• Parte 4

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Cuando pasaron varios minutos, la niña se levantó de la silla y fue a sentarse al regazo de su niñera.

―Deja comer tranquila a la señorita, Felicity. Ya estás demasiado grande para subirte en las piernas de las personas.

―No me molesta ―le respondió Orquídea.

Mientras que la niña se entretenía con las puntas del cabello de Orquídea, ella terminaba de cenar con tranquilidad.

La preciosa niña, se acomodó en su regazo para luego apoyar su cabeza sobre el pecho de la joven y quedarse dormida en sus brazos. La niñera la vio dormir y pronto se levantó de la silla para llevarla a su habitación.

―Enseguida vendré a limpiar la mesa y lavar las cosas.

―No se preocupe por eso, no le corresponde hacer esas cosas, solo tiene que cuidar de mi hija.

―Está bien.

Orquídea subió las escaleras y entró al dormitorio de la niña, Felicity estando soñolienta dejó que su niñera desarmara la cama y apenas la ayudó a acostarse, le quitó los zapatos y la ropa, luego eligió un pijama y se lo colocó con suavidad para que no se despertara del todo. La arropó bien y le dio un beso en su mejilla. Luego le encendió una lámpara con formas que se veían girar alrededor de las paredes del cuarto, apagó la luz principal y entornó la puerta. La muchacha bajó y caminó hacia el comedor donde ayudó a su jefe a limpiar todo y mientras que él lavaba los platos, ella los secaba y le iba preguntando dónde debía guardarlos.

―¿Quiere que le prepare un café? ―le preguntó ella con amabilidad.

―De acuerdo.

Una vez que Orquídea puso el agua dentro de la cafetera, Nate quedó por unos momentos absorto en la ventana que daba al patio trasero. El incómodo silencio fue cortado por el incesante repiquetear del electrodoméstico avisando que el café estaba listo.

Orquídea preparó una taza mientras vertía el oscuro líquido, el aroma inundó la cocina y la joven le acercó la taza.

Habiendo culminado el día, no tenía más nada para hacer, así que decidió retirarse a dormir.

―Buenas noches, señor Colleman.

―¿No me acompañará?

―Estoy satisfecha por hoy. Quizá en otra ocasión.

―De acuerdo, señorita D'Orè. Buenas noches.

La joven subió las escaleras y entró al cuarto que le habían asignado con anterioridad. Deshizo la cama, abrió la maleta y acomodó lo poco que tenía dentro de la cómoda, sacó un camisón, cerró los cajones y se desvistió para luego ponerse la ropa de cama. Apagó la luz del dormitorio y encendió la lamparilla de la mesa de noche, se metió dentro de la cama y luego de arroparse, tomó el libro que yacía sobre la mesita y acomodándose mejor, decidió leer un poco. A medida que los minutos pasaban, los ojos de Orquídea comenzaban a picar y prefirió dormir antes que seguir leyendo y no comprender nada de lo que estaba en el libro. 

Vientos de Cambio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora