Capítulo 22

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OLIVIA

—Mmm... adoro mi casita —me estiro sobre la cama intentando despertar completamente.

Quito el cobertor y salgo perezosamente de ella frotándome los ojos. Arrastro los pies obligándome a caminar hasta el baño y doy un respingo al ver mi figura en el espejo.

¡Dios! Parezco espantapájaros con el pelo todo enmarañado.

Hago mi rutina diaria y luego de cambiar mi ropa por unos pantalones holgados y una camiseta salgo de la habitación para desayunar. Muero de hambre.

—¡Buenos días!

—Ahhhh —un grito ahogado sale de mi garganta y me agarro fuerte a la pared—. ¡Dios Oriana! Un día moriré de un infarto por tu culpa.

Rueda los ojos.

—Siempre tan sensible. ¿Has dormido bien?

—Supongo —me encojo de hombros sentándome frente a ella.

Me entrega una tasa de café recién hecho.

Huele genial.

—Gracias cariño, me has devuelto la vida.

Nos sentamos juntas en el sofá y, mientras yo tomo mi café, ella recuesta su cabeza sobre mi regazo.

—Te he extrañado —susurra—, ¿qué tal el viaje?

—Yo igual, el viaje...

Sonrío al recordar cada detalle y comienzo a contarle. Su rostro es un poema luego de terminar.

—No. Me. Lo. Puedo. Creer.

Pongo los ojos en blanco.

—No seas dramática, es algo que no se va a repartir.

—Si claaaaro.

—Oriana...

—Vale —levanta las manos en señal de rendición.

Luego de un rato sentadas en el sofá viendo pelis románticas y comiendo palomitas la noto un poco tensa, incluso nerviosa.

—¿Está todo bien?

Cierra los ojos por un par de segundos y luego me mira directamente a los míos, es increíble nuestro parecido.

—Liv... ¿Tú y Brian...? ¿Alguna vez...?

Frunzo el ceño.

—¿Brian y yo? ¡No! ¡Claro que no! Es mi mejor amigo desde hace años y... Pues que me ha ayudado siempre y me ha cuidado. Somos muy cercanos, pero solo eso.

—Ah.

Entrecierro los ojos hacia su sitio.

—¿Por?

—Nada en especial —me sonríe como un angelito.

Niego con la cabeza y justo cuando voy a seguir con mi interrogatorio escuchamos el timbre. Oriana se hace la sorda y como siempre me toca a mí abrir.

La fulmino con la mirada a lo que ella se encoge de hombros y camino hacia la puerta.

Y vaya sorpresita que me llevo al abrir.

—Hola —una sonrisa ladina se asoma en sus labios y yo simplemente me derrito.

Hasta que recuerdo que parezco mendigo claro.

¡Santa madre del kétchup! ¡Todo me pasa a mí!

—Hola —le devuelvo la sonrisa haciendo acopio de la poca dignidad que me queda.

Llegas demasiado tarde (Libros 1 y 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora