Durante el almuerzo ninguno de los tres hablaba y Felicity fue la que rompió el hielo en aquella mesa.
―¿Sabes que la señorita D'Orè es muy buena en matemáticas, papá?
―¿Sí?
―Sí, me estuvo ayudando con la tarea para el lunes y me enseñó una técnica mucho más rápida para poder contar y sacar enseguida el resultado de las cuentas.
―Me parece perfecto ―le respondió sin levantar la vista del plato.
Aquella pequeña conversación fue la única que se produjo en la mesa y Orquídea quedó más desconcertada que nunca. Comprobó con más ahínco que el trato entre padre e hija era casi nulo y eso hizo ruido en sus pensamientos, tenía que hacer algo para revertir la situación, pero sentía que iba a meterse en un terreno que no le correspondía por ser simplemente una desconocida.
El domingo por la tarde compartieron con la hija de su jefe un paseo por los alrededores de la casa en donde estaba viviendo. Felicity le mostró todo el jardín trasero con su piscina y fuente de agua también. Orquídea había quedado maravillada al ver tanta vegetación junta que contrastaba maravillosamente bien junto con el turquesa de la piscina.
―Desde que me acuerdo vivo aquí, me crie en esta casa y la adoro, tuve una infancia muy linda, a pesar de las feas situaciones en las que viví.
―Aún sigues siendo una niña, Felicity. Vas a cumplir diez años, pero sigues siendo pequeña y tienes que seguir manteniendo esa encantadora sonrisa en tu rostro ―le expresó con sinceridad Orquídea acariciándole el cabello.
―Me siento muy a gusto contigo, solo espero que papá no cambie de idea en querer contratar a otra niñera, me gusta estar contigo, me siento cómoda y puedo ser yo misma sin llevarme una reprimenda por ti.
―Estoy para cuidarte, tu padre me contrató para cuidarte y estar contigo, no para que te regañe o te maltrate.
―¿Y a ti quién te cuida?
―Me cuido yo misma.
―Eso es aburrido, creo que es lindo saber que alguien cuida de ti.
―Sí lo es, pero por lo pronto, me cuidaré sola y a su vez cuidaré de ti también ―le respondió abrazándola por sus hombros mientras seguían caminando por el jardín.
En la planta baja, un solitario Nate las miraba desde la ventana de su despacho. Ofelia entró luego de golpear la puerta.
―¿Por qué no se integra al paseo? ―le sugirió su cocinera.
―No puedo ―le confesó poniendo las manos en forma de puños y apretando los dientes.
―No quiere, que es diferente ―le contestó con pesar.
―No sé cómo acercarme más a mi hija ―le dijo con la mirada perdida y melancólica.
―Acercándose, la niña no tiene la culpa de haber salido parecida a su madre.
―En eso tienes razón, pero todavía no puedo hacerlo ―habló volviendo a sentarse en la silla.
―Creo que se está equivocando. Le dejo su café, señor ―Ofelia le dejó la bandeja con la taza y se retiró del despacho.
Poco tiempo después, ambas entraron a la casa para merendar juntas dentro de la cocina. Antes de cenar, Felicity quiso ducharse para que luego no se le hiciera tarde en acostarse. Posterior a la comida de la noche, Orquídea subió con la niña las escaleras para acostarla, no sin antes haberle dado un beso en la mejilla a su padre y desearle las buenas noches.
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Vientos de Cambio ©
Fiction généraleOrquídea se ve obligada a buscar empleo en la ciudad próxima al pueblo donde vive, pero no de lo que se graduó, maestra rural, sino de niñera. Para fortuna de ella, el dueño decide contratarla para cuidar a su hija, pero de a poco las cosas cambian...