Ocho días habían pasado desde que la joven entró a trabajar, ambos a pesar de tratarse con educación y formalidad mantenían conversaciones, sobre todo, para el festejo de Felicity.
Aquella mañana, posterior a dejar a la niña en la escuela y felicitándola por su cumpleaños, Orquídea se instaló dentro de su habitación para confeccionar unos souvenirs para que entregara cuando se retiraban los invitados. Los mismos eran bastante sencillos porque no podía contar aún con el pago de la quincena. Cuando terminó uno, decidió enseñárselo al padre de la nena.
Golpeó la puerta y entró al despacho una vez que Nate le diera permiso.
—Solo he venido para mostrarle lo que acabo de hacer para que su hija lo entregue cuando sus compañeros de grado se vayan de la fiesta —se lo dejó sobre el escritorio.
—¿Qué es? —Lo miró con curiosidad y un sutil aroma a cítricos salió de la bolsita.
—Es tejido al crochet, sirve para que se cuelgue en algún barrote del clóset o donde se quiera y así perfumará el ambiente.
—Huele bien, ¿por qué amarillo?
—Es el color favorito de su hija. Dentro de cada bolita contiene cítricos secos —le comentó mientras miraba con atención los lazos de dos colores, amarilla y naranja, y una pequeña tarjeta con el nombre y la fecha.
—No sabía que le gustaba el amarillo —se sintió un poco idiota.
—Supuse que no. Bueno, se lo dejaré, regresaré al cuarto para terminar el resto. En unas horas llegarán y tendré que entretener a su hija antes de traerla a la casa.
—Cuando termine, ¿me podría ayudar a armar las mesas y la decoración?
—Sí, no se preocupe por nada, lo ayudaré, señor Colleman.
Eran las diez y media de la mañana cuando Orquídea terminó todos los souvenirs, tomándolos de las cintas, salió del dormitorio para bajar hacia la sala de estar y encaminarse hacia el jardín trasero. Vio a su jefe concentrado en armar los caballetes para las tablas.
—¿Cansado?
—Un poco, no estoy para estas cosas.
—Va a tener que acostumbrarse, señor, porque lo tendrá que hacer cada año.
—Prefiero que se compre lo que se le antoje antes que pedirme una fiesta de cumpleaños.
—Haré de cuenta que no escuché eso que dijo. Con dinero no se arreglan las cosas, señor Colleman.
—Ahora que están puestos los caballetes, ayúdeme a poner las tablas —le contestó sin responder lo anterior que la joven le había dicho.
—Le gusta eludir los comentarios, ¿verdad? Que sea mucho menor que usted, no quiere decir que sea una tonta.
—Creo que me ha demostrado ser bastante inteligente —acotó él.
—Habría que apurarnos para que decore las mesas, ¿o me ayudará usted?
—Ni lo sueñe, señorita D'Orè, ya es bastante con lo que estoy haciendo.
—No es una extraña quien cumple los años, es su hija.
—Nunca le hice una fiesta de cumpleaños porque da la casualidad de que mis padres jamás se presentan para esta fecha.
—Hoy será diferente, me tomé el atrevimiento de avisarle a Ofelia que los llamara, creo que es lo correcto para que estén en el festejo, siendo esta la primera vez que le festeja el cumpleaños a su hija.
Nathaniel la miró casi fulminándola con la mirada.
—¿¡Cómo se atrevió a pasar sobre mí!? ¡No tiene derecho a hacer esas cosas! —le respondió muy enojado.
Orquídea pegó un saltito y dio un paso hacia atrás ante la actitud enojada que tenía su jefe. En aquel momento supo que estaba de verdad molesto.
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Vientos de Cambio ©
Ficción GeneralOrquídea se ve obligada a buscar empleo en la ciudad próxima al pueblo donde vive, pero no de lo que se graduó, maestra rural, sino de niñera. Para fortuna de ella, el dueño decide contratarla para cuidar a su hija, pero de a poco las cosas cambian...