Capítulo 27: La Paradoja de Goldstein.

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Noche 12.

22:12 PM.

Estaba acostado en mi cama pensando en cómo había terminado allí, pensé que el día nunca terminaría hasta que sentí el olor de mi habitación, cerraba los ojos y veía 7 estrellas danzando como átomos alrededor de la corteza de mi suplicio. Tenía una hora intentando dormir, pero era imposible hacerlo pensando en lo imbécil que fui como para ilusionarme tontamente.

Me levanté de la cama y salí de mi habitación para servirme un vaso de agua, estaba tan sediento como si hubiera pasado 22 noches en el desierto, las luces de la casa estaban apagadas y el oscuro frío de la noche había llegado para acompañarme en mi trasnocho. Cogí una vela del comedor y regresé a mi habitación con el vaso de agua, cerré la puerta cuidadosamente y situé la vela en mi mesita de noche, en la misma mesita abrí la gaveta y de ella saqué el encendedor, apagué la luz y encendí la vela. Cerré la ventana con el vaso de agua en la mano y observé a través de ella que una nueva tormenta se aproximaba, la lluvia venía desde las montañas para inundar la soledad y el vacío de mis moribundos pensamientos noctámbulos.

Me sentía como un animal noctívago de la selva amazónica, estaba convirtiéndome en mi propio depredador, cazando los insignificantes recuerdos que salían por la noche para mantenerme vivo. La noche apenas comenzaba y el sueño brillaba por su ausencia, se suponía que debía estar durmiendo después de todo el tormento de aquel horrible día, el tiempo transcurrido con Antonio fue una inmolación voluntaria para sacrificar mi amor propio, mi autoestima y mi paz mental, enamorarme de él fue mi castigo.

Abandoné la ventana y fui a revisar las cajas de medicamentos que me había traído mí mamá, observé que aparte de los analgésicos habían antialérgicos, con los ojos abiertos sin parpadear me quedé mirando la caja de los antihistamínicos como si ella me estuviera llamando, abrí la caja y saqué cuatro pastillas del blíster.

La caja de antialérgicos tenía difenhidramina, un sedante que se utiliza para tratar las alergias, el insomnio y los síntomas del resfriado, por ahora sólo quería dormir, todavía no estaba listo para morir por más que lo deseara. « ¿Estás seguro de lo que vas a hacer?» pensé con vacilación. Sin pesarlo más, abrí la boca e introduje las cuatro pastillas en mi boca, sé que sólo una hubiese sido lo suficiente para hacerme dormir toda la noche, pero necesitaba tener la certeza de pasar mucho tiempo dormido para no volver a sufrir. Me tomé el vaso de agua y me tragué las pastillas, coloqué el vaso sobre la mesa y me dirigí a la cama para acostarme.

Una vez en mi cama, revisé mi teléfono y al entrar en la bandeja de mensajes de Facebook, lo primero que me encontré fueron decenas de mensajes de odio donde me decían lo poco que valía y lo menos que merecía del mundo, tenía más razones para desaparecer por un instante o por una eternidad, apagué mi teléfono y me arropé mirando la llama de la vela mientras esperaba los efectos somníferos.

Después de 8 minutos comencé a sentirme raro, tenía la boca seca y la cefalea era peor, mi cuerpo temblaba, los mareos y las náuseas me hacían sentir como si estuviera navegando en el mar, ni siquiera había cenado y sentía que quería vomitar todo el almuerzo. ¿Dónde estaba el médico en el cual me estaba convirtiendo? Supongo que lo estaba asesinado, porque quizá era lo único que merecía junto a todas las personalidades que todavía no podía definir. En medio de mi autocastigo olvidé mis esperanzas para vivir, me olvidé mis libros y de mí mismo, ya nada podía hacerme sentir vivo. Recordaba a mi mamá y a mi hermana y simplemente me sentía culpable, sabía que Vivi me necesitaba y yo sólo pensaba en acabar conmigo mismo, pensaba en mis lectores y simplemente lloraba como un cobarde, no sabía cuál sería sus reacciones sí algún día leyeran la noticia de que por fin me había quitado la vida.

22 NOCHESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora