• Parte 4

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El día siguiente, como bien se lo había comunicado la noche anterior su jefe, obtuvo la segunda parte del sueldo y cuando tuvo el total, la mitad se la envió a sus padres con una nota escrita para avisarles que se encontraba bien y que con el dinero podían hacer lo que necesitaban.

Al entrar de nuevo en la casa minutos después del mediodía, fue a ver a Felicity para saber cómo se encontraba, pero vio que estaba su padre y no los molestó. Se dio media vuelta y fue a la cocina para quedarse a ayudar a Ofelia.

—De la noche a la mañana es otro hombre, está irreconocible —comentó acerca de su patrón.

—Eso es bueno, ¿no? Las dos queríamos que se acercara a su hija y más ella.

—Por supuesto, pero, de no ser por ti, ese hombre aún seguiría enemistado con su hija.

—Es posible, pero lo importante es que se están llevando bien. ¿Te ayudo con la comida?

—Claro que sí, pero si tienes otra cosa que hacer, no hay problema.

—No, lo que tenía que hacer ya lo hice, les envié una nota y dinero a mis padres.

—Puedes pedirle al señor hablar con tus padres, no creo que se niegue a algo así.

—Por el momento prefiero enviarles la nota y el dinero.

—De acuerdo.

Ambas se ayudaron para preparar el almuerzo mientras que dentro del dormitorio de Felicity, padre e hija estaban hablando de cómo ella se sentía, pero la mente de Nathaniel no estaba allí, sino en pensar que era un buen momento para contarle de su madre a pesar de que había decidido hacerlo más adelante.

—Felicity, ¿quisieras que te cuente de tu madre? Sé que te había dicho que en otro momento lo hablaríamos, pero no lo veo mal ahora.

—¿Puedo preguntar todo lo que quiera saber?

—Sí, puedes.

—¿Dónde está ella?

—¿Quieres la verdad o la mentira?

—Siempre la verdad, aunque no sea linda.

—Tu madre nos abandonó, después de unas semanas que nacieras, se fue, no tuvimos ninguna discusión, solo decidió irse y no quiso criarte. Me reprochó haberla embarazado porque iba a dejar de tener el cuerpo con el que la conocí, era muy linda y esbelta, pero cuando se quiere más el cuerpo que una relación y un hijo, no se puede hacer de cuentas que todo funciona bien porque no es así.

—¿Nunca más la viste? —formuló con sus ojos llenos de lágrimas.

—No, me dijo que regresaba a su ciudad natal y no pisó más este pueblo.

—¿Cómo la conociste?

—Sus padres tenían una finca y ella estaba de pasada en el pueblo, pero nos gustamos, comenzamos a salir, lo nuestro parecía que iba a funcionar, vivimos un tiempo juntos, pero cuando quedó embarazada, vi la posibilidad de formar una familia, pero no sucedió como lo había planeado, dio a luz y nos dejó a los dos —confesó con seriedad—, te pareces mucho a ella en rasgos físicos.

—Por eso no te acercabas a mí, porque cada vez que me ves, te recuerdo a ella.

—Sí, pero debo trabajar en ello porque tú no tienes la culpa de nada, solo yo me genero algo que la genética lo quiso así.

—Te agradezco que me lo hayas contado, papá, estoy más tranquila.

—¿Por qué?

—Porque ya sé que no me quiso y no tengo que estar pensando que en algún momento vendrá a conocerme o peor.

Nathaniel acarició su pelo y le sonrió.

—Eres una niña muy inteligente y ves las cosas de una perspectiva diferente a la de un adulto.

—Sí, aparte, que eso quiere decir que eres todo para mí, no te voy a compartir, a menos que te guste Orqui, por ella sí acepto compartirte.

—No digas disparates, Felicity.

—No lo son para mí. ¿No te gusta ni un poquito?

—Preciosa, escúchame, no siempre es como quieres y si tu ilusión es esa, es demasiado pronto.

—Pero ¿ni un poquito? —le hizo un gesto con los dedos y risitas incluidas.

—No, cariño. Por ahora no.

—Entonces es una posibilidad.

—Por ahora no, Felicity, no insistas, por favor.

—Bueno, está bien.

La nena de diez años volvió a acercarse a su padre y le dio un beso en la mejilla.

—¿Sabes por qué tienes ese nombre? Porque eres mi felicidad, cuando supe que iba a ser padre, me llené de alegría y cuando naciste sabía que así te llamaría, Felicity.

—Me gusta mucho mi nombre y ahora más al saber esto.

En aquel momento Orquídea estaba entrando en el cuarto para saber cómo se encontraba la niña y dejarle su almuerzo.

—Perdón, le traje la comida —comentó.

—Gracias —contestó él y se puso de pie para sujetar la bandeja también.

—¿Quiere que le traiga la comida también para almorzar con su hija?

—Me parece bien.

—¡Sí! —gritó efusiva la niña—, Orqui almuerza con nosotros también.

—Almuercen tranquilos ustedes.

—Traiga un plato para usted en la misma bandeja que me servirá a mí y comparta con nosotros, Ofelia ya se ha ido a su casa.

La voz firme de su jefe dejó sin excusas a la chica.

—De acuerdo —asintió levemente con la cabeza—. En unos minutos regreso.

La joven volvió a la cocina sintiendo un manojo de nervios en la boca de su estómago, no sabía el porqué, pero tampoco quiso pensar de más por la forma en la que se miraron ambos cuando su jefe sujetó la bandeja también.

Vientos de Cambio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora