Dos semanas después de la varicela de Felicity y de las llamadas a los padres de la niñera, en la casa reinaba la armonía, las risas y la confianza entre padre e hija. Pero un mediodía, a la salida del colegio mientras Orquídea esperaba a la niña, se encontró con Thomas.
—Hola, me debes una cita.
—Hola —le dijo para no ser irrespetuosa con él—, no te debo nada.
—Sí, me la debes, nunca me llamaste y esperé todo el sábado, iba a ir ese día a la casa de tu patrón, pero creí que lo ibas a ver mal.
—Y estás en lo cierto, habría sido desubicado de tu parte —alzó las cejas y abrió un poco más los ojos.
—Estás en deuda conmigo, Orquídea.
—No te he pedido nada como para deberte dinero, y estoy más que segura que encontraste a alguien más ese sábado.
—¿Estás celosa? —cuestionó con sarcasmo.
—Tengo cosas más importantes que discutir por una estupidez así, Thomas. No estoy celosa y menos de ti, que te quieras hacer el interesante, no funciona conmigo, he venido aquí por trabajo, no insistas porque yo no te di motivos para que pienses lo contrario —su voz sonó molesta y seria, incluso la expresión de su rostro cambió al fastidio.
—Solo has llegado a Colorado Springs para calentarles la bragueta a los hombres —emitió con rabia y tanto ella como la niña que estaba detrás de ellos escucharon esa barbaridad.
Orquídea le dio vuelta la cara.
—A mí no me hablas así, cerdo —siseó con molestia—, ya no eres un hombre que se comporta como tal, has sido un cerdo con las cosas que me acabas de decir, ni siquiera me conoces y no te lo voy a permitir —le respondió.
—Le calientas la cama a Colleman, ese imbécil que se cree el dueño del pueblo con sus aires de arrogante —escupió con bronca y recibió otra cachetada.
—Deberías lavarte la boca con lejía, el señor Colleman es un hombre respetable, lo que te falta a ti, Thomas.
Felicity ante la rabia por escuchar esas palabras referentes a su padre, se acercó a él por detrás y le dio un puntapié en la pantorrilla derecha. Cuando lo vio caer sonrió de lado.
—Te la mereces por malhablado —declaró con la barbilla levantada y fue hacia su niñera.
—Esto no va a quedar así —amenazó a la mujer y se levantó del piso para alejarse de ellas rengueando.
La niña abrazó a Orquídea por la cintura y luego la miró a los ojos.
—¿Te hizo algo antes de que yo saliera o acababa de aparecerse? —le preguntó muy preocupada.
—No, tranquila, estaba desde antes, pero no me ha hecho nada —le acarició las mejillas—, vamos a comprar algunas cosas que me pidió Ofelia y luego regresaremos a la casa.
Media hora después, las dos llegaron a la residencia y mientras la joven bajaba las bolsas, Felicity le abría la puerta para que llevara todo a la cocina. La niña aprovechó que su niñera estaba con la cocinera para ir derechita a la oficina de su padre y hablar con él por la hazaña que había hecho.
Colleman la observó con atención cómo cerraba la puerta, se acercaba a él para darle un beso en la mejilla y abrir la boca para que la voz le sonara casi cantarina.
—Hoy hice algo que me divirtió bastante —dijo con risitas y alzando las cejas.
—¿Qué has hecho?
—Le pegué un puntapié a Thomas.
—Eso no es divertido, Felicity. ¿Lo lastimaste?
—No, pero rengueaba cuando se alejó de nosotras.
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Vientos de Cambio ©
Ficción GeneralOrquídea se ve obligada a buscar empleo en la ciudad próxima al pueblo donde vive, pero no de lo que se graduó, maestra rural, sino de niñera. Para fortuna de ella, el dueño decide contratarla para cuidar a su hija, pero de a poco las cosas cambian...