33. El portal

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Katheryn

—¿Así que... —comenzó Elliot, después de un largo rato en silencio, caminando por pasadizos y más pasadizos—... ahora los Walker te dicen Kat?

Mmm, huele a macho alfa intentando recuperar su poder.

—No, sólo Alex —respondí, revolviéndome el pelo nerviosamente. Entrelacé un mechón entre mis dedos y me quedé mirándolo, estudiando con interés el color negro. Vaya, era tan divertido.

Elliot se detuvo de repente. Juro que escuché un chasquido. Creo que estaba a punto de reventar.

Elliot es demasiado temperamental, no sé si lo había mencionado antes. Le dices algo y te puede destruir de dos formas: con un sarcasmo demasiado hiriente, o a golpes, directamente. Generalmente es a golpes, pero últimamente andaba más sarcástico que otra cosa. Creo que soy una mala influencia.

Ah, y también es muy celoso y sobreprotector. Destruye todo lo que se me acerca a dos kilómetros a la redonda. Que aún no hubiera descuartizado a los Walker era sólo porque eran nuestros aliados... por el momento. Aunque eso es recíproco. Él se encarga de los que intenten acercarme, y yo hago lo mismo con las putas que hay por ahí. Porque siempre las hay, por más que intente erradicarlas.

...

Como estaba diciendo, Elliot se detuvo bruscamente y se giró. Sus ojos echaban chispas.

—¿Alex? ¿Alex Walker? —vociferó, agarrándome de los hombros.

—Alto, de pelo castaño, ojos azules, Lycan, se acaba de ir por ese lado... Sí, lo conozco —respondí irónicamente—. ¿Por qué?

Elliot frunció el ceño. Se había puesto de mal humor. Pero por lo menos me había soltado.

—Que no pueda leer los pensamientos no significa que no pueda leer los tuyos —comentó con tono amenazante—. Te voy a estar vigilando. Y en cuanto vea a los Walker, voy a patear unos cuantos traseros.

Sonreí.

—Por algo eres mi modelo a seguir —repuse, abrazándolo con un gesto teatral—. Ahora, si no te molesta... ¿podemos seguir el camino?

—Esto no quedará aquí —refunfuñó, volviendo a caminar.

Sigue pensando eso, paliducho.

Tras cinco minutos, volvió a hablar.

—Te dije qué es lo que percibo de su energía.

—Lo sé.

—Sabes lo que pienso sobre eso.

—Lo sé.

—Estábamos mejor sin ellos.

Silencio.

—Lo sé.

Hubo una pausa.

—Entonces, ya sabes qué hacer si eso llega a suceder.

Otra pausa.

—Sí, lo sé.

Asintió con la cabeza.

—Bien.

Lo que Elliot me había contado me producía tanto asco que ni siquiera me atrevía a decirlo. Aunque eso no me impedía gastarle bromas a Elliot con el asunto. Pero una cosa era bromear, y la otra, hablarlo seriamente.

Otra vez la conversación murió, y nos hundimos en el silencio. Lo único que se oía era el sonido de nuestros pasos por el suelo de piedra. En un momento, el camino se había bifurcado, pero el de la izquierda era notablemente más pequeño que el derecho. Decidimos seguir por el camino principal, y así avanzamos sin hablar durante unos diez minutos.

Relaciones peligrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora