• Parte 2

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La muchacha llegó a la casa pasadas las ocho y media, y se dirigió a la cocina para hablar con Ofelia.

―¿El señor?

―Dentro de su oficina, es el único lugar donde siempre se queda.

―¿No sale a trabajar?

―A veces lo hace, tiene campos que administra, pero tiene empleados también. Así que, muy pocas veces se va para el campo a supervisar todo ―le contestó mientras vertía el café dentro de la taza.

―¿Se lo llevarás al señor? —cuestionó la niñera.

―Sí.

―¿Me dejarías hacerlo?

―Si tú quieres, sí.

Orquídea tomó en sus manos la bandeja que contenía la taza y caminó hacia el despacho de su jefe, golpeó la puerta antes de entrar y él le dijo que pasara. Nate se sorprendió cuando fue la chica quien entraba y no su cocinera como solía hacerlo.

―Le dejo la taza de café que le preparó Ofelia.

―Gracias, ¿por qué no ha venido ella?

―Está ocupada preparando el almuerzo. ¿Necesita algo más?

―No, gracias. Ya puede retirarse.

―¿Por qué no es más amable con las personas? ―le preguntó apretando los puños.

―No tengo intenciones de hacer ninguna amistad más.

―Que intente ser más amable con los demás no querrá decir que deba forjar una amistad con ellos, solo tiene que ser más simpático. Aunque sea por obligación.

―Si no le gusta, sabe bien lo que debe hacer ―le dijo sin dejar de mirar los papeles que tenía frente a él y Orquídea abrió los ojos.

La joven estando furiosa cerró la puerta sin hacer el mínimo ruido y lo dejó hablando solo. Cuando el hombre levantó la cabeza para enfrentarla ya era demasiado tarde, se había retirado de la oficina dejándolo con la palabra en la boca. Nate formuló una sonrisa de lado al comprobar que ella le había hecho lo mismo que él la noche anterior.

A las doce y media de la tarde Felicity salió del colegio y vio a su niñera esperándola en la entrada del instituto. La niña la abrazó por la cintura y la chica por el cuello dándole luego un beso en la coronilla.

―¿Cómo te ha ido? ―le preguntó Orquídea.

―Muy bien, ¿y a ti?

―Muy bien también ―le sonrió la joven―. Vayamos a casa para almorzar.

―De acuerdo, es muy lindo saber que me vienes a buscar también.

―Lo hago con gusto, Felicity. ¿Quieres pasar por algún lado antes de ir a casa?

―No, no tengo nada que comprar.

A la una de la tarde ambas llegaron a la casa, Felicity saludó a su padre y subió las escaleras para lavarse las manos y cambiarse de ropa, la joven mujer le siguió detrás.

Vientos de Cambio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora