Felicity ya dentro de la cama quiso hablar con su niñera de lo que había pasado aquella tarde.
—Jamás olvidaré este día.
—Me alegro mucho de que te hayas divertido, ese era el propósito —le sonrió.
—Sé que papá no quería hacerme la fiesta.
—Tu padre fue el que decidió hacerla —respondió cerrando el libro de cuentos porque intuía que la niña no quería escucharlo.
—Sí, pero si tú nunca le hubieras insistido, de él no iba a salir la decisión de realizarla —le contestó con sinceridad.
Nate había escuchado con claridad las palabras de su hija porque justo pasaba por el corredor para ir a su cuarto.
—Papá —fue lo único que le salió para luego ponerse roja como una grana.
—Señor Colleman —pronunció Orquídea y se levantó de la silla—. Creo que fue suficiente por hoy —se refirió al cuento y se acercó a la estantería para guardarlo y luego le dio un beso en la mejilla a Felicity—, buenas noches a ambos.
Nathaniel no le devolvió la contestación y la niña quedó callada cuando supo que su padre la miraba con algo de enojo. Tenía miedo de ser regañada.
—Lo siento, no he querido decir eso —le expresó, pero al instante frunció el ceño y levantó su mirada para enfrentarlo con seriedad—, en realidad, sí quería decirlo, no tenías intenciones de festejar mi cumpleaños —calló, pero enseguida habló de nuevo—, solo te tuvo que insistir Orquídea para que aceptaras, creo que ya sé tu punto débil, papá —le sonrió mostrándole los dientitos.
—No saques conjeturas de las cuales no tienes idea, Felicity. No te confundas, hija, no tengo ningún interés en tu niñera.
—Pero si lo tenías con Geraldine, ¿verdad, papá? —le contestó sin titubeos y él la miró sorprendido.
—¿Cómo es que te acuerdas de ella? Tenías solo cinco años.
—La recuerdo muy bien, sobre todo, las cosas que me hacía —respondió y luego se calló sabiendo que había hablado de más, pero derivó la conversación hacia otra parte—, te agradezco la fiesta que me has hecho, pero a veces siento que solo me das lo que necesito por obligación y no por ser tu hija. Tu forma de actuar cuando estás conmigo es diferente, no me gusta y rara vez eres paciente y bueno conmigo.
Habiéndole dicho aquellas palabras, la niña le dio la espalda y se acostó en la cama.
Nate había quedado estupefacto ante la manera en cómo su hija le había dicho las cosas y su indiferencia fue una clara señal que debía salir de su dormitorio porque no iba a continuar hablando con él.
Por la mañana, el padre de la niña y su niñera se encontraron en el pasillo y el primero le pidió hablar en su despacho.
Una vez dentro, él le comentó algo que lo estaba intranquilizando puesto que desde anoche se había quedado asombrado por el carácter que estaba teniendo su hija.
—Quisiera que controlara el temperamento de mi hija, siendo la niñera es lo que debería de hacer.
—Sé que usted la ve pequeña todavía, pero tiene diez años y es una edad normal para que comience a decir lo que piensa.
—Me contesta mal y no se lo voy a permitir —declaró con el ceño fruncido.
—¿Le preguntó por qué le hace eso?
—¿Debería? Usted lo tiene que hacer.
—Yo creo que sí debería, será peor si evita la pregunta, ella necesita de usted, soy su niñera, pero no su madre. Estoy para cuidarla, para estar atenta a sus tareas escolares, acompañarla a alguna parte y charlar, pero el principal responsable de ella es usted.
—No tengo tiempo para estar con ella, por eso la tiene a usted, yo solo uso el dinero para mantenerla y darle un sueldo a usted.
—Me hace afirmar que no tolera a su hija, deje de lado por un segundo el dinero, su hija no necesita principalmente ese material, necesita a su padre, necesita apoyo paternal y usted parece que huye como un cobarde —contestó con veracidad.
—No soy ningún cobarde —negó con la cabeza mientras le hablaba con seriedad.
—Pues entonces, tiene que empezar a acercarse a ella. Felicity intenta por todos los medios acercarse a usted, pero de la forma en cómo la mira o le habla con autoridad, hacen que le tenga miedo.
Nathaniel no quiso escuchar más lo que le decía y terminó la conversación.
—Será mejor que se retire —se giró en sus talones dándole la espalda.
—No hemos terminado de hablar.
—Yo sí, señorita D'Orè, y aquí se hace lo que ordeno.
Orquídea lo observó con seriedad, enojo y frustración, una frustración que aumentaba con el paso de los días porque no sabía qué hacer ante la negativa del hombre al no querer acercarse a su hija y reconocer que en verdad la adoraba.
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Vientos de Cambio ©
Aktuelle LiteraturOrquídea se ve obligada a buscar empleo en la ciudad próxima al pueblo donde vive, pero no de lo que se graduó, maestra rural, sino de niñera. Para fortuna de ella, el dueño decide contratarla para cuidar a su hija, pero de a poco las cosas cambian...