—No te preguntaba a ti —indicó ella—. Se lo preguntaba a Kat.

—¿Kat? —dijo él dudoso, mirándome.

—Katheryn —aclaré en tono cortante—. Y ya dije que nadie puede decirme Kat. Está prohibido.

—¿Quién lo dice? —preguntó Rachel en tono arrogante.

—Yo —contesté, yéndome del salón.

—Pero qué malhumorada —oí que se quejaba el chico.

—Calla, Sebastien —le reprochó Rachel. Yo ya estaba en el patio y todavía podía escuchar su conversación y sus pasos en el pasillo. También sentía la respiración y los latidos del corazón de todos y cada uno de los alumnos que se apiñaban en torno a la puerta del colegio para salir.

Dios, esto es una maldición.

De pronto alguien me tocó el hombro. Me giré. Era un chico alto y sonriente, con anteojos absolutamente falsos y una sonrisa que lo era aún más.

—Hola —me dijo.

—Hola —contesté, aferrándome a mi mochila.

—¿Eres nueva, no?

—Sí.

—¿No conoces la ciudad? Podría llevarte a pasear si quieres. Tomar algo...

—No, lo siento.

Y me fui rápido. Entre codazos, patadas, empujones y maldiciones conseguí abrirme paso entre la masa compacta de chicos y chicas que gritaban, sudaban, se reían... O sea, soy un vampiro. Puedo volar, soy rápida y fuerte y todo eso, ¿pero no lograba salir del colegio por la cantidad de alumnos desesperados por su libertad? ¿De qué me servía tener superpoderes si no podía usarlos? Apenas podía respirar de lo apretujada que estaba. De pronto vi un cuadrado libre y me lancé. Había conseguido avanzar un par de metros. ¿La mala noticia? Seguía sin poder respirar. A mi cuerpo le gusta la respiración.

Relaciones peligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora