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La calma llenaba el cuarto de melodía que producía las teclas de su piano. Su ojos cerrados y su mente concentrada era lo único que no la distraía de sus demás pensamientos. Los cuadros colgados en la pared de su familia era lo primero que veía junto con las velas en un estante de libros que le recordaba a los cuentos leídos en su niñez. La luz del sol reflejaba en la ventana abierta de la sala que le daba la luz natural y el calor que necesitaba.

Mientras practicaba, se sumergió en la tranquilidad de aquel lugar. Su cuerpo anhelaba lo que escuchaba y no había nada más que ella y su piano en sinfonía. Hasta que la voz de su mamá la distrajo y se volteó a mirarla confundida.

—Esta tu amiga en la puerta —Su voz parecía igual de desconcertada que su mirada interrogativa en ella.

Por un instante pensó que podía ser Aurora, pero cuando se acercó hacia la puerta y la abrió quedó igual de sorprendida que su madre.

—¿Qué haces aquí? —La miró de arriba abajo aun con la mano en la puerta.

—Sé que no me quieres ver, pero tenemos que hablar —insistió. —Por favor.

—No tenemos nada de qué hablar —Intentó cerrar la puerta, pero esta fue detenida por su pie que no dejó que la dejara afuera.

—Valentine.

—Dejame Joanne —Volvió a su posición de antes, sin dejar que entrara a su casa. —¿De qué tanto quieres hablar?

La sensación en ella de sentir que estaba mal que ambas estuvieran juntas era un peso que no se lo podía sacar de encima. Los pensamientos de aquellas preguntas que se replanteaba cada vez que la veía eran demasiada a tal punto de querer estallar en llanto.

«Por qué me molesta tanto, ¿qué quiere?»

—De nosotras. Ya no puedo ignorar todo esto, como si nada hubiera pasado.

Su corazón acelerado y sus manos casi transpiradas de los nervios no dejaban que se comportara con normalidad. Su mente la delataba en el deseo de querer besarla, no aguantaba un minuto más a esa distancia que las separaba.

Decidió dejar entrar a Joanne solo porque temía que su mamá escuchara algo que no debía. Pasaron por el pequeño pasillo y entraron a la sala en donde se encuentra su piano y el comedor.

—¿Qué? —Empezó para que Joanne hablara. Se sentó en el taburete y detuvo su mirada en Joanne.

—¿Por qué me ignoras? Trato de tratarte bien, de hablar bien contigo pero nada, seguía mirándome mal y cada vez que intento hablarte te vas o te enojas.

—¿Tú, tratarme bien? ¿Es en serio? ¿Cuándo me trataste bien? Siempre estás intentando sacarme pelea o algo —Hubo un silenció que solo duró un minuto como para que Joanne aclarara su mente.

—Mentira, aclaremos las cosas.

—¿Qué mierda quieres aclarar, Joanne? Tu sola te mientes, siempre estas jodiendome y nunca te importó. ¿Por qué vienes a mi casa a hablar si vas a terminar diciendo estupideces? —Elevo su voz más de lo esperado.

—Valen, yo.

—Vete —la interrumpió en un susurro sin dejar de mirar a su piano.

—¿Así nomás? ¿Me estás echando?

—Si, ¿o no escuchaste bien?, vete —dijo mientras abría la puerta sin volver a mirarla. Joanne solo cruzó la puerta y esperó a que dijera algo más, pero no fue así, solo cerró la puerta con llave y volvió a la sala donde se encontraba antes.

Luego de unos segundos la tentación de no saber que hacer la consumían en un bocado. De pronto se empezó a sentir insuficiente, estúpida, como si todo lo que dijo estuviera en contra de lo que pensaba. Quería acariciarla, abrazarla, pero la trataba como si aquellos sentimientos no existieran. En el fondo se lamentaba mientras decía y repetía una y otra vez que la odiaba.

No dejó que aquellos pensamientos evitaran que volviera a la tranquilidad de antes, aunque le era imposible ante aquella charla que la veía necesaria.

«¿Para discutir vino?»

Aún tenia dudas que surgieron en las veces que se besaron.

«No la entiendo, no me entiendo»

—¿Estás bien?, ¿qué pasó? —Entró su mamá y la abrazo al verla desanimada, no recibió ninguna respuesta de su hija, ella se quedó en sus brazos.

Estaba confundida y aun no entendía por qué su reacción hacia ella. Por qué Joanne la besó días atrás o incluso porque le quería hablar. Su corazón seguía latiendo rápido y las ganas de llorar eran cada vez más agotadoras.

Odiaba tener esa actitud defensiva ante ella.

Se resistió a llorar y dejó de abrazar a su madre que preocupada no dejaba de mirarla. Sostuvo sus manos y no se fue hasta calmar la situación.

—Estoy bien. Me voy a mi cuarto.

Dio vuelta hasta calmarse, pero la inquietud no desapareció. Sus ganas de llorar desaparecieron, solo quedaron sus ojos cansados y la intranquilidad en su mente.

 Sus ganas de llorar desaparecieron, solo quedaron sus ojos cansados y la intranquilidad en su mente

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Mucho por decir del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora