La joven miró para todos lados sin darse cuenta dónde estaba, hasta que levantó la mano y miró una vía de medicamentos. Se sentó como pudo en la cama y alguien se acercó a ella para ayudarla.
—No te esfuerces, ¿puedes hablar?
—Sí, ¿qué pasó?
—Hace más de dos semanas que estás internada, ¿recuerdas algo?
—Muy poco, lo último que recuerdo es que me sentía mareada y no podía respirar bien.
—¿Cómo sientes la garganta?
—Bien, aunque seca.
—Te daré un poco de agua —le dijo y ella asintió con la cabeza.
—¿Pasó algo mientras estaba aquí?
—No, solo que Thomas vino a traerte flores y el resto de tus alumnos y sus madres.
—Ya veo —miró con atención la cantidad de ramos y arreglos florales que estaban sobre la cómoda frente a la cama—. ¿Y Felicity?
—En la casa con mis padres, ha querido venir a verte desde que se enteró, pero no quise que te viera así.
—Has hecho bien, no tiene porqué verme en este estado. ¿Has dicho que Thomas vino a verme?
—Sí, él salió de aquí al día siguiente y en esa semana que salió vino a dejarte el ramo.
—¿Y pasó algo entre tú y él?
—No, nada, solo dejamos las cosas en claro y ya no nos molestará más. No es mi amigo, pero tampoco terminó siendo mi enemigo, es alguien que nos incordió en su momento, pero ahora no.
—Por lo menos salió algo bueno de todo esto, ¿no lo crees así?
—Lo creo yo también —admitió—, me alegro mucho de que hayas despertado y que no sientas molestias —le acarició la mejilla y luego le acercó el vaso de agua para que bebiera de a poco.
—¿Les avisaste a mis padres?
—No, no quería preocuparlos, aunque debía de haberlo hecho, pero ya que es posible que salgas mañana del hospital, podrías llamarlos para que pasen unos días con nosotros, es temporada de vacaciones de verano y creo que a Felicity le encantará conocer a sus nuevos abuelos.
—Gracias por no decirles, se iban a preocupar y no sabrían cómo venir, no tienen un vehículo —admitió y luego cayó en lo que él había dicho—. ¿Sus nuevos abuelos?
—Felicity te quiere como una madre y lo sabes, así que no veo mal que los conozca, aparte, quedé con tu padre para vernos en algún momento por el tema de las cosechas que tiene.
—Sí, me acuerdo de eso y está bien, no tengo problema en que los conozcan la niña y tú antes de lo que habían acordado.
—¿Tú los llamas todos los días?
—No, dos veces a la semana, estarán muy preocupados.
—¿No les has dado el número de teléfono de la casa?
—No porque sabía que ellos no iban a llamar, habíamos quedado en que yo los llamaba.
—Hablaré con ellos hoy mismo para que se queden tranquilos.
—Gracias.
Una enfermera entró al cuarto y le pidió al hombre que saliera un momento porque debía sacarle la sonda por donde orinaba. Nathaniel salió y esperó cerca de ahí mientras compraba por la máquina expendedora un café. Al ver a la mujer retirarse del cuarto, regresó adentro y se quedó lo que quedaba del día y toda la noche con ella.
El siguiente día y ante del mediodía, el médico le dio el alta y le indicó todo lo que debía de hacer por lo menos durante una semana y las píldoras que tenía que tomar para terminar por sanar las vías respiratorias. Se retiró de allí y ella miró a su novio para saber si había traído un bolso con sus pertenencias.
—Sí, aquí —le mostró un pequeño bolso—. Y te he traído jabón, champú y acondicionador por si quieres ducharte. ¿Quieres que te ayude?
—Trataré de hacerlo sola, ¿hay una ducha? —preguntó sorprendida.
—Sí, ve tranquila, cualquier cosa me llamas, que no te dé vergüenza, Orquídea, has pasado más de dos semanas en cama y puede que tus piernas estén débiles al no caminar durante tanto tiempo.
—Entiendo, ayúdame a ir hasta el baño e intentaré hacer lo demás sola —le pidió y él la abrazó por la cintura.
—De acuerdo.
Él le cerró la puerta y se quedó cerca del sanitario por si necesitaba que la ayudara con algo, pero cuando escuchó los grifos abiertos se dio media vuelta y se sentó en el sillón.
Sin darse cuenta se quedó dormido de nuevo y una caricia en la mejilla lo despertó.
—Te has quedado dormido —le dijo Orquídea con una sonrisa—. Me siento apenada por hacerte pasar por esto, Nathaniel —su rostro se mostró angustiado.
—No te sientas así, yo estoy muy feliz porque estás bien, pero que no se te ocurra hacer otro disparate como aquel, si hay un incendio, es mejor que llamemos a los bomberos.
—Entiendo, recuerdo que pocos minutos de que saliéramos el techo colapsó.
—Sí y por eso, es mejor dejarle esas cosas a gente profesional, pudimos quedar atrapados.
—En aquel momento no medí las consecuencias, solo quise ayudarlo a salir.
—Lo sé, pero te lo pido por favor para la próxima vez, no hagas algo así, llamemos a quien corresponde y listo —se puso de pie y ella asintió con la cabeza.
Con algo de vergüenza, lo abrazó por la cintura y se puso en puntas de pie para darle un beso en la comisura, él la abrazó por los hombros y se inclinó más a su rostro para besarla mejor.
—Regresemos a casa, te están esperando con una rica comida de bienvenida —le respondió con una enorme sonrisa acariciándole las mejillas y volviendo a darle un beso.
Nate tomó el bolso que había traído y con la otra mano, tomó la de la joven para salir juntos del lugar.
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Vientos de Cambio ©
Ficción GeneralOrquídea se ve obligada a buscar empleo en la ciudad próxima al pueblo donde vive, pero no de lo que se graduó, maestra rural, sino de niñera. Para fortuna de ella, el dueño decide contratarla para cuidar a su hija, pero de a poco las cosas cambian...