• Parte 5

209 48 6
                                    

El bar del pueblo era el lugar ideal tanto para festejar como para ahogar las penas e incluso para distraerse un rato jugando póker, pero aquel día que parecía monótono y tranquilo, lo opacó Thomas contando las supuestas hazañas que hizo para conquistar a la empleada de Colleman.

Algunos se le reían, otros no le prestaban atención y el cantinero le advirtió que dejara de decir estupideces porque se enteraría el jefe y le daría su merecido.

La puerta vaivén se movió e ingresó Nathaniel con su altura de metro ochenta y cinco al bar. El dueño del lugar supo que aquel hombre ya estaba enterado de todo.

Caminó hacia un taburete vacío y se sentó para pedirle un dedo de coñac.

—Parece que la noche del festival no te fue lo bastante clara como para dejar de decir cosas que no son ciertas, no sé cuáles son esas habladurías, pero me las puedo imaginar cuán vulgares son, viniendo de ti —giró un poco la cabeza y lo miró con fijeza a los ojos.

Thomas intentó hacerse el interesante poniendo una sonrisa de lado para hablarle:

—Solo estoy diciendo lo que pasó, nada más, me fue fácil de convencerla para que se entregue a mí y como soy un caballero, no la dejaré con el honor manchado y me casaré con ella —expresó con sorna y arrogancia.

—Solo eres un gusano que encima de todo dice mentiras —dijo sin mirarlo— y a los gusanos como tú hay que aplastarlos —esta vez lo observó detenidamente.

Nathaniel no había pedido el coñac para beberlo, sino para echárselo en la cara a Thomas y con rapidez lo sujetó de la nuca para golpearle la cara contra la barra y mantenerlo en esa posición mientras le hablaba.

—De mí puedes decir todas las mentiras que se te ocurran, pero no de ella, a ella no la conoces, nadie la conoce en verdad, así que, no tienes autorización de mi parte para hablar lo que quieras de la señorita —le advirtió y se acercó a su rostro— y te prohíbo que vayas de nuevo a mi casa o que te acerques a ella si viene al pueblo, porque te estaré vigilando y no será lo que te hice en el festival —lo amenazó—, ¿te quedó claro? —cuestionó y este asintió con la cabeza—, no te he escuchado, ¿lo has entendido?

—S-sí —susurró mientras se quejaba.

—Me parece perfecto que lo hayas entendido —le palmeó la mejilla y les deseó buenas tardes a los demás presentes y al cantinero para retirarse del bar.

A varios kilómetros de allí y al tiempo que Nathaniel regresaba a su finca, aún se encontraban Orquídea y Felicity conversando en el cuarto de la joven

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A varios kilómetros de allí y al tiempo que Nathaniel regresaba a su finca, aún se encontraban Orquídea y Felicity conversando en el cuarto de la joven.

—¿Puedo preguntarte algo muy muy personal? —La miró a los ojos para saber si tenía su aprobación o no.

—¿Algo muy muy personal? —imitó a la niña con una vocecita graciosa y la abrazó para darle besos en la mejilla—, dime, ¿qué es lo tan personal que me quieres preguntar, cariño?

—Bueno, ahí va. Te gusta mi papá, ¿verdad?

Su cuestionamiento dejó sorprendida a la mujer y abrió más los ojos.

—¿Por qué crees que me gusta tu padre? —Frunció el ceño con curiosidad.

—Tengo varias razones.

—¿Ah sí? —Levantó las cejas.

—Sí, no están discutiendo como antes, se llevan bien, a pesar de que a veces él se molesta, te pide perdón cuando sabe que no tenía que ponerse así, lo salvaste y me doy cuenta de la manera en cómo te mira —le dijo levantando la barbilla y cerrando los ojos mientras ponía sus brazos en jarra como toda una conocedora de la materia.

—Felicity, me parece que no es como tú lo ves. Lo salvé porque era lo que me correspondía, se lo hubiera hecho a cualquier persona que lo necesitara y nos estamos llevando bien porque hemos aclarado las cosas que tuvimos que dejar de lado para que tú no te preocupes por nada.

—A mí me parece que me estás mintiendo, ¿por qué no me dices la verdad sobre lo que te estoy preguntando?

—Nena, ciertas veces las cosas no son como una las quiere.

—Pero, si te tengo en mi mente como una madre para mí, ¿por qué no pueden estar juntos? —insistió con las cejas caídas y el rostro angustiado.

—Porque yo no vine a conseguir marido.

En un acto de desesperación, la niña le confesó lo que sabía de la boca de su padre.

—A papá le gustas mucho.

En el momento en que Felicity dijo aquello, apareció Nathaniel en el umbral del dormitorio de Orquídea.

Vientos de Cambio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora