• Parte 2

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Orquídea quedó en la sala de espera luego de ser atendida, higienizada y haber tomado un medicamento, pero pocos minutos más tarde llamó a la casa de Ofelia para contarle lo sucedido.

—¿Él está bien?

—Sí, pero solo dile a la niña que me quedé a ayudarlo con un par de caballos que necesitaban atención, cuando regresemos se lo contaré.

—De acuerdo, cualquier cosa, llama de nuevo.

—Gracias. ¿Cómo está Felicity?

—Un poco intranquila, pero se quedó dormida en el sillón y le pedí a mi marido que la lleve al cuarto de Steven que hasta el fin de semana próximo no viene aquí.

—Me parece bien que haya podido dormir. Más tarde si puedo te llamo de nuevo y sino, nos veremos en la casa.

—Está bien, hasta pronto.

La joven se sentó en uno de los asientos y una enfermera le avisó que podía pasar a verlo. Le indicó el piso y el número de habitación, y se puso de pie para ir allí.

Cuando golpeó la puerta y la abrió, ingresó y se encontró con otra enfermera que le estaba acomodando las bolsas intravenosas.

—Puedes quedarte el tiempo que quieras, él está mejor.

—Me alegro de que lo esté, estaba bastante deshidratado por lo que pude interpretar, ¿no?

—Lo estaba, pero lo sacaste a flote y eso es lo que importa. En el pueblo lo conocemos muy bien y sabemos que el señor no se hace ayudar por la gente que lo aprecia porque cree que lo veremos como alguien débil.

—Eso es una tontería, nunca viene mal que alguien te ayude.

—Así es, pero para alguien que siempre se manejó solo, es difícil. Ahora que el lobo está manso es posible que acepte que alguien lo ayude —la miró a los ojos—, tú, por ejemplo.

—¿Yo? —cuestionó y abrió más los ojos.

—Sin que él lo quisiera lo viste en su peor momento, estoy más que segura que te estará agradecido de por vida.

—Cualquier persona haría lo que le hice.

—No creo que cualquier persona se atrevería a cortar la herida y succionar sangre y veneno al mismo tiempo. Por lo que supe del médico, le quitaste casi todo el veneno.

—¿En serio? —le preguntó sorprendida.

—Sí y es bueno, porque el paciente no batalla tanto con el antídoto para que el veneno se elimine de su organismo.

—Entiendo —asintió con la cabeza.

—Más tarde vendré a verlo, cualquier cosa que necesites, avisa apretando ese botón —le indicó con el dedo índice.

—De acuerdo, gracias.

La enfermera salió del cuarto y la chica se sentó en la silla al lado de la cama, pero el sueño la venció y se quedó dormida apoyando la cabeza en el colchón.

Nate se despertó a la primera hora de la mañana cuando el sol le molestó en los ojos. Parpadeó un par de veces para enfocar la vista y la desvió hacia la niñera de su hija que estaba durmiendo en una incómoda posición.

Se sentó en la cama y extendió el brazo para sujetarle la mano que estaba sobre la cama.

—Señorita, señorita —la llamó, pero la joven estaba durmiendo profundamente—, Orquídea —le costó pronunciar su nombre.

La joven mujer abrió los ojos y se encontró mirándola con atención. Se incorporó de inmediato en la silla y trató de acomodarse como pudo.

—No necesita arreglarse con la noche terrible que pasamos.

—Lo siento, ¿necesita algo? ¿Quiere que llame a la enfermera?

—No necesito nada, estoy bien, cansado, pero bien. Solo tengo la boca seca.

—Le acercaré un vaso con agua.

La chica se levantó de la silla y fue a la jarra de vidrio para servirle agua en el vaso.

—Gracias —le dijo sujetándolo con una mano y se lo bebió de a poco—. ¿Mi hija sabe de esto?

—No, está en la casa de Ofelia, anoche se quedó dormida después de estar intranquila.

—Que quede así, cuando regresemos le contaré yo la verdad.

—De acuerdo, pero si usted quiere descansar, se lo puedo decir yo.

—Se lo agradezco, pero creo que es mejor que lo sepa de mí.

—Como prefiera, señor.

—Apriete el botón, quiero irme de aquí.

—Está débil, no creo que el médico le dé el alta.

—Apriételo, yo hablaré con él —la miró con seriedad y ella solo asintió con la cabeza.

Pocos minutos pasaron para que el hombre de bata blanca se apareciera en la habitación y hablara con Nathaniel.

—No quiero quedarme aquí, prefiero hacer el reposo en mi casa, así que, por favor, déjeme firmar el papel para poder irme.

La enfermera que entró con él se acercó a Orquídea con una bandejita para que se tomara otra píldora.

—Mañana se lo podría dar.

—No, tiene que ser hoy, mi hija está preocupada y necesita verme en la casa.

De la manera en cómo el paciente se lo comentó, supuso que la niña no sabía nada de la situación.

—De acuerdo, al mediodía vendré con el papel para que firme, cabe aclarar que usted se responsabiliza si la herida se le abre.

—Lo sé y le agradezco que me deje ir hoy.

—A la única que le tiene que agradecer es a su empleada —le dijo y se dirigió a la joven—, ¿dónde aprendió a realizar esa clase de torniquete?

—Me lo enseñaron hace unos años atrás para cuando hay heridas profundas y se tarda para llegar al hospital.

—¿Y el extraer el veneno con la boca?

—Lo mismo, donde vivía no había una sala de primeros auxilios cerca y para intentar contrarrestar el veneno, se empleaba ese método, podía dar resultado como no.

—La verdad es que la felicito.

—Se lo agradezco, doctor.

Pronto se retiraron y dejaron a los dos solos de nuevo.

El teléfono del hombre sonó y él supo que era su hija.

—Deme el móvil, estoy seguro de que es Felicity llamando desde la casa de Ofelia.

—Tengo que llevar a la niña al colegio.

—No irá, las circunstancias no lo permiten por el momento. Primero porque no va a querer cuando le explique lo que pasó y segundo, me imagino que usted no condujo hasta aquí con ninguno de los dos vehículos, ¿verdad?

—No, señor, cuando quise conducir, la doctora de la ambulancia me dijo que yo también tenía que ir con usted para ser revisada.

—Comprendo, en ese caso, cuando lleguemos a la casa le diré a dos de mis empleados que vayan a buscarlos.

Él atendió la llamada y le habló con normalidad para que su hija no se preocupara.

Vientos de Cambio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora