Capítulo 27: La casa de mis padres

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Capítulo 27: La casa de mis padres

Mildred Halt

No le respondí, solo continué arreglando mi ropa en el closet a pesar de que sus simples palabras me hicieron sonrojar el rostro y hasta las orejas.

Vi como él sacaba también la ropa de su bolso para empezar a acomodarla en el closet, se quitó la camisa que llevaba para colgarla y tomó una franela gris más fresca solo que la dejó a un lado sin ponérsela aún, noté el tatuaje en su ejercitado torso de tinta azul y roja con el dragón que se extendía por todo su brazo derecho, era bastante musculoso, cuando me dio la espalda vi la forma de sus anchos hombros y la manera en la que sus caderas se estrechaban donde colgaban tentativamente sus pantalones que ahuecaban su redondo culo, saber qué era lo que había debajo me hizo morderme los labios.

—¿Quieres una foto? —dijo en tono burlón sin voltearse mientras seguía guardando su ropa.

Me voltee rápidamente para continuar lo que hacía, que vergüenza, ni siquiera me había fijado que me había quedado como una estúpida mirando sus tatuajes y su cuerpo, pero realmente Dionisio era... un completo manjar para la vista.

—Veía tus tatuajes —admití— ¿tienen significado?

—No. Bueno, me los hice después de que mis hijos nacieron, el dragón rojo es Emiliana y el azul Sebastian.

Me parecía tierno que tuviera unos dragones en representación de sus hijos en su piel, como parte de él.

—El dragón azul es muy lindo —comenté porque era lo que pensaba, tenía detalles delicados.

—Yo lo diseñé.

—¿En serio? ¿te gusta pintar? —pregunté.

—Sí —admitió—, a Sebastian también le gustaba pintar.

Terminé de sacar las cosas, bajé la maleta para guardarla también, él se colocó la franela cubriendo su torso.

—¿Quieres hablar de eso? —pregunté.

Él terminó de colgar sus ultimas prendas y evitó mi mirada, parecía de repente más serio.

—No, realmente siempre me pone melancólico, y es lo último que necesito ahora —admitió.

Apreté los labios de repente sintiendo mucha curiosidad por él, podía ver que era un hombre que a pesar de que siempre intentaba tener buena actitud y estaba casi siempre de buen humor, no le gustaba hablar mucho de sí mismo para no quebrarse, como una mascara ¿tan mal estaba por dentro?

—¿Estuviste casado? —indagué.

Cerró su bolso y lo guardó mientras decía:

—Clara, era mi novia en el instituto, salió embarazada a muy temprana edad de Emiliana, así que le propuse casarnos, luego de un tiempo tuvimos a Sebastian. Ella murió hace algunos años en un accidente automovilístico.

—Lo siento mucho.

Se encogió de hombros.

—Ese día habíamos discutido, yo sospechaba que tenía un amorío en su trabajo con un idiota que era su jefe; se llamaba Roberth, ella era asesora de marketing en una empresa. En la noche se fue enojada de la casa sin decirme a donde iba; de hecho eso se le había hecho costumbre, para ese momento ya nuestra relación estaba muy mal y me dijo que quería el divorcio.

Hizo una pausa y vi como su mirada se quedó perdida en la nada cuando continuó diciendo:

—Me llamaron en la madrugada notificándome que había habido un accidente en la autopista, y que la identificación mostraba que era Clara. Me pidieron que fuera a identificar el cuerpo en la morgue, en efecto era ella, e iba en el auto con Roberth, la autopsia notificó que ambos estaban bajo influencia del alcohol, y luego las pistas de la policía dieron que ellos habían salido de una discoteca juntos y se dirigían a un hotel donde ya tenían reservación.

Suspiró, podía ver la decepción reflejarse en su rostro.

—Supongo que casarnos tan jóvenes nos privó de muchas cosas que ella quería experimentar —concluyó—, no la culpo.

Al ver que no iba a seguir hablando me atreví a preguntar:

—¿Los niños cómo se sientes al respecto?

—Ellos no les afectó demasiado —admitió—, Clara nunca tuvo ese apego familiar con los niños, siempre fueron más apegados a mí y realmente intenté dar el doble de mí cuando ella no estuvo, pero supongo que no hice un buen trabajo.

Su voz se trabó y podía ver lo mucho que le afectaba que su hijo no estuviera con él.

—Eres un buen padre —dije—, hay cosas en la vida que simplemente no sabemos explicar, solo pasan y tenemos que aceptarlo porque no vmos a poder cambiarlo.

Afirmó lentamente con la cabeza aún su mirada seguía perdida en alguna parte de la pared.

—La mitad del tiempo solo existo —admitió—, la otra mitad ni se lo que hago.

Sonreí un poco y di un paso hacia él para colocar una mano sobre su brazo y murmuré:

—Nadie sabe lo que hace, solo improvisamos y de eso se trata la vida, fluir.

Él tragó pesadamente saliva y afirmó con la cabeza como única respuesta.

—¿Te sientes solo? —continué preguntando.

Él se rió entre dientes y se separó de mi agarre para decir:

—Me estas metiendo en una de tus terapias psicológicas.

Lo pensé un poco, en realidad sí, pero era porque él me parecía una persona muy interesante.

—Solo hablo contigo —dije— creo que más allá de tu humor, eres profundo.

Noté como frunció el ceño y su rostro se mantuvo serio.

—No soy uno de tus pacientes —respondió a secas y seguidamente su teléfono sonó, lo sacó y miró la pantalla—, Lo siento, es del trabajo —sin decir más atendió metiéndose al baño de la habitación cerrando la puerta.


Creo que él me había dicho que era gerente de una empresa o algo así. Me daba curiosidad su reacción evasiva tan de repente cuando teníamos una conversación tan fluida. Dionisio había pasado por muchas cosas y hasta ahora me daba cuenta de que no era un idiota de cara bonita, sino que tal vez evadía el compromiso para que no volvieran a hacerle daño.

Amor por 4 meses (Completa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora