El lunes alrededor de las tres de la tarde tocaron el timbre en la finca, ninguno de los adultos esperaba a alguien y fue Nathaniel quien se levantó de la silla del juego de jardín en donde estaba compartiendo un almuerzo con su hija y esposa, y caminó para abrir la puerta.
Al hombre se le desfiguró la cara cuando la vio frente a él, de nuevo. Habían tenido un fin de semana tranquilo y feliz, y la semana parecía divisarse de aquella manera también, pero fue estropeada por la presencia de Catherine.
—¿Qué haces aquí? —su pregunta fue tan gélida que hasta la mujer sintió miedo.
—Yo... fue una sorpresa que viniéramos a Colorado Springs, ayer te vi y pensé que la nena que estaba contigo era mi...
—No es nada tuyo y viniste para perder el tiempo aquí, será mejor que regreses al hotel o a donde sea, mi hija no te necesita y yo tampoco —se lo dejó bien claro.
—Jamás me perdonarás, ¿verdad?
El comentario que le hizo irritó aún más a Nathaniel y se le carcajeó en la cara.
—Estás loca si crees que te voy a perdonar algo así, ¿acaso te olvidas de que me echaste la culpa por embarazarte cuando lo que hicimos fue de mutuo acuerdo? Ninguno obligó al otro a no usar protección y a ti te preocupaba más tu cuerpo y la estética porque tenías aspiraciones muy grandes en llegar a Hollywood, pues lo conseguiste, pero no me importa una mierda —le respondió con asco—, estás casada, tienes un hijo y la verdad es que a mí no me interesa tu vida de rica glamorosa. Así que, te conviene irte de aquí, porque de lo contrario llamaré a la policía por estar merodeando una propiedad privada.
—Nathaniel, he cambiado mucho.
—¿Y crees que me importa? Nos abandonaste en el peor momento porque se te ocurrió dejar de ser una madre para la niña —frunció el ceño con mucho enojo—, no vengas ahora a hacerme creer que cambiaste o que sienta lástima por ti, porque no la tengo.
—Me gustaría conocerla.
—No tienes derecho a nada sobre ella, tengo el certificado de su nacimiento en que figura que solo es mi hija.
—¿Has borrado mi nombre de esos papeles?
—No, pero tengo la custodia completa de ella puesto que tú nos abandonaste y fuiste bastante clara con lo que me dijiste, así que, no hace falta que te lo repita. Pasaron muchos años como para que regreses a reprocharme algo y menos con respecto a mi hija.
—¿Ni siquiera me dirás su nombre?
—No, Catherine, regresa a tu mundo y vuelvas por aquí, no eres bienvenida.
Felicity se asomó a la sala para escuchar lo que hablaban, hasta que se presentó frente a la mujer y quedándose al lado de su padre.
—Vuelve adentro, solcito.
—No me iré, quiero verle la cara a la mujer que nos dejó porque quiso sin importarle nosotros —sus palabras fueron bastante tajantes y sin titubeos.
—Hija no me hables así, regresé para poder darte lo que antes no podía —le expresó intentando persuadirla de algún modo.
—¿Hija? Yo no soy tu hija, ni siquiera te conozco —le habló bien clarito—, para mí eres una persona extraña, mi padre es él —lo señaló—, y mi madre es la esposa de papá, así que, yo no tengo relación contigo.
El rostro de Catherine quedó de piedra cuando escuchó todo lo que le había dicho aquella nena que era su verdadera hija, pero que no tenía ningún derecho sobre ella.
Nathaniel miró la cara de la mujer, no hacía ninguna mueca, porque lo que le dijo Felicity era cierto, no era su madre como tal a pesar de haberla tenido y de alguna forma, sabía que no tenía sentimientos genuinos hacia la nena. Su hija no era nada igual a su madre biológica y estaba agradecido y feliz por haber criado a una niña buena, honesta e inteligente.
—¿Qué dices? —Unió las cejas porque le molestó lo que le había dicho.
—Lo que escuchaste, tú no eres mi madre, sé que me tuviste en la panza y me hiciste nacer, pero no te conozco y tampoco quiero conocerte.
—¿Acaso tú le llenaste la cabeza? —le preguntó clavando los ojos en él y enfrentándolo.
—Papá me contó todo, también me dijo que yo decidía lo que quería hacer, si conocerte o no, pero no, no quiero conocerte más de lo que estoy viendo ahora y sinceramente nunca te extrañé.
—¿No quisieras conocer a tu hermano?
—Hermanastro querrás decir y no, no lo quiero conocer tampoco, no quiero que formes parte de mi vida y ni que tú y tu nueva familia formen parte de la mía. En pocas palabras no te quiero —negó con la cabeza también.
—¿No dejarás que quiera verte más seguido? ¿Que yo venga o tú vayas donde vivo?
—¿Por qué no puedes entender que no te quiero? Me cambiaste por dinero y tener una buena vida, no necesitas que papá o yo te lo repitamos, así que, por favor, vuelve a tu vida y a mí me dejas tranquila.
Felicity se dio media vuelta y corrió de regreso al jardín en donde se tiró a los brazos de Orquídea llorando.
Nate fue más serio y escueto en sus palabras.
—Olvídate de ella y sigue con tu vida porque no te necesita y ya supiste que no te quiere —declaró y le cerró la puerta en la cara.
Catherine quedó consternada y dio un paso hacia atrás para bajar los pocos escalones del porche y meterse en el coche que había rentado por los días que se quedaría en Colorado Springs junto a su marido e hijo.
No pudo pretender que la hija que había dejado la recibiera con los brazos abiertos y la perdonara, tenía bien merecido lo que le dijo, a pesar de que había tratado de convencerla de alguna manera de alguna manera para que comenzaran a tener una relación maternal, no pudo y más rabia le había dado, pero haría lo que tanto aquella niña y su expareja le habían aconsejado, olvidarse de ella porque no la querían.
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Vientos de Cambio ©
Fiction généraleOrquídea se ve obligada a buscar empleo en la ciudad próxima al pueblo donde vive, pero no de lo que se graduó, maestra rural, sino de niñera. Para fortuna de ella, el dueño decide contratarla para cuidar a su hija, pero de a poco las cosas cambian...