♥ Capítulo 8 • Parte 1

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Había pasado el horario de la cena cuando Orquídea miró el reloj de la pared de la cocina y comenzó a preocuparse mucho más por su jefe, incluso la niña se estaba poniendo nerviosa

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Había pasado el horario de la cena cuando Orquídea miró el reloj de la pared de la cocina y comenzó a preocuparse mucho más por su jefe, incluso la niña se estaba poniendo nerviosa.

—¿Crees que le pasó algo? —preguntó con miedo Felicity.

—No lo creo, pero sí se le está haciendo tarde, ¿no?

—Demasiado tarde —dijo con el ceño fruncido—, papá nunca es impuntual y si dice que estará en un cierto horario, se presenta, pero esta noche se pasó de la hora acordada.

—Es posible que esté haciendo algo y no se percató del horario —intentó tranquilizarla—. ¿Es cierto lo que me has dicho? Que nunca fue impuntual.

—Sí, es verdad, nunca lo fue.

—Llamaré a Ofelia para preguntarle si te puedes quedar en su casa mientras yo iré a buscarlo.

—Los cobertizos quedan por el mismo camino que hoy a la tarde hicimos para ir a los campos de zinnias.

—De acuerdo —le contestó y escuchó la voz de Ofelia del otro lado de la línea.

La chica conversó unos minutos con la señora y luego cortó la llamada.

—Me ha dicho que no tiene problema en que te quedes en su casa, pero hay un problema, no hay otro vehículo.

—Sí que hay, papá tiene un coche guardado en el garaje, casi nunca lo usa, podrías usarlo. Quiero ir contigo.

—No, es mejor que te quedes con Ofelia y su marido.

—Está bien, pero encuéntralo.

—Lo haré, pero debes tranquilizarte, estoy segura de que estará con algún caballo.

—Espero que sí —le comentó la niña con algo de miedo.

Las dos salieron de la casa una vez que apagaron todo y fueron al garaje para abrir el portón, y sacar el coche, Orquídea apretó el botón del aparatito y comenzó a bajar el portón de manera automática.

La chica dejó a Felicity en la casa de Ofelia y esta le habló:

—Encuéntralo, por favor.

—Lo haré, no se preocupen.

Varios minutos pasaron en donde condujo por el camino de los campos de zinnias hasta que vio luces más delante de allí y a medida que se iba acercando, divisó la camioneta de su jefe. Aparcó como pudo el coche y abrió la puerta enseguida dejándola abierta. Caminó un par de pasos y resbaló con el barro, cayó con una rodilla al suelo, pero se levantó con rapidez y corrió dentro del cobertizo. Gritó señor varias veces, pero nadie le respondió. Comenzó a mirar cada habitáculo y un quejido como si intentara llamarla, la alertó de que a él le había pasado algo.

 Comenzó a mirar cada habitáculo y un quejido como si intentara llamarla, la alertó de que a él le había pasado algo

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Por otro lado, en la casa de Ofelia, Felicity estaba sentada en el sillón de la sala y al lado la cocinera.

—No te preocupes, tu padre estará bien, seguro que se quedó haciéndole algo a algún caballo.

—¿Tú crees? Papá nunca se tarda, a pesar de que antes no estaban bien la relación entre nosotros, él no tardaba en llegar a la casa.

—No pienses en cosas malas.

—Intento no hacerlo, pero la mente casi siempre se va a donde una no quiere.

Ofelia la abrazó por los hombros y trató de tranquilizarla. Felicity sintió la barbilla temblarle, pero sacó fuerzas para no quebrarse y llorar.

A varios kilómetros de allí, dentro de los cobertizos, Orquídea localizó a su jefe en el anteúltimo habitáculo, en donde no se encontraba ningún caballo

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A varios kilómetros de allí, dentro de los cobertizos, Orquídea localizó a su jefe en el anteúltimo habitáculo, en donde no se encontraba ningún caballo. El hombre estaba en el suelo y muy sudado. Se arrodilló a su lado e intentó llamarlo.

—¿Señor Colleman?

Él abrió los ojos creyendo que era producto del delirio que lo estaba afectando.

—¿Señorita? ¿Qué hace aquí? —le preguntó como pudo mas no tenía fuerzas—, váyase de aquí.

—No lo dejaré, necesito llevarlo al hospital —le avisó mirando hacia un costado en donde estaba la serpiente que había matado—. Necesito que ponga de su parte y se concentre un poco, ¿dónde lo picó? —inquirió y bajó la vista para ver si podía dar con los dos puntitos de sangre.

—En el muslo derecho.

—De acuerdo, ¿dónde tiene el bolso de las herramientas?

—Lo dejé en el corral de al lado.

—Iré a buscarlo —le dijo poniéndose de pie y yendo a las corridas.

Llegó a los pocos segundos y se arrodilló de nuevo, buscó una tijera y un cuchillo, encontró dentro del bolso un soplete pequeño y supo que eso iría a utilizar para esterilizar el arma blanca, revolvió un poco más y encontró una botella de alcohol.

—Señorita, debería irse de aquí —declaró con dificultad.

—Cállese, no hable —le respondió cortando con la tijera la tela del pantalón de mezclilla—, ¿hace mucho que lo picó?

—¿Diez minutos? No lo sé, tardé en regresar porque un caballo necesitó unos ajustes en las correas de la montura y cuando estaba por tomar el bolso, me mordió. No la vi y antes de sentirme mal, le di con el hacha.

Orquídea calentó el cuchillo para esterilizarlo y luego se puso alcohol en las manos.

—Lo que haré le va a doler mucho, pero debe ser fuerte, tengo que hacerlo para poder sacarle todo el veneno o por lo menos la gran parte de este. ¿Me entiende? —le habló y él asintió con la cabeza.

La chica le puso un pedazo de cuero en la boca para que apretara cuando sintiera dolor e hizo lo que tenía que hacer. Primero llamó al 911 con el móvil de su jefe, explicándole la situación y luego cortó más arriba de la picadura, le hizo un torniquete casi en la ingle con el ruedo de su propia camisa y a partir de ahí comenzó a succionar y a escupir.

Nate apretó con fuerza el cuero y se quejó cuando sentía la succión porque estaba con la herida abierta.

—Déjeme aquí —se quitó el cuero y le habló—, cásese con alguien mejor que Thomas y cuide de mi hija, lo que está haciendo no está bien, usted puede tragar inconscientemente el veneno también.

—No voy a dejarlo aquí, su hija lo necesita.

—Nathaniel la miró sin verla en realidad, estaba tan descompuesto que solo apoyó la cabeza contra el suelo y dejó que terminara de hacer lo que había empezado.

Orquídea había quedado ensangrentada también, pero no le importó, quería que estuviera bien porque no solo lo necesitaba su hija sino también ella, aunque no se lo diría.

Tomó la cantimplora que estaba colgada y se acercó otra vez a él para darle agua. Lo mantuvo en su regazo mientras le secaba el sudor de la frente con la tela que había cortado de su camisa y siguió hidratándolo hasta que llegaron dos médicos que le pasaron suero de inmediato y lo pusieron en una camilla para llevarlo al hospital.

Vientos de Cambio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora