• Parte 5

324 56 0
                                    

A la mañana siguiente, fue Felicity quién se despertó primera que todos y bajándose de su cama fue corriendo al cuarto de su padre en donde abrió la puerta y de un salto se subió a la de él. Gateó hasta llegar a su cara y le dio palmaditas en la mejilla. Su padre, quien desde hacía tiempo estaba despierto, le mostró una cara poco bonita, solo para que la niña se riera, aquello fue seguido de cosquillas en la panza y muchos besos. Felicity a pesar de que ya le dolía la panza de tanto reírse continuó haciéndolo.

―Basta, papá ―le dijo y él no le hizo caso.

―¿Qué haces despierta tan temprano?

―No podía dormir más, creo que iré a despertar a Orqui.

―Déjala tranquila, debe de estar demasiado cansada del viaje ―le contestó mientras metía a su hija dentro de la cama y la abrazaba contra él.

―De acuerdo, papá ―se acurrucó más contra su cuerpo y la niña volvió a quedarse profundamente dormida.

Por otro lado, dentro de la habitación de Orquídea, la joven estaba terminando de secarse el cuerpo después de una ducha y salió del baño con la ropa interior puesta. Solo un simple vaquero y una remera de mangas largas con un calzado bajo y un par de aros, iban a ser el atuendo de aquel día.

Armó la cama con tranquilidad y luego salió del cuarto, la joven fue a despertar a la niña, pero no la encontró, por lo que aprovechó para armarle la cama y acomodarle de nuevo algunas cosas que vio desparramadas, puso los almohadones y algunos peluches sobre la cama y pronto salió de la recámara. Bajó las escaleras y caminó hacia la cocina en donde encontró a la cocinera.

―Buen día, Ofelia. ¿Cómo está?

―Buenos días, muy bien, ¿y tú?

―Muy bien también.

―¿Cómo has dormido?

―Perfectamente.

―Aquí se duerme muy bien ―le comentó la mujer.

―¿Tiene idea dónde puedo conseguir un teléfono público?

―Antes que nada, puedes tutearme y con respecto a lo que me has preguntado, puedes llamar desde aquí.

―No me gusta pedir.

―El único teléfono público es el que está en la ciudad. Otro no hay aquí, salvo el de la casa.

―Después le preguntaré al señor si es posible llamar a mis padres. ¿Tú vives cerca de aquí?

―Cerca del pueblo, a pocos minutos de la casa, gracias al señor, tenemos una bonita casa.

―¿Le gusta ayudar a las personas?

―Demasiado. Por eso, es muy querido en el pueblo y en la ciudad. Ayuda a los demás cuando puede, sin recibir nada a cambio, aunque quizá es demasiado confiado con todo el mundo y por eso es por lo que a veces le pagan de mala manera ―le contestó Ofelia.

―A veces hay que ser bastante malo y arrogante para que nadie te tome por idiota ―le respondió Orquídea.

―La arrogancia es una característica en él, suele ser siempre así.

―Lo sé. Conocí su personalidad ayer ―le dijo y luego cambió de tema―, ¿quieres que te ayude a preparar el desayuno?

―¿Sabes hacer panqueques?

―Sí. Los hago, no tengo problema ―le sonrió.

―Te daré una sartén pequeña, tanto al padre como a la hija le gustan gruesos y esponjosos.

―¿Les pones algo?

―No, los comen solos, pero si quieres, puedes preparar algo más por si se les antoja probarlos con otra cosa.

―¿Hay crema de leche?

―Sí, dentro del refrigerador en una jarrita.

―Está bien. Haré una crema batida por si quieren untarla en los panqueques.

Orquídea batió la crema de leche hasta que se hizo espesa y consistente, y la colocó en un bol mediano, una vez acabado, ayudó a Ofelia a preparar sándwiches y disponer todo en la mesa del comedor.

Vientos de Cambio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora