Capítulo 33: Ghosting.

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  En la mañana de aquel martes 25 de octubre me sentí irritable y malhumorado, era un momento transicional en el que se transfiguraban mis sentimientos noctívagos y lucíferos, pero... ¿Cómo era eso posible? ¡Cada día era un tormento! Especialmente, porque no podía dejar de pensar en él. De noche, debía enfrentar a los muertos del pasado que me visitaban para iluminar la nostalgia de mis mejores tiempos, y de día, tenía que soportar la ansiedad de haberme obsesionado con alguien que no me correspondía.

Antonio no me había escrito desde hace dos días, ni siquiera me llamó en la noche anterior como me había dicho para hacer una videollamada, así que comencé a sobrepensar todo al recordar lo que dijo de regresar con su ex novia: sentía miedo de salir herido, aunque ya lo estaba desde el principio. Me sentía desplazado y reemplazado, solo Antonio podía hacerme creer que era tan reemplazable y repetible como un billete usado, sabía que nada de lo que yo hiciera era suficiente para conquistarlo y ser como su ex novia, ella era mil veces mejor que yo y él lo confirmaba cada vez que me veía.

Pensar en Antonio se estaba convirtiendo en un hábito nocivo, él era mi ansiedad. Las horas del día transcurrían lentamente mientras esperaba a que me escribiera, de solo recordarlo me sofocaba con taquicardias y no estoy hablando metafóricamente, imaginarlo con alguien me recordaba lo miserable y solo que me sentía. Estaba en un laberinto bloqueado, la única manera de encontrar la salida era cuando lo miraba fijamente a los ojos.

Revisaba nuestro chat a cada rato para ver si me había escrito, pero únicamente lo veía en línea sin responder mis mensajes. Fue el día más largo y pesado de octubre, no tenía nada de concentración para estudiar y realizar los trabajos pendientes de la universidad.

Odio sentirme tan rechazado y vulnerable cuando alguien me desplaza, es aterrador ver la manera en la que vas cayendo del pedestal hasta que te olvidan. Su silencio me congelaba en la agonía de mis dudas, tenía tantas preguntas que repercudían directamente sobre mi autoestima. Me arrancaba el cabello entre sofocos cuando lo imaginaba besándose con otra persona, tenía vergüenza conmigo mismo, nunca había caído tan bajo como para tener que estar revisando la actividad de alguien en sus redes sociales; era un hábito perverso que me impedía estar tranquilo, me dolía reconocer que yo no ni siquiera era la cuarta parte de lo que él significaba en mi vida.

Era doloroso soltarte sin aún escuchar las respuestas que quería para mis preguntas, no me sentía listo para decirte adiós y eso me estaba consumiendo. Después de sobrepensar tanto tus acciones comencé a creer que probablemente me merecía tu abandono, tu rechazo y la maldita forma en la que me ignorabas mientras hablabas con alguien más.

Percibir tu repentino desinterés fue el tornado que arrasó con el vecindario que había construido para nosotros, aquel donde cada casa estaba construida fuertemente a partir de esos sentimientos que nacían cuando te veía. Tuve esperanzas de que volvieras y continué aplastando mi autoestima para demostrarte lo mucho que te quería, enviando mensajes que nunca más leerías... Cuando dejé de hacerlo obtuve la respuesta que tanto estuve esperando sin preguntarte nada, tu silencio lo dijo todo. Tus desplantes aclararon mis dudas con el peso de mi estupidez.

El hecho de que hayas decidido cortar abruptamente nuestro contacto me pudría por dentro y por fuera, después de ti ya nada me hacía sentir bien como antes. En lugar de sentir interés por mis proyectos, sentía miedo de llevar este rechazo por dentro por el resto de mi vida. Aún recordaba todas las veces en las que nos hablábamos días y noches enteras, ya me estaba cansando de ser yo quien siempre tomaba la iniciativa. ¿Qué debía aprender del infierno que estaba viviendo? Todavía no lo entendía, no hallaba la lección que me estaba demoliendo.

Jamás olvidaré aquella mañana en la que mirándome al espejo empecé a llorar sin parar, me lancé al suelo y le di la espalda al espejo mientras me preguntaba cuándo sería el día en que me sintiese valorado, pero recordar que primero debía valorarme a mí mismo me hacía sentir mucho peor. ¿Cómo es que debía construir el amor propio cuando desde niño me lo robaron? No tenía idea de lo que significaba amarme a mí mismo sobre todas las cosas, así que confundía el ego con la autoestima. No sabía poner límites y me exponía a todos los riesgos para después arrastrarme con el duelo de mis tropiezos.

Probablemente, me aferraba a lo que no me pertenecía para llenar vacíos y desarrollar un tipo de dependencia o apego. Me enfermaba tener que medirme con la regla de alguien que no me valoraba, reconocía que todo era mi culpa por desesperarme al recibir la más mínima miseria de cualquier desconocido. Todos tomaban el timón de mi vida para conducirla al infinito abismal de mis terrores, me sentía lo suficientemente débil y vulnerable como para quedarme inmóvil en un lugar donde me lastimaban. Ahora podía ver la severidad de mis vivencias para llegar a normalizar lo que me dañaba, supongo que después de tantos episodios repetitivos de maltrato físico y emocional pensaba que era normal sentirse así por alguien que me gustaba.

Mi castigo no solo fue enamorarme de ti, sino sentirme culpable de merecer tu silencio y tu distanciamiento. Utilizaba mí tiempo libre para razonar en medio de la ansiedad y buscar una explicación para entender lo que yo había hecho mal, continuamente me sentía que no estaba a la altura que merecías. Finalmente, cuando veías mis mensajes sin responder era el golpe final para la humillación que estaba viviendo, tu desprecio me demostraba que ya no tenía sentido buscar una explicación.

Aún me pregunto sí me merecía tu compasión o tu desprecio, pero me habría gustado usar tu silencio y tu distancia como el contacto cero que tú sí te merecías.

22 NOCHESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora