Antes de que Orquídea se presentara en el cuarto para compartir el almuerzo con ellos, Nate quiso dejarle claro a su hija que, si regresaba Geraldine al pueblo, no tenía intenciones de volver con ella.
—¿Por qué me lo dices? ¿Sabes algo?
—Te lo digo porque me dijo Lydia que volvió y quería que lo supieras si pensabas que iba a tener de nuevo algo con esa mujer.
—Gracias por contármelo también, espero que no aparezca por aquí. Y si aparece, yo le diré varias cosas que no le van a gustar, ya soy grande y contesto.
—Ya lo creo que sí respondes cuando quieres —rio.
La joven mujer entró al cuarto y el hombre se puso de pie para ayudarla. Él se quedó con el plato de las dos pechugas y le dejó la bandeja a ella.
—¿No quiere la bandeja?
—No, úsela usted.
—Bueno.
Ella se sentó en el baúl que estaba a los pies de la cama y dejó la bandeja junto con dos vasos con refresco.
A medida que la comida seguía, la charla entre padre e hija fluía también y de vez en cuando la niña hablaba con su niñera para integrarla a la conversación y así su padre podría entablar charlas con ella también.
Pero el timbre de la casa sonó para romper aquella especie de burbuja en la que los tres estaban metidos.
—Me molesta cuando interrumpen el almuerzo —admitió el dueño de la casa.
—Iré a ver quién es —se ofreció la chica dejando el plato sobre la bandeja.
Cuando paso firme caminó hacia la entrada y abrió la puerta.
—Thomas —declaró de manera sorpresiva y alzando las cejas—, hola. ¿Qué te trae por aquí?
—Hola, ¿cómo estás?
—Bien, ¿y tú? Estoy en mi horario de almuerzo.
—Estoy bien, pasaba por aquí porque no te vi más en el pueblo.
—Que no me hayas visto no significa que no fui. ¿Qué necesitas? Me parece un poco raro que vengas al lugar donde trabajo.
—¿Acaso Colleman no te da un momento de descanso? —Frunció el entrecejo con algo de molestia por lo que le había escuchado.
—Ese no es tu problema —pestañeó un par de veces ante semejante pregunta desubicada—. ¿Qué necesitas? —le repitió.
—Quería saber si aceptas que te invite este sábado a beber algo, durante la noche.
—Tengo a Felicity con varicela, no creo que pueda. No vine por diversión a este pueblo, necesito trabajar.
—Tuve varicela si eso te preocupa.
Lo menos que Orquídea pensaba era si se terminaba contagiando o no Thomas, más bien, pensaba en que al dueño de la finca no le iba a agradar ni un poco si aceptaba salir con él.
Nate salió al corredor para ver el porqué se tardaba tanto la niñera y cuando vio de quien se trataba, apretó la mandíbula y los puños. La nena a pesar de se sentía un poco cansada, bajó de la cama y salió al pasillo también para ver la escena, pero, sobre todo, la expresión en el rostro de su padre cuando los vio a los dos charlando.
—Tengo que avisar y no te aseguro nada, Thomas, como te he dicho antes, estoy cuidando de la niña, no tengo horarios tan flexibles.
—Serían como mucho dos horas, las podrás contar a reloj —intentó persuadirla para ver si así la convencía—. Mira, te dejo mi tarjeta —sacó una tarjeta personal y se la entregó—, si aceptas, puedes llamarme a ese número que ves.
—De acuerdo.
—Te dejo tranquila, espero que me llames —le dedicó una sonrisa.
—Hasta pronto.
Orquídea cerró la puerta y suspiró de alivio, se metió la tarjeta en el bolsillo trasero del jean y regresó al cuarto, pero cuando levantó la cabeza vio a los dos en el corredor.
—¿Vas a salir con él? —cuestionó con seriedad la niña.
Felicity no tenía pelos en la lengua y quería que su niñera saliera solamente con su padre.
—No lo sé, ni siquiera le di una respuesta, aparte le he dicho que tú tienes varicela y debo cuidarte.
—Puedo cuidar de mi hija, debería salir con él —la contestación de Nate dejó con cara contrita a la niña quien lo miró con el ceño fruncido y molesta—. Thomas es un buen candidato para marido, tiene dinero, muchas hectáreas y es el dueño de La Estancia Las Ramas.
—Creo que regresaré a la cama porque tengo un poco de sueño —acotó la niña y sujetó la mano de su padre para llevarlo al cuarto junto a ella.
—¿Necesitas que te ayude? —formuló la niñera.
—No, papá puede hacerlo.
—Bien, iré al sanitario y regresaré a comer con ustedes.
Felicity cerró la puerta y puso los brazos en jarra.
—Tú odias a Thomas, ¿por qué le dijiste eso?
—Porque quise, es un buen partido para ella si en verdad quiere vivir sin dificultades económicas.
—Tú también eres un buen partido, mejor que él, a mí no me gusta para Orqui.
—Pero tú no puedes decidir por ella, preciosa.
—No, pero sé que el mejor novio para ella es mi papá —se le dibujó una enorme sonrisa—. ¿Por qué no la invitas a salir?
—No digas tonterías, hija. Tengo una vida tranquila, no necesito una pareja. Y ya te dije antes que es poco el tiempo que los dos nos conocemos.
—Existe el amor a primera vista, ¿o no?
—Qué sabes tú de amor a primera vista, anda, entra a la cama —le expresó con diversión y dándole una nalgada para que se metiera debajo de las cobijas.
Felicity rio y puso la bandeja sobre su regazo para continuar almorzando, él hizo lo mismo y Orquídea entró para regresar a comer también.
ESTÁS LEYENDO
Vientos de Cambio ©
Ficción GeneralOrquídea se ve obligada a buscar empleo en la ciudad próxima al pueblo donde vive, pero no de lo que se graduó, maestra rural, sino de niñera. Para fortuna de ella, el dueño decide contratarla para cuidar a su hija, pero de a poco las cosas cambian...