13. El descubrimiento

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—Athena, pon esos pergaminos a mi lado, en el suelo —la voz de lady Tsunade era demandante como siempre.

Prácticamente, corrió a hacer lo que se le había ordenado. Al arrodillarse para dejarlos en el piso, sintió una mano en el mentón. Cuando alzó la mirada, lady Tsunade tenía los ojos clavados en ella y estaba esbozando esa sonrisa burlona tan propia de ella. El corazón de Athena se aceleró, y se le calentaron las mejillas.

—¿Sabes? He notado la forma en que me miras. —La Hokage le acarició el mentón con el pulgar—. Me encantaría saber lo que se te pasa por la mente en esos momentos. —El pulgar le rozó el labio inferior—. Sé que detrás de esa fachada tímida, hay una chica con muchos deseos. —Se agachó para quedar a su nivel—. A veces me pregunto —le susurró— a qué sabrán esos labios tuyos. —Se acercó más, hasta casi tocar su boca con la suya y...

Athena se despertó sudando, con el pelo pegado a la frente y el corazón en la garganta. Se quedó mirando al techo, estupefacta. Se llevó los dedos a los labios: casi había besado a lady Tsunade en ese sueño. Gruñó. No, no, no, eso no podía estar pasando. Desde el principio, la Hokage le había parecido una mujer sumamente atractiva, pero esa era una verdad universal. Sin embargo, no podía ignorar lo que su presencia despertaba en ella.

Cerró los ojos y la imagen de lady Tsunade le inundó la mente. Su voz, sus expresiones duras y suaves y ese tono medio coqueto que usaba en ocasiones sin siquiera darse cuenta. Suspiró. Sí, quizás sí se sentía un poco atraída hacia ella. Pero ¿acaso eso no auguraba un escenario catastrófico? De todas las personas que podrían gustarle, ¿por qué tenía que ser la que se estaba convirtiendo en una roca en su vida?

Athena era experta en fijarse en personas que no debía: la vecina de su infancia, su mejor amiga y la maestra de la escuela. Cada una había venido con su propio sufrimiento, aunque solo uno de ellos había sido un amor correspondido. No obstante, si algo había aprendido de esas experiencias era a esconder sus sentimientos. Si lady Tsunade descubriera su atracción, probablemente se alejaría de ella, y su corazón no podría soportarlo, menos ahora que ya estaba confiando en alguien y se estaba abriendo a ella. Además, disfrutaba inmensamente la compañía de la Hokage; era divertida y carismática, hermosa y seductora, aún más cuando esbozaba esa sonrisa arrogante.

Se tapó la cara con la almohada y gritó. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de que le gustaba? Ah, no, tampoco se iba a engañar a sí misma, las pistas siempre habían estado allí, pero había hecho todo lo posible por ignorarlas.

Miró el reloj, eran las 6 de la mañana. Sabía que no sería capaz de conciliar el sueño después de ese descubrimiento, así que se levantó y se alistó; quizás podría hacer su trabajo en la oficina de lady Tsunade antes de que ella llegara, normalmente a esa hora solo estaría la Srta. Shizune, y así no tendría que mirar a la cara a la Hokage después de lo ocurrido en ese sueño.

No obstante, el dios de los ninjas no estaba de su lado, pues cuando abrió la puerta de la oficina, ahí estaba lady Tsunade, sentada en su escritorio, firmando unos documentos, mientras se veía ilegalmente hermosa... Athena sacudió la cabeza, ¿qué carajos estaba pensando? La idea era no darle más rienda suelta a lo que fuera que estuviera empezando a sentir.

Lady Tsunade levantó la vista, y al principio pareció molesta, pero apenas se fijó en quién era, sus labios se curvaron en una sonrisa. A Athena se le paró el corazón; inhaló con fuerza, se puso la mano en la pierna y se apretó el pantalón para tratar de controlar el sonrojo y los nervios.

—Athena, qué madrugadora.

—B-b-buenos días, lady Tsunade —balbuceó.

La Hokage la observó por un momento y pareció querer preguntar algo, pero lo descartó y dijo:

—Llegaste como caída del cielo. —Señaló alrededor de su escritorio—. Me trajeron todos esos informes anoche, y necesito ordenarlos. ¿Me ayudas?

Eso la sorprendió. Lady Tsunade no le estaba ordenando, sino preguntando.

—P-por supuesto, milady.

Caminó hasta ubicarse justo al lado del escritorio. Lady Tsunade se levantó de la silla y se acercó para explicarle en qué orden debía acomodarlos y, mientras lo hacía, Athena se iba sintiendo cada vez más consciente del perfume y del calor que irradiaba el cuerpo de la mujer. Además, estaba haciendo todo lo posible por mantener la vista pegada a los informes, para no correr el riesgo de que se le desviara la mirada hacia los labios de lady Tsunade y se transportara a aquel sueño. Tarde se percató de que su pensamiento ya la había llevado allí y que no estaba escuchando las indicaciones de la Hokage.

Una mano en su muñeca la sacó de sus ensoñaciones.

—¿Te sientes bien? —había preocupación en la voz de lady Tsunade.

Athena asintió y levantó la mirada, pero trató de enfocarse solo en los ojos de la Hokage, que se había parado frente a ella.

—Sí, milady.

Lady Tsunade arqueó una ceja.

—Ah, ¿sí? —Estiró la otra mano y se la puso en la frente—. No tienes fiebre, pero estás caliente y muy roja.

Athena se estremeció.

—No, no. No estoy enferma. —Esbozó una sonrisa apretada, la cual se transformó en una mueca cuando lady Tsunade comenzó a acariciarle el dorso de la mano.

—¿Estás segura? —le preguntó con suavidad, y Athena casi se derrite en un charco.

—S-sí, señora. Quizá no dormí muy bien.

Antes de que lady Tsunade pudiera decir algo más, la puerta se abrió y entró la Srta. Shizune.

—Milady... —se calló y las observó, se le desencajó un poco la quijada cuando se fijó en la mano de lady Tsunade sobre la de ella.

—Ah, Shizune. —La Hokage la soltó—. ¿Qué pasa?

La Srta. Shizune pareció recuperarse de su sorpresa y empezó a hablar sobre unos pacientes del hospital. Athena aprovechó para recuperar el aliento y empezar con la organización de los informes. Esa mañana había resultado ser toda una tortura. Debía pensar en cómo evitar que su atracción por lady Tsunade no interfiriera en su trabajo ni su creciente amistad.

Entre el amor y las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora