• Parte 5

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No quería ser descuidada con la niña y comenzó a secarse, poniéndose luego un vaquero azul, una camisa de mangas cortas y un par de sandalias bajas, con unos sencillos aros completaban el atuendo de aquel primer día de trabajo.

Orquídea salió del cuarto de baño y miró a la niña, quien le sonreía con inocencia.

―¿Vamos donde papá? ―le preguntó apenas la vio vestida.

―¿Quieres que se lo diga ahora? ―le inquirió con un suspiro.

―Sí, por favor ―le dijo la niña y la tomó de la mano, para bajarse de la cama, salir del cuarto y caminar hacia el despacho de su padre, en donde no tocó la puerta antes de entrar.

El padre de la nena se levantó de la silla enojado, gritándole por su error.

―¡Felicity! ¡Te he dicho miles de veces que tocaras a la puerta antes de entrar! ―le gritó, la niña abrió los ojos sorprendida, se detuvo a medio camino, se asustó y se escondió detrás de la niñera.

―¡Deje de gritarle así! ¡No tiene más dos años! ―lo enfrentó la joven, gritándole a él también.

―Baje ese tono conmigo, señorita, de lo contrario, me veré obligado a despedirla.

―Por favor, no ―suplicó su hija detrás de ella y asomando su cabeza por uno de los costados de la mujer―, perdóname, papá ―emitió con un hilo de voz y sollozando se fue para entrar a su cuarto.

―Mire, he llegado hace unos momentos atrás y me he dado cuenta el poco tacto que tiene con su hija, por favor, si tan solo tiene nueve años, le está gritando todo el día y encima jamás pasa tiempo con ella y más le vale que cambie de actitud.

―¿De lo contrario qué me hará? ―le preguntó arqueando una negra ceja, mientras la miraba con atención.

―De lo contrario, cada vez que le grita, me llevaré a su hija sin consultárselo ―le respondió ella con seriedad, sin tenerle ningún miedo.

―Sabe que no puede hacer eso.

―Claro que puedo, al fin y al cabo, yo soy su niñera y dispondré todos los horarios de la niña, porque ya sé que usted no los quiere pasar con su hija.

―Tengo demasiado trabajo como para estar ocupándome de Felicity.

―No quiere agregar un horario para ella, ¡qué digo horario! ―dijo exasperada haciendo aspavientos con los brazos―, no quiere dedicarle tiempo a su hija, si no cambia esto, haré lo que crea conveniente.

―La acabo de conocer ahora mismo, ¿cómo sé que no me la quitará?

―Debería confiar más en las personas, señor. Tampoco me hizo firmar ningún contrato y ya que estamos en el tema, llevaré a su hija a dar un paseo por el pueblo y quizá por la ciudad, porque usted no se digna a llevarla. Así que siga ocupándose de sus asuntos.

―No crea que está en el campo, señorita D'Orè. Mucho cuidado en cómo se dirige a mí. No soy ningún ranchero malhablado.

―Tiene aires de soberbia que lo tildan de poco gentil con la gente. Sobre todo, con Felicity.

―¿Usted me dará clases de moral o buenos modales? Usted que ha venido del lado rural de Rock Springs.

―Nunca le he dicho que provenía del lado rural.

―Su apariencia la delató, señorita. Si quiere ganarse el puesto, tendrá que obedecerme.

―El maltrato no lo tolero, señor Colleman. Que sea una mujer de campo no le da ningún derecho en tratarme así. No soy ninguna tonta.

―No perderé el tiempo discutiendo con usted. Hágame el favor de retirarse de mi oficina ―le dijo el hombre sin mirarla a la cara.

Orquídea, tan furiosa que estaba, terminó golpeando la puerta con fuerza.

Él por otro lado, esbozó una sonrisa de costado mientras seguía leyendo los papeles que estaban bajo su vista.

Vientos de Cambio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora